**La mediación del periodista entre la realidad y el público no puede evitarse
/ Sabina Berman /
Un hombre con los brazos extendidos en cruz, un rifle en la mano diestra, recibe en el pecho un balazo.
La fotografía que eterniza el instante es del fotógrafo Robert Capa — y dio la vuelta al mundo en las primeras planas de los diarios, para luego guardarse en los libros de la historia de la Guerra Civil Española y en los libros de la historia del periodismo.
El espectador de hoy hubiera sido más crítico ante la fotografía de Capa.
Preguntaría por qué el fotógrafo eligió ese momento y no el previo: el miliciano hincado en el suelo, disparando con el rifle para matar a enemigos. ¿Habrá querido librarlo de culpa y crear un mártir republicano?
¿Y por qué, estando en el campo de la batalla, eligió fotografiar a un republicano y no a un soldado franquista? ¿Para exaltar a las fuerzas socialistas y no a las fascistas?
Y por fin: ¿por qué no abrió el cuadro y mostró alrededor del miliciano el campo tapizado de hombres agónicos? Eso hubiera mostrado al verdadero enemigo de la especie: la guerra.
Y es que el espectador del siglo 21 descubrió hace tiempo que entre la realidad y su imagen existe el fotógrafo —o bien: entre la realidad y la noticia existe el periodista— y ahora sabe que no es imparcial. Trabaja para alguien y a menudo para avanzar una causa ideológica o económica.
De ahí que el espectador de hoy observe cada noticia con la atención dividida entre el hecho reportado y la especulación de los motivos de quién la reporta –y del medio que la publica.
Su desconfianza está bien fundada.
La toma del Capitolio de Norteamérica es hoy mismo reportada por Fox News y por CNN de dos formas irreconciliables. Para Fox, los patriotas, rebeldes a un fraude electoral, invadieron el Capitolio; para CNN se trató de una horda de golpistas. Mismas imágenes:
mismos hechos: dos historias.
En México sucede lo propio. El periódico Reforma reporta un intento de golpe de Estado por parte del presidente, mientras La Jornada da cuenta de la histeria de un grupúsculo de comentaristas.
Y sin embargo, dirá el compasivo lector, la lectora, la mediación del periodista entre la realidad y el público no puede evitarse, así su parcialidad sea también inevitable. Así es y así seguirá siendo.
No es seguro. Algo más esencial que la desconfianza hacia la prensa lleva ocurriendo ya desde hace tiempo. Es una desconfianza creciente hacia el modelo humanista en el que hemos sido educados. Los seres humanos estamos trasladándonos fuera del Humanismo (o el antropocentrismo, como le llaman ahora los sociólogos) y de la creencia en su premisa principal y sus derivaciones.
El Hombre es el centro del Universo. Pienso, luego existo. Los hechos no existen, solo sus interpretaciones.
Es un traslado lentísimo a otra forma de estar en el planeta.
No, no somos su centro: somos apenas una parte de la vasta Naturaleza. No, no es el pensamiento lo que nos hace existir, qué arrogante tontería: primero existimos, de carne y hueso, y una parte minúscula de nuestra fisiología produce pensamientos. Y no, tampoco las interpretaciones son nuestra única alternativa: son una tara, una limitación que debemos desear trascender, porque los hechos existen en sí mismos y hoy reconocemos que entre ellos los hay letales para la especie.
Digamos un virus diminuto llamado Covid-19.
Hay quienes creen que debemos trasladar la autoridad de nuestro pensamiento a la esfera de los datos duros. Otros creemos que a la biosfera. Sea así o asá, el periodismo —y nuestras sociedades— deberán encontrar formas más verídicas, si han de sobrevivir