/ Por: Zaira Rosas /
Llevamos siglos cargando una historia de desigualdad, donde las mujeres deben prevalecer siempre puras y a los hombres se les enseña de manera constante a vivir su vida. Mientras la mayoría de niños crece sintiéndose guerreros, valientes, invencibles, a las niñas se les enseña a ser dulces, sumisas, sonrientes y hasta maternales.
Las historias que en cualquier momento parecen inofensivas en realidad nos preparan para entender el mundo al que nos enfrentamos después, en el cual lo más común es juzgar a otros por su apariencia determinar si alguien es accesible o no según su vestimenta e incluso nos atrevemos a emitir juicios sobre qué pueden merecer en la vida según la categoría en las que les clasifiquemos.
La historia será totalmente distinta según el género que la mira. Una relación forzada no es considerada tal si estás bajo una supuesta pareja, un encuentro deseado tampoco es aceptado si no hay una unión que lo valida, pero esto sólo pasa a las mujeres. La trama si se trata de un hombre es distinta, al hombre se le enseña a hacer uso de su hombría desde temprana edad, la búsqueda de su deseo es algo natural y en algunos círculos hasta digno de presumirse.
Sin embargo, si todo lo anterior sucede en un país con costumbres donde el hombre manda, la mujer obedece y las leyes avalan esta cultura de desigualdad, se puede vivir un verdadero infierno. Así fue la historia de Paola Schietekat, una mujer mexicana que colaboraba como economista conductual en el comité organizador de la Copa Mundial de Fútbol de 2022 en Qatar. Lamentablemente en junio un hombre irrumpió en su domicilio, violentándola. Por lo que decidió poner una denuncia, la cual no procedió como esperaba pues las leyes de Qatar la sentenciaron a recibir 100 latigazos y pasar siete años en prisión por haber mantenido una “relación extramarital”.
La mexicana había declarado muy poco o casi nulo apoyo de las autoridades mexicanas, logró volver a México donde actualmente está refugiada, sabe que su agresor quedó libre y desea volver a Qatar no sólo por su trabajo, sino en espera de que se haga justicia. Su caso no ha sido el único similar, turistas y otras mujeres han sufrido condenas por situaciones similares, donde las mujeres terminan siendo señaladas como responsables y el ciclo se repite porque al final los agresores se saben protegidos por una ley que avala las conductas de agresión, culpando siempre a la víctima de los daños.
La solución ofrecida en todo el proceso para que Paola no resultara culpable comenzó con recomendaciones de que cerrara mejor su puerta, para después recibir la sugerencia de casarse con su agresor para no ir a prisión. Aunque el caso se torna aterrador por las leyes del país lo cierto es que no recibió el apoyo y respaldo de México, hasta que su caso no se volvió algo público.
Actualmente Paola ya se reunió con el Canciller Marcelo Ebrard quien le asignó al mejor abogado del Consultor Jurídico de la Secretaría de Relaciones Exteriores, para atender el caso de la mexicana. Su caso visibiliza la necesidad de actuar bajo perspectivas de género y no con leyes retrógradas, exigir más respeto y garantías individuales en cada rincón del mundo y sobre todo enciende todo tipo de alertas respecto a protocolos y capacitación de las embajadas, principalmente en Qatar que será sede de un evento deportivo nacional que recibirá a múltiples mexicanos. ¿Cómo se puede garantizar el cuidado y acompañamiento de quienes están en el exterior sin una capacitación debida?
El caso de Paola es un recuerdo más de todo lo que tenemos pendiente por aprender, de las lecciones que no hemos compartido y aunque su historia se volvió aterradora por se juzgada bajo las costumbres de otro país, no dista mucho del machismo y misoginia que se vive en México. Nuestras leyes también necesitan evolucionar, entendiendo que hablar nunca será fácil para una víctima y esto se complica más si el poder siempre está de lado de los agresores.