La pala de Alito y el gatillo de Peña Nieto

**Retrovisor.

/ Ivonne Melgar /

La pospuesta y obligada autocrítica de los partidos de oposi­ción de Va por México pasa por dimensionar –y padecer– la lápida que les colocó el expresidente Enrique Peña Nieto.

Fue él –que ahora disfruta de su autoexilio en Madrid– quien entregó al PRI en unas elecciones que lo redujeron a 7 millones 677 mil 160 votos en 2018, 13.56% del pastel elec­toral en 2018.

Porque al margen del cada vez más documentado pacto de impunidad con el actual gobierno, Peña Nieto fue el autor de una campaña que utilizó al candidato José Antonio Meade para golpear al abanderado de la fallida alianza del PAN con PRD y Movimiento Ciudadano, Ricardo Anaya, abollando la marca de Acción Nacional y ampliando el margen de triunfo de López Obrador.

Ese pacto fue replicado por gobernadores priistas que re­nunciaron a su militancia a cambio de embajadas, posibles cargos y tranquilidad de que sus cuentas no serán revisadas.

Ése es el telón de fondo con el que deben evaluarse los priistas, marcados por el expresidente que condensa el mal que arrastran, impidiéndoles afrontar la narrativa de trans­formación del Presidente: la proclividad a los acuerdos en lo oscurito a cambio de que se archiven expedientes de presunta o probable corrupción.

En ese contexto, por supuesto que la crisis opositora se ahonda con las acusaciones que la 4T le imputa al dirigente del PRI, Alejandro Moreno Cárdenas, Alito, por sus manejos como gobernador de Campeche, y a quien sus antecesores le sugirieron este martes hacerse a un lado.

El llamado de los expresidentes priistas es secundado por el jefe de los senadores, Miguel Ángel Osorio Chong y su principal interlocutora de bancada, Claudia Ruiz Massieu. Pero también es una petición no declarada del promotor de Va por México, Claudio X. González, y de Acción Nacional, conscientes de que el escándalo de los audios de Alito y la persecución judicial les dificultara todavía más la competen­cia electoral.

Moreno Cárdenas respondió que se queda a concluir su periodo en agosto de 2023. Sin embargo, en la encerrona de ese 14 de junio prometió que habrá convocatoria anticipada para la renovación de la dirigencia, abrir espacios en el Con­sejo Político Nacional y el CEN y dejar la presidencia de la Comisión de Gobernación en la Cámara de Diputados para darle paso a otras voces.

Los reclamos del exsecretario de Gobernación resumen el malestar de los cuadros del PRI excluidos de las instancias del partido y de candidaturas en 2021 y que, desde ya buscan ser considerados para las de 2024.

Y si bien Osorio Chong coordina una bancada de 13 votos en el Senado, es clave en el dique de contención opositor que ahí jugará un rol determinante cuando su homólogo de Morena, Ricardo Monreal, defina la ruta electoral que seguirá al margen de su partido.

“Nunca en la historia del PRI un presidente había concen­trado todas las facultades. Ni con Plutarco Elías Calles”, se queja el exgobernador de Hidalgo, cuya voz deberá ser aten­dida si Alito aspira a mejores cuentas en las elecciones mexi­quense y de Coahuila en 2023.

Frente a la crítica de Osorio y de los exdirigentes, al si­guiente día, el miércoles 15 de junio, el Consejo Político Na­cional les dio una respuesta en voz de Rubén Moreira Valdez, coordinador de los 70 diputados: las derrotas son por el Fo­baproa, el alza de impuestos, la reforma energética que ter­minó en un gasolinazo y de la educativa que nos separó de los maestros, porque nos alejamos del pueblo y “se cambió la pedagogía partidista por el marketing”.

Y refiriéndose a la sana distancia que ofreció en su mo­mento Ernesto Zedillo, el exgobernador de Coahuila soltó ahí un atisbo de deslinde con el expresidente que los entregó, el que disfruta de las noches madrileñas de flamenco:

“Debimos haberle tomado la palabra, y en el PRI tener una relación distinta con el poder, tomar distancia con aquellos gobernantes que se alejaron de nuestros documentos básicos. Pero pasaron cosas peores y están documentadas: desde el poder se hicieron alianzas por debajo de la mesa con partidos ajenos al nuestro, e incluso se fomentó el avance de ellos en detrimento de nuestro instituto político”.

Moreira Valdez dijo una verdad de oro que persiste. Un ejemplo: en Sonora, quien comanda a los priistas es gente de la exgobernadora Claudia Pavlovich, cónsul en Barcelona, en abierto golpeteo a la dirigencia de Moreno Cárdenas.

Así que más allá de si Alito se va ahora o en 2023, la trage­dia del PRI es que ni cuando el presidente de la República es de otro partido pueden guardar sana distancia. Y que el único gobernador priista que se ha atrevido a defender su militancia es Miguel Riquelme en Coahuila.

Pero en el estado de México, donde la marca Morena ya aventaja con 15 puntos, campea el escepticismo y la sospecha de que el gobernador Alfredo del Mazo seguirá los pasos de su primo, el expresidente Peña Nieto, esos que ya caminaron los embajadores en España, Quirino Ordaz, y en República Dominicana, Carlos Aysa González; la cónsul de Barcelona, Alejandro Murat y Omar Fayad.

Así que en la caricaturización de la política que tanto gusta, muchos dirán que Alito es el enterrador del PRI. Y si la me­táfora funciona, habrá que decir que la mano en el gatillo la puso el señor de la llamada Casa Blanca.

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