Las remesas, expresión de un fracaso

** El Ágora

/ Octavio Campos Ortiz /

Desde la Segunda Guerra Mundial, la economía norteamericana necesitó de la mano de obra mexicana. La contratación de braceros en los campos agrícolas, primero, luego en las fábricas manufactureras y después en lo servicios impulsó el desarrollo del coloso de norte y ayudó a mitigar el desempleo en nuestro país, que salvo durante el desarrollo estabilizador, siempre fue deficitaria la creación de fuentes de trabajo. Los paisanos migrantes lograron, en la mayoría de los casos, mejores niveles de vida y muchos de ellos se nacionalizaron sin perder sus raíces, por lo que históricamente han enviado dinero a sus familias o parientes.

Fue un ganar-ganar. Los americanos consiguieron mano de obra de calidad y productiva a bajo costo y atendieron las áreas donde no se quieren emplear sus connacionales, mientras que México se desentendía del fenómeno del desempleo y fortalecía el consumo interno con el circulante que enviaban los migrantes a sus familias, además de alentar el establecimiento de maquiladoras en el norte del país. Sin embargo, las recurrentes crisis económicas que hemos sufrido, así como la imposibilidad de crear las suficientes fuentes de trabajo para la población productiva nacional o atender las necesidades educativas de los jóvenes, provocaron el éxodo de millones de mexicanos que pretendieron y pretenden encontrar el sueño americano.

Muchos lo consiguen y otros se quedan en el intento, pero ninguna administración ha podido desalentar esa expulsión de connacionales que buscan lo que les niega su propio país. Ante el fracaso de los programas económicos que no resuelven el desempleo ni fomentan crecimiento o desarrollo, mucho del consumo interno se realiza gracias a las remesas, dólares que reciben millones de familias enviados por los paisanos. A los magros resultados reportados en nuestra economía, se suma la exportación de niños y jóvenes que buscan una mejor educación allende la frontera y la fuga de cerebros ante la imposibilidad de encontrar trabajo en su tierra.

Que millones de mexicanos residan en Estados Unidos para trabajar o estudiar es muestra de los fracasos sexenales. A esa vergüenza nacional se añade el despropósito de presentar el récord de envío de remesas a México como un éxito económico. 60 mil millones de dólares envían los paisanos, mientras que la inversión extranjera directa es de 35 mil millones. Las remesas son casi el doble que el dinero productivo de los inversores.

Pero los voceros oficiales insisten en presentar las cifras de las remesas como el gran logro económico de gobierno. Dinero que no entra a las arcas de la hacienda pública ni se puede etiquetar para invertir en temas como infraestructura, salud, educación, comunicaciones, agricultura, seguridad o servicios. Es efectivo que llega directo a las familias de oriundos de Zacatecas, Jalisco, Michoacán, Puebla, Oaxaca, Guanajuato, Veracruz, entre otras entidades expulsoras de braceros. No todo es miel sobre hojuelas, ya que uno de los efectos negativos de la fortaleza del super peso es la paridad con el dólar. Si un migrante enviaba 100 dólares hace meses, sus parientes recibían 2 mil pesos, hoy solo mil seiscientos noventa pesos. Así que el magnificado récord de las remesas no se refleja en el bolsillo ni en la canasta básica de ellos; así que, si los paisanos quieren que sus congéneres mantengan su capacidad de consumo, tendrán que trabajar más y enviarles un número mayor de verdes. Por cierto, tampoco la paridad monetaria es producto de un buen manejo de la economía, ya que las divisas sufren los efectos de un mundo globalizado y las presiones internacionales.

Finalmente, también las autoridades hacendarias debieran supervisar más el origen de las remesas, ya que hay indicios -sobre todo en tiempos de pandemia y la recesión en la Unión Americana-, de que el crimen organizado hacía envíos para lavar dinero.