Claudia Rodríguez
Es casi surrealista que, tras la elección tan controvertida, copiosa y supuestamente más limpia en varias décadas en pro del camino a la democracia, resulte que el jefe del Ejecutivo Federal no esté a la altura de la expectativa y de lo prometido y luego de 19 años de solicitar a los votantes la oportunidad, siga levantando la mano, pero ahora para pedir más tiempo en el cumplimiento de sus compromisos.
Para el presidente Andrés Manuel López Obrador, no hay más que las reflexiones que él realiza y/o valida —incluso las que vayan en sentido negativo—, en tanto, todos aquellos quienes tienen una observación o señalamiento distintos al de él, deben saber que en Palacio Nacional sólo hacen eco las palabras de los aplaudidores, de quienes pese al espantoso y oscuro enjambre en que se va constituyendo la sociedad, señalan que el camino de las libertades y de la igualdad ha llegado o está a un paso. ¿Será que nadie acotó que las equivalencias de bienestar de vida, corresponden a que todos transitemos a más miseria? Iguales todos, entonces.
López Obrador ha llevado su terquedad y cerrazón, al terreno del freno nacional en el que sólo avanza la desesperanza como epidemia nacional, entre escenarios violentos y agónicos.
Ya no tarda el primer mandatario de la nación, en repetirnos la dosis de que somos un pueblo feliz, muy feliz; como si no contaran todas las adversidades que, a falta de orden y desarrollo, se generan para decenas de millones de los gobernados.
Hablará el presidente y envolverá en el bote de su basura, toda petición o reclamo contrario a su visión o prospección de acción de Gobierno.
Y el único feliz desde su cueva en donde no hay más eco que el suyo, seguirá siendo más que feliz.
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