Prosa aprisa.
Arturo Reyes Isidoro.
El viernes, ya en el café de un desayuno (a la manera del postre de la comida), una amiga comentó en la mesa que cuando llegue a México ella no se aplicará ninguna vacuna contra el COVID-19. Respondí que yo sí. Ella nunca se ha aplicado la de la influenza –dijo–, yo sí –afirmé.
No lo expresó abiertamente, pero dejaba entrever su desconfianza (seguramente por la noticia de que a un paciente al que se aplicó la que supuestamente ya casi estaba lista presentó mielitis tranversa, como reacción a la dosis).
(La mielitis transversa es una afección causada por la inflamación de la médula espinal. Como resultado, se daña el revestimiento (vaina de mielina) alrededor de las células nerviosas. Esto interrumpe las señales entre los nervios espinales y el resto del cuerpo. La mielitis transversa puede ocasionar dolor, debilidad muscular, parálisis y problemas con la vejiga o el intestino, según Medicine Plus, de la Biblioteca Nacional de Medicina de los Estados Unidos).
El domingo, luego de leer el artículo “Vacuna Covid: México y Rusia”, de Arnoldo Kraus, en El Universal, reparé en que mi amiga tiene razón. Yo tampoco me la pondré hasta que su efectividad no esté probada una y otra y otra vez, y aun así lo pensaré.
En el mundo hay una carrera por ver qué país la produce primero. Es una carrera contra el tiempo. Independientemente de que es necesaria por razones obvias, de que el equipo humano que la produzca se ganará la gloria y mucho prestigio, también es cierto que la empresa o el gobierno pionero ganarán mucho dinero, porque la vacuna también será un gran negocio.
Pero hay una vertiente más, preocupante, de riesgo: la política. En especial Vladimir Putin y Donald Trump, uno ruso, el otro norteamericano, quieren ser los primeros en tenerla, porque eso significa poder; pero no solo ellos, así sea comprada otros también la quieren para fines políticos como Andrés Manuel López Obrador.
En esa atropellada carrera quién sabe cuántas víctimas más cuesten sus alocados experimentos con humanos. ¿Se imaginan si AMLO la tiene (comprada, claro está) antes de las elecciones de 2021? Por supuesto, la usará para tratar de atraer votos para su causa. El mismo Trump la quiere para noviembre próximo, antes de las elecciones en su país donde está de por medio su reelección para otros cuatros años más.
El 31 de enero de 2017 publiqué en “Prosa aprisa”: “por favor, lectores, cada que puedan lean a Arnoldo Kraus, quien publica los domingos en El Universal y es autor de varios libros en la especialidad, miembro del Colegio de Bioética, tal vez el más calificado profesional de la medicina en México sobre el tema del dolor humano y la muerte”.
El 26 de agosto de 2016 había publicado ya una frase, que se atribuye tanto a Matisse como a Picasso, que un día antes él había citado: “Debemos hablarnos todo lo que podamos. Cuando uno de nosotros muera, habrá cosas de las que el otro nunca podrá hablar con nadie más”.
Un año atrás, el 10 de septiembre de 2015, aludí a una entrevista (“Cómo vivir la tristeza”) que concedió al diario Milenio, en la que le preguntaron: “¿Qué es un duelo bien llevado?”. Aclaró que no era psiquiatra, pero que todos explicaban que era un año de tristeza, de dolor, un año de recordar con demasiada frecuencia y quizá no funcionar al cien en el quehacer cotidiano. Dijo que esa idea venía de Freud.
Agregó entonces que si persistía el duelo entonces era patológico y se requería otro tratamiento, pero señaló que a las industrias farmacéuticas y a los doctores les gusta medicalizar el duelo, que suelen dar antidepresivos a quien lo padece para evitar la tristeza, pero que: “No debe ser así, la tristeza hay que vivirla”.
En su artículo de ayer afirma que como médico y epidemiólogo graduado en Johns Hopkins, López-Gatell conoce “el difícil camino” a seguir para elaborar una vacuna. Expresó que estas son “productos médicos maravillosos”, pero “no artilugios políticos”.
Narra que le sorprendió un comentario (9 de septiembre) del laboratorio Landsteiner Scientific, “empresa cien por ciento mexicana”, que confirmó un acuerdo de cooperación con el Fondo e Inversión Directa de Rusia para un potencial acceso a 32 millones de vacunas para su distribución en México “en caso de resultar exitosos los estudios fase III de la vacuna Sputnik V”; que incluso Putin anunció la aprobación de la vacuna y que se la aplicó a su hija.
Se pregunta entonces: ¿si aún la vacuna no ha superado la fase III, por qué no se deslinda el gobierno mexicano de su probable uso en la población? Señala que elaborar una vacuna es un proceso complejo y que su aprobación tarda “mucho tiempo”.
Suscintamente explica: Antes de la aprobación, las pruebas deben primero someterse a etapas preclínicas las cuales se llevan a cabo en laboratorios por medio de cultivos de tejidos o de células vivas, así como pruebas en animales para evaluar la seguridad de la vacuna y la capacidad de provocar una respuesta inmunológica.
Continúa: De ahí sigue la fase I, la cual involucra estudios clínicos con humanos. Comenta que la vacuna se aplica a pequeños grupos, usualmente 80 personas, y la finalidad primordial es su seguridad. Agrega que de ser satisfactoria la respuesta se sigue a la fase II que incluye a personas sanas y algunas proclives a contraer la enfermedad. Por último se llega a la fase III.
Explica que en esta etapa se incluyen decenas de miles de enfermos (hasta 60 mil personas) de diversos países y que las pruebas son aleatorias y a “doble ciego”, esto es, a uno se les aplica la vacuna y a otros placebo –sustancias inertes, como agua salina– con el fin de comparar el desarrollo de anticuerpos contra el virus. Aquí es donde se estudian efectos adversos, como el que se detectó recientemente en Oxford en el paciente que desarrolló mielitis transversa.
Apunta que López-Gatell ha leído la revista The Lancet, “espacio indispensable en la vida médica”, que desde 1823 se publica en el Reino Unido y es una de las más citadas en el mundo médico. Recuerda que el pasado 4 de septiembre le dedicó dos páginas a la vacuna rusa. En ella se cita a Putin, quien proclamó el éxito y su aprobación cuando no se había iniciado la fase III ni publicado resultados previos.
Entresaca lo esencial: “… hay razones para pensar que la vacuna se aprobó por razones de nacionalismo… si Sputnik V no es eficaz o produce efectos colaterales durante la fase III podría afectar la percepción del público sobre la vacuna, e incluso, si no funciona podría agravar la pandemia… no se debería aplicar hasta que se determine si genera una respuesta inmunológica protectora”.
Kraus advierte que López-Gatell debería comentar acerca de la inviabilidad de la vacuna y oponerse a su probable uso hasta terminar la fase III.
Sobre el tema, el excomisionado nacional para la Prevención y Control de la influenza en 2029, Alejandro Macías, conocido también como “el zar de la influenza”, declaró a El Universal (se publicó ayer) que la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris) debería detener la llegada a México de la vacuna rusa hasta que no esté probada su seguridad.
Ojalá y no se ponga en riesgo a nadie con el afán de obtener votos en las próximas elecciones. Entre López-Gatell y Arnoldo Kraus le creo a Kraus. Mi comentario no es con el propósito de desorientar a nadie ni de crear confusión, sino de informar con base en los que sí saben. Por lo pronto, en el caso de cualquier vacuna anticovid, por ahora yo paso.