Las mujeres de la Montaña y sus cuerpos territorios.

*Yo Soy Montaña.

/ Edith Herrera /Desinformémonos/

El médico acompañante del CAM, Pablo Rodriguez Vallotton, dando consulta en una casa de la parte alta de la Montaña de Guerrero. Tikosó, la estructura a la que pertenece el CAM, acompaña a diversas comunidades en la montaña en distintos proyectos comunitarios. Desde la educación, desde los saberes indígenas, la autonomía alimentaria, la autonomía económica, etc. Los lazos y vínculos que entretejemos con las comunidades indígenas que acompañamos nos permite darle un seguimiento continuo a los pacientes del CAM «Marcelina Ramírez».

Fotos: Oscar Rodriguez Vallotton

El médico acompañante del CAM, Pablo Rodriguez Vallotton, dando consulta en una casa de la parte alta de la Montaña de Guerrero. Tikosó, la estructura a la que pertenece el CAM, acompaña a diversas comunidades en la montaña en distintos proyectos comunitarios. Desde la educación, desde los saberes indígenas, la autonomía alimentaria, la autonomía económica, etc. Los lazos y vínculos que entretejemos con las comunidades indígenas que acompañamos nos permite darle un seguimiento continuo a los pacientes del CAM «Marcelina Ramírez».

Durante el mes de marzo, realizamos una jornada solidaria de salud comunitaria con los miembros del Centro de Acompañamiento Médico “Marcelina Ramírez” (CAM). Para esta visita fuimos acompañadas por el Médico Cirujano Ortopedista Pablo Rodriguez Vallotton quien acudió de manera voluntaria a realizar consultas y orientación médica a la montaña de Guerrero. En esta vuelta pudimos recorrer 4 comunidades en donde el CAM tiene presencia. El CAM es la estructura de salud que inauguramos el año pasado y de la que les hablé apenas en diciembre. Visitamos comunidades indígenas de la región, esto con el fin de brindar orientación a pacientes, familias, mujeres, hombres, niños y niñas de las comunidades. El CAM tiene su sede en Tlapa de Comonfort, la capital de la región, pero se dirige a su población nativa y a las comunidades que habitan en la Montaña.

Es importante mencionar que, durante nuestros recorridos y las consultas comunitarias con el médico especialista de la red solidaria del CAM, identificamos varios tipos de padecimientos. Sin embargo, en la columna de este mes, nos centramos en los problemas de salud que golpean fuertemente a las mujeres de la Montaña.

Paradójicamente, en el mes de marzo, “reconocer el papel de las mujeres” resonó como cada año, en todos los espacios, tanto institucionales, académicos, de activismos, entre la sociedad civil y por todos los medios de comunicación. En la última década, funcionarios y funcionarias de distintos niveles de poder, anuncian durante este mes de marzo con bombos y platillos “avances” en materia de legislación a favor de las mujeres. Comunican sobre temas como los derechos sexuales y reproductivos, la despenalización del aborto, dicen “ofrecer” acceso a un servicio de salud renovado, con enfoque intercultural, etc. Al menos así se vanaglorian en sus discursos.

Los problemas de salud entre la población son diversos. En algunos casos,  como no han visto médicos en años, o como no han dado solución a sus problemas cuando acudieron a sus citas, arrastran patologías desde hace años. Por esta razón, la prevención es otra de las preocupaciones del CAM. Creemos que mientras más se teje una relación de reciprocidad y tejido colectivo con los pobladores de las comunidades acompañadas, mejor podemos difundir herramientas de prevención  y orientar cuando es importante acudir al médico.

Pero la práctica cotidiana en las instituciones de salud, no se puede enmascarar con tanta facilidad. Tanto el servicio como la atención clínica son tan desiguales, tan racistas y cada vez más precarizados que no nos dejarán mentir. Esta canija realidad no se deja ocultar. Y, en vez de huir de ella, quizás debería de ser un poco más el foco de nuestra atención y la medida con la que valoramos las cosas. Dicha realidad, es impermeable a los discursos de lxs politicxs. No podemos dejar pues de seguir denunciando y exigiendo más respeto y buena atención.

Hay todo un componente racial que atraviesa el cuerpo de las mujeres indígenas. Pareciera que sus cuerpos, ¡nuestros cuerpos!, no valen igual y que no merecemos ser tratadas con respeto. De hecho, en Guerrero, se ha documentado desde la época de los años 80 casos de esterilización forzada y anticoncepción forzada como prácticas del estado para controlar la natalidad de la población rural, indígena y campesina. Pero poco han cambiado las cosas, hay prácticas que siguen vigentes en la actualidad.

En agosto de 2014, realizamos una serie de denuncias por los graves efectos generados por políticas de salud pública en los cuerpos de las mujeres indígenas. En este entonces, la violencia estatal y sus prácticas de condicionamiento se ejercitaban a dos de los aspectos más sensibles de la vida de una mujer: su cuerpo (por medio de la anticoncepción forzada) y su condición social (por medio de su condición económica). En concreto, condicionaban el acceso al programa de gobierno “OPORTUNIDADES”, una política estatal de la entonces SEDESOL, a las mujeres de una pequeña comunidad de la parte alta de la Montaña de Guerrero. Si no tomaban el anticonceptivo, les retiraban el apoyo social del Estado, a pesar de su situación de precarización económica. Y esto les generó una serie de complicaciones de salud, porque no recibían ningún tipo de seguimiento ginecológico cuando accedían a tomar el anticonceptivo.1

En el ámbito de nosotras como indígenas, el tema de la natalidad también tiene que ver con el de nuestra supervivencia como pueblo. A pesar de ello, se siguen realizando prácticas aterradoras de anticoncepción forzada en el siglo XXI. No sólo para cubrir cuotas y cifras en los índices de salud, sino como una política de “controlar la natalidad” de la población que vive en zonas rurales.

Las mujeres indígenas se enfrentan con muros gigantescos para acceder a un servicio y atención médica oportuno y con pertinencia cultural y lingüística. Todavía sigue siendo el sector de la población que mayoritariamente es monolingüe en su lengua materna llámese tu’ún savi, mé’phaa o nahua. Lamentablemente, el hablar solo su idioma materno, las limita para poder comunicar sus padecimientos.

Sin hablar de anticoncepción forzada, las políticas de “planificación familiar” también se ejercen de formas dudosas, sin el seguimiento necesario, sin la información necesaria y a veces con un consentimiento que ni se puede llamar así. Continúan implementándose como políticas estatales de salud, aterrizan tarde o temprano en los centros de salud. E impactan de manera grave en los cuerpos de las mujeres. En los hospitales, por ejemplo, les piden a los médicos y enfermeras que tienen que cubrir “cuotas” y por tanto están monitoreados para colocar cierto número dispositivos anticonceptivos durante un determinado periodo de tiempo. Pero, esto sí, sin brindarles algún tipo de seguimiento a sus pacientes después de haberlo hecho.

Habría que cuantificar este impacto, pero antes que nada habría que cambiar y mejorar el seguimiento que se le brinda a las mujeres indígenas de la región Montaña. El seguimiento es la palabra clave. Como lo hemos atestiguado nuevamente en esta brigada médica, no es que las mujeres no quieran atenderse. Es que cuando quieren atenderse se enfrentan a un muro que no logran cruzar.

Los testimonios de 3 mujeres y de sus cuerpos territorios

Dolores, una mujer mé’phaa de una comunidad de Montaña en la parte alta, nos compartió que acudía a consulta el día que la vimos porque necesitaba orientación. En la actualidad, tiene pérdidas de sangre importantes durante sus periodos y se le ve pálida, se le nota cansada. Le diagnosticaron miomas en el matriz hace unos meses, aunque de forma un poco “borrosa”.

Buscó atención en el centro de salud de la cabecera municipal de donde vive. Estaba recién embarazada en ese entonces y le dijeron que tenía que realizar un ultrasonido en Tlapa para ver qué es lo que estaba pasando y saber porque tenía sangrados a pesar de su condición. Al principio dijeron que eran quistes, después que eran miomas.

El médico que la revisó en una clínica privada en Tlapa también era un médico general. No era ginecólogo. Solo le dijo que, por sus sangrados intensos, ya no tuviera más hijos. Y que era peligroso dar a luz en su estado, por lo que era preferible abortar. No le habló de un tratamiento para esos sangrados, o de otras opciones para su embarazo actual. Tampoco la remitió a una atención ginecológica especializada. Solo le surtió algunos medicamentos. Pero, aún después de tomarlos, no paraba de sangrar ni de dolerle el vientre. Pasaron unas semanas y perdió el niño en su casa.

Hasta el día de hoy sigue en búsqueda de orientación médica, porque los sangrados siguen. Se siente débil y presenta mareos, dolor de cabeza y mucho cansancio. Intentó ir a ver a un ginecólogo en el Hospital General de Tlapa. Incluso tenía una cita agendada con ginecólogo en el mes de agosto. Pero cuando llegó a la cita, le dijeron en el Hospital que el ginecólogo no estaba, que se había ido de vacaciones. No le dieron otra cita. Y le dijeron que regresara a Tlapa después una vez que el médico regresara de sus vacaciones.

Rosalinda es una mujer del pueblo nahua, de la parte de la montaña baja. Tiene sangrados importantes y síntomas severos en la matriz. Sus familiares dicen que le diagnosticaron “miomas” y que le tenían que retirar la matriz. Fue con un médico general del Hospital de Tlapa. Pero aún no ha logrado ver al ginecólogo, porque su cita será dentro de 6 meses. Mientras tanto los dolores siguen, hasta el punto en que no la dejan realizar sus actividades diarias por los malestares que le provocan. Permanece acostada y aislada.

Cuando los casos médicos requieren cuidados particulares, el CAM acompaña a las personas que lo requieren. Después de valorar el caso con médicos especialistas ó equipo de enfermeras, acompañan a lxs pacientes  en hospitales de 3er nivel de la ciudad de México. Parálisis cerebral, acondroplasia, amputaciones, autoinmunes, las necesidades de los pacientes de la Montaña de Guerrero son diversas y requieren una atención y un seguimiento que puede durar meses o años.

En la región, los médicos generales tienden a hablar de “miomas” cada vez que están frente a un caso de sangrados abundantes, con o sin imagenología (ultrasonido, tomografías, etc) que lo respalde. También son poco hábiles en cuanto a juzgar de la urgencia de un caso porque no es su especialidad y tienden a minimizar los síntomas de alarma de los cuerpos de pacientes indígenas provenientes de las comunidades de la Montaña.

Rosalinda sigue en espera de la cita médica como lo mencionamos. Pero se está desesperando. Ahora, está tentada de acudir a un consultorio privado para realizar la cirugía. Lo que conlleva riesgos mayores porque casi nunca tienen protocolos de transfusión en casos de emergencia.

Araceli es una mujer del pueblo ñuu savi. Desde hace un par de años radica en parte en Tlapa de Comonfort, aunque sigue recorriendo muy a menudo las veredas de su comunidad en la parte alta de la Montaña. Ha recorrido un largo camino para acceder a recibir un tratamiento, para calmar sus dolores de la matriz y sangrados excesivos.

Al no lograr obtener una cita con el ginecólogo en el Hospital General de Tlapa, decidió acudir a un médico particular en la misma ciudad. En este viacrucis, estuvo a punto de caer en manos de un médico en una clínica privada de Tlapa. No era un especialista en ginecología. Aún así le prometió que, si le pagaba 45 mil pesos de tajo, él le podía hacer la operación para quitarle la matriz.

Esto que le dijo, fue sin tener ningún diagnóstico previo, sin ningún tipo de estudio exploratorio o de imagen. Ella y su familia, están trabajando para juntar ese dinero, pidiendo prestado y empeñando lo poco que tiene. Está preocupada porque ha perdido mucho peso. Y siente que requiere una intervención, porque teme morir, porque en su comunidad hubo casos de mujeres que perdieron la vida por complicaciones de sangrados y por dolores en la matriz.

Lo único que le dijeron es que con un médico particular será rápido, y que en el Hospital General no la iban a recibir tan fácilmente. Lo que no le contaron es que los riesgos de complicaciones son varios y que, otra vez, las clínicas privadas no cuentan con un protocolo de transfusión. En caso de complicaciones, los terminan enviando por su propia cuenta a los Hospitales donde no los atendieron en primera instancia, y correr con suerte para que no mueran en ese trayecto.

En las brigadas médicas que realiza el CAM Marcelina Ramírez, se lleva a cabo visitas desde un enfoque de ir a compartir saberes, aprender e involucrarse en los ritmos de la comunidad. Respetando sus espacios familiares, colectivos, e incluso dar consulta en la cocina, la casa, donde están los enfermos, en la comisaría ó donde se requiera la atención. Entendemos que la salud tiene que ser un derecho para todos y todas, que debe mantener un espíritu de reciprocidad y tejido colectivo para sanar.

Al final, las clínicas privadas lucran con la salud de las personas indígenas, tanto mujeres como hombres, abuelos, abuelas, niños, niñas, bebés, al final lo que importa es generar dinero, no mejorar la salud de las personas, por eso diagnostican al azar sin ninguna certeza de los padecimientos que diagnostican.

El contexto que enfrentamos y la autogestión como respuesta

Estos son algunas de las situaciones que viven las mujeres en las comunidades de la Montaña de Guerrero que pudimos atestiguar durante marzo en las brigadas de salud realizadas con Pablo Rodriguez Vallotton, el médico voluntario que nos visitó en la montaña para llevar a cabo consultas de manera solidaria con el CAM.

Desafortunadamente, estamos seguros que estas situaciones las padecen mujeres de todos los contextos rurales o urbanos del país. A veces, durante estos recorridos médicos del CAM “Marcelina Ramírez” me parece mirar que estamos muy lejos de que las políticas públicas de salud sean efectivas, reales, respetuosas de los derechos indígenas, o de las mujeres en general. ¿Llegará algún día en el que puedan decidir sobre sus propios cuerpos? Es decir, sobre sus propios cuerpos que habitan territorios aislados, campesinos, rurales como se les denomina?.

En la región, a veces se es sarcástico al conocer casos de cirugías que se hacen a la población de la montaña por desconocimiento sin información real a los pacientes, entonces terminamos bromeando con humor negro al decir que en Tlapa: “Ya no hay nadie que cuente con una vesícula o con un apéndice, porque los médicos necesitaban comprarse un carro nuevo”.

Entre un sistema de salud pública disfuncional y la codicia de los médicos particulares que hacen correr riesgos a sus pacientes por su propio beneficio, quedan atrapadas las mujeres de la Montaña y sus cuerpos no parecen importar a ninguno de estos actores más que para beneficio propio, particular o para cubrir cuotas clientelares, de índices de “desarrollo”.

En cada comunidad en la montaña acompañadas por el CAM, constatamos casos de mujeres en busca de atención médica por problemas que tienen que ver con su cuerpo de mujer. Las vemos aferrarse, pero también aisladas y sin un seguimiento digno por parte de un sistema de salud pública que queda completamente rebasado, y que además es profundamente racista.

Hasta esta fecha, no se ha inaugurado la unidad de salud que anunció López obrador en 2019: a raíz de la venta del avión presidencial iban a construir el nuevo Hospital General de Tlapa, esta vez de 3er nivel y con especialidades, según promesas políticas.

Sin embargo, transcurridos 6 años, apenas se terminaron de construir algunos edificios afuera de Tlapa dentro de los terrenos del batallón militar. Y con cada día que pasa se aleja el sueño de tener un hospital de especialidades, con cirujanxs y especialistas competentes en áreas tan variadas como la cardiología, reumatología, ortopedia, por mencionar algunos. Y un departamento de ginecología que sea funcional.

Los más de 400 000 mil habitantes de la región montaña de Guerrero, siguen esperanzados en dicho “hospital nuevo”, pero lo que se dice entre la población es que serán lxs mismos trabajadorxs del Hospital de Tlapa que se mudarán de edificio solamente. Lo que empieza a generar desacuerdos entre la comunidad, inconformidades y quejas. Porque el hospital actual y su personal han sido denunciados en repetidas ocasiones por el mal trato a pacientes, errores de médicos, diagnósticos no certeros, así como prácticas obstétricas violentas hacia la población indígena.

El Centro de Acompañamiento Médico «Marcelina Ramírez» lleva a cabo brigadas médicas en comunidades donde tiene cobertura el Espacio Cultural Educativo tikosó. Actualmente se realizan jornadas de atención con médicos especialistas que acuden solidariamente a ofrecer consultas, identificar, diagnosticar algún padecimiento. Lo que consideramos importante es el seguimiento de los casos, no basta con solo una consulta, se tiene que dar acompañamiento a los casos de modo integral.

Está por verse como quedará el nuevo hospital, que por cierto está construido sobre un terreno de la SEDENA, al lado del Batallón de la zona militar como ya lo mencionamos. Por ahora, no hay fecha exacta para su inauguración.Durante su reciente visita en marzo, la gobernadora Evelyn Salgado mencionó sonriente que tomaría todavía tres o cuatro meses, sin dar más precisiones de cuándo llegaría esa fecha de apertura del servicio. Así operan las instituciones y así se conducen gobernantxs en la Montaña de Guerrero, mientras quienes pagan las facturas somos las familias indígenas, porque si de leyes hablamos, estamos a cientos de años luz de que sean reales, efectivas y garanticen el acceso digno a la salud, como mujeres indígenas.

Ante esta situación, como proceso alternativo, desde hace años tenemos claro que la salud tiene que ser autogestiva y se tienen que buscar soluciones desde la ciudadanía, tejiendo redes de solidaridad y apoyo mutuo. A su vez que tenemos que seguir denunciando las políticas que racializan la política de salud y las prácticas injustas que padecen los cuerpos de las mujeres indígenas.

Por esta razón, el Centro de Acompañamiento Médico “Marcelina Ramírez” (CAM) lanzará un fondeo comunitario para poder continuar nuestras brigadas médicas en los pueblos que acompañamos y a los cuales damos seguimiento, se requiere mucho para atender más casos y solventar los gastos de los acompañamientos de casos complejos que requieren llevar pacientes desde la Montaña hacia la CDMX. Pero no vamos a parar, nuestra lucha para acceder a la salud como derecho humano, inició hace más de 10 años con la historia de Marcelina, quien murió por negligencia médica y el desprecio que le tuvo el personal de salud del hospital general de tlapa, por ser una mujer, abuela indígena ñuu savi que no hablaba español.

Los cuerpos territorios de las mujeres indígenas no puede seguir siendo un laboratorio de experimentos crueles, ni un negocio para las clínicas particulares en la región montaña, que se vuelven usureros de la vida. Nuestro cuerpo constituye un elemento de nuestro territorio ancestral, cosmogónico lleno de sabiduría y memoria, que hemos habitado por miles de años, y por tanto merece ser respetado y tratado con dignidad.

Esto y más se necesita para decir “llegamos todas” porque hasta el momento, no llegamos todas las mujeres y mucho menos las mujeres indígenas.

Los problemas de salud entre la población son diversos. En algunos casos,  como no han visto médicos en años, o como no han dado solución a sus problemas cuando acudieron a sus citas, arrastran patologías desde hace años. Por esta razón, la prevención es otra de las preocupaciones del CAM. Creemos que mientras más se teje una relación de reciprocidad y tejido colectivo con los pobladores de las comunidades acompañadas, mejor podemos difundir herramientas de prevención  y orientar cuando es importante acudir al médico.

1 https://www.jornada.com.mx/2014/08/30/opinion/016o1pol