Márgara Millán/
Una de las primeras voces que interpretó la pandemia como “un portal”, un pasaje por una experiencia de la cual no habría retorno a lo que antes era, fue Arundhati Roy. Su visión desde la India nos dejó conocer la exacerbación de lo que son los cuerpos “intocables” y la idea misma de la intocabilidad. Estos momentos donde la pandemia ha obligado al encierro, han sido y son momentos centrados en el cuerpo, de forma diversa: los cuerpos más vulnerables, los cuerpos que importan, los cuerpos que son “dispensables”. La centralidad del cuerpo en el tiempo suspendido de la pandemia nos deja ver la precariedad de su sostén material: su mala alimentación, su falta de salud, de fortaleza inmunitaria, como características generalizadas de gran parte de la población. La letalidad de esta pandemia, y de las que vengan, no puede entenderse sino a través de la precariedad de los cuerpos que la enfrentan y su vulnerabilidad. La verdadera pandemia llegó antes, y se acomodó en nuestros cuerpos, y no se irá con el fin del confinamiento y por supuesto, tampoco con la vacuna. El capitalismo del desastre (Naomi Klein) hará lo que sabe hacer: negocios con las crisis. Ya lo estamos viendo: la Unión Europea destinando enormes cantidades de recursos para la vacuna que será sólo para ellos. La carrera armamentista es hoy también la de las farmacéuticas. Pero ni un paso atrás en la depredación sistemática de los territorios y sus habitantes, en la precarización de la vida.
Así, sobre el cuerpo precarizado y vulnerable que produce el capitalismo y que rellena con el consumo de ilusiones y comida chatarra, ¿qué cuerpo oponemos? ¿qué cuerpos hacemos florecer?
Hoy no tenemos la cercanía física, el abrazo de las amigas que nos reconforta, ni siquiera podemos acompañar a nuestros muertos. Medidas todas traumáticas para las conexiones y costumbres del cuerpo colectivo que también somos. Paradójicamente, el efecto de distanciamiento y encierro de la pandemia también deja ver la ineludible interdependencia que habitamos, a una escala inédita. Todas y todos, naciones, comunidades, ciudades, municipios, han tenido que dar una respuesta frente al cuidado de la vida. Esas respuestas han sido disímbolas: ahí donde priva el autoritarismo y la vigilancia la respuesta ha sido brutalmente en contra de los cuerpos, de las poblaciones. Pero ahí donde se cultiva el cuerpo colectivo la respuesta ha sido el fortalecimiento de las redes, la gestión colectiva de las necesidades, el cuidado de sí y de los otros.
La situación extraordinaria que estamos habitando ha dejado ver de forma casi desnuda y cruda las estructuras de la desigualdad global en tanto estructuras del capitalismo, del racismo y del patriarcado. Es decir, los modelos fundantes atrás de los “eventos” se han vuelto más visibles y tienen un alcance mayor. La exacerbación de la violencia contra las mujeres que ocurre en el ámbito doméstico, el racismo en las calles manifiesto en la acción de la fuerza pública, la diferencia en la carga de morbilidad dependiendo de la clase y el color. Todo ello nos regresa una visión de “la humanidad” que no puede hablarse más en universales.
Conciencia ecológica
A esta radiografía que nos hace tan visibles las estructuras del despojo, de la impunidad, de la precarización de los cuerpos y de las vidas, se ha agregado la concientización intensa de la interdependencia como especie y con la naturaleza. Una conciencia ecológica en su sentido básico: las relaciones de los seres vivos entre sí y con la naturaleza. La pandemia de alguna forma está actuando pedagógicamente, con lecciones monumentales que develan la integralidad de la crisis que habitábamos antes de ella. La pandemia es un síntoma que devela la a-normalidad que vivimos. Un síntoma que deja ver las estructuras sociales que han generado la crisis subjetiva, social, política, económica, ambiental.
El abrazo, ese gesto vital que tenemos los humanos, reconfortante y dador de energía, es objeto ahora del escrutinio del protocolo: con mascarilla, mirando a lados opuestos, conteniendo la respiración y sólo por unos segundos. El abrazo como acto instintivo de afecto, es un gesto fundacional de la empatía y de la confianza entre (nos)otros. ¿Qué humanidad seremos sin los abrazos espontáneos? ¿Cómo sustituir la emoción que genera la cercanía deseada del otro(a)? La pandemia hace que el aparato sanitario intervenga las prácticas espontáneas frente al otro. ¿Aceptaremos esto como nueva normalidad? El rediseño y control de la espontaneidad de la vida cotidiana está en jaque. Nuestros lazos de afecto se ven intervenidos para controlar el contagio. Pero las bases mismas que han producido, y seguirán produciendo pandemias, quedan intocadas. ¿Permitiremos que el capital controle nuestras emociones y afectos, que siga haciendo negocio con las consecuencias que su mandato produce? ¿Cómo será para los niños y niñas asistir a una escuela donde los dos metros de distancia, la sanitización de las manos, el uso del tapabocas, sean los gestos cotidianos y reiterados de nuestro estar en el mundo? ¿Podrán jugar, ser creativos, desarrollar su imaginación en un espacio cuadriculado por la sana distancia? ¿Qué marcas, huellas y traumas quedarán en la experiencia vital de la distancia física? ¿Se traducirá irremediablemente en distanciamiento social, en potenciación segregativa?
El capitalismo, el patriarcado, el colonialismo, son estructuras que modelan y trabajan sobre el cuerpo, los cuerpos: el cuerpo dócil del proletario, la domesticación del cuerpo de la mujer, cuerpo reproductivo expropiado de decisión sobre sí mismo, la racialización / etnización de los no blancos, cuerpos carentes de humanidad, noción actualizada de distintas formas. Domesticar al cuerpo ha sido sin duda, una empresa histórica de la modernidad capitalista; separarlo del saber de sí. La quema de brujas forma parte de ese proceso como nos ha explicado S. Federici. El cuerpo medicalizado es también un cuerpo sin conocimiento de sí mismo, que se pone en manos del experto. Sin duda esto forma parte de la expropiación del gobierno de sí del que nos habla M. Foucault, y que también tematiza I. Illich en su análisis de las instituciones como des-habilitadoras de los saberes de los cuerpos colectivos. El cuerpo totalmente individualizado es también un cuerpo sin memoria, un cuerpo que transita, un cuerpo intercambiable. Sin duda, el cuerpo ideal para el capitalismo.
Rupturas
Pero hagamos un ejercicio de memoria: ¿dónde estábamos cuando entró la pandemia en escena? Andábamos en las calles. Éramos manada. Los movimientos de mujeres en el mundo, muy particularmente en Argentina, Chile, México, Uruguay, pero también Estados Unidos, España, Italia, desde al menos cinco años, han estado ocupando las calles, acuerpándose en torno a una crítica sistémica radical. La voz de esos cuerpos, algunas dirán esa cuerpa, ha ido tejiéndose interseccionalmente, ha participado también de muy diversos movimientos sociales que han marcado rupturas con lo que se ha entendido tradicionalmente como militancia. Piqueteras, zapatistas, feministas de todo tipo, mujeres de pueblos originarios, han estado hablando en una multitud de lenguas. El 8M fue masivo, y ya estábamos entrando a la pandemia. El 9M, un día sin mujeres, puso en el centro de otra manera lo que la pandemia amplificó: el trabajo de cuidados, el cuerpo de las desaparecidas, la violencia de género. Reconfigurando el mundo, proponiendo un modelo distinto de seguridad (a mi no me cuida la policía, me cuidan mis amigas); exigiendo la caída del patriarcado (no se va a caer, lo vamos a tirar); poniendo en el centro la sanación del cuerpo, los afectos, relevando la sororidad con todas sus complicaciones y desencuentros. Hacíamos estallar de colores los monumentos de las ciudades, los vidrios de los bancos, y seguimos diciendo, ¡será ley! Chile en sus calles enunció: por una vida digna de ser vivida. En otro registro de la misma voluntad encontramos en todo el mundo comunidades resistiendo a los grandes proyectos de despojo del capital global. Comunidades que actúan como cuerpos colectivos resistiendo y re-existiendo, es decir, actualizando sus mecanismos de autogestión, autocuidado y autodefensa. Tan sólo en México, en estos meses de pandemia ha habido seis defensores comunitarios asesinados. Los intereses que modelan el “desarrollo” no se detienen.
La nueva normalidad que gestiona el capital sin duda será a su favor: al estado se le pedirán los ajustes esperados, a la gente los sacrificios necesarios. El neoliberalismo no claudicará, y tampoco el patriarcado, al contrario, tensará todas sus anclas para seguir dominando. Y ahí están los cuerpos, nuestros cuerpos y sus subjetividades. ¿Seremos capaces de rebelarnos? ¿De instaurar una anti-normalidad?
Me parece que ya lo veníamos haciendo. Desde los lugares donde ya ocurre una política de lo cotidiano: redes de abasto, trueque, prácticas de sanación, redes de cuidado y de afecto, y también acciones de intervención política concertadas, como el paro feminista, los espacios de deliberación constante, la otra economía, la otra salud, la otra educación, las otras familias y parentescos elegidos, como lo han estado tejiendo colectivas y grupos en las urbes, comunidades y movimientos en sus espacios. Desde ahí se han ido transformando los cuerpos individuales y sociales, no sin problemas y conflictos internos. Muchas apostamos por esa lenta pero continua transformación / recuperación de un sentido común que es un sentido de lo común. Micropolítica de los cuerpos, que va asentando las bases materiales para la autonomía colectiva. ¿Apropiación de las tecnologías? Es sin duda un espacio: hackear las redes, seguir organizándonos. La puesta en común y la articulación a través de la web. El activismo y la protesta en redes y las manifestaciones en las calles, con y a pesar de la pandemia. Estamos frente a un cuerpo colectivo cyborg, translocal, que actúa por ejemplo, contra el racismo y el brutal actuar de la policía, pero también contra la violencia feminicida, y los megaproyectos que no se detienen.
Como dice Angela Davies, refiriéndose a las manifestaciones antiracistas en Estados Unidos y en varias ciudades del mundo:
“A menudo he dicho que uno nunca sabe cuándo las condiciones pueden dar lugar a una coyuntura como la actual, que cambia rápidamente la conciencia popular y de repente nos permite avanzar en la dirección del cambio radical. Si uno no se involucra en el trabajo en curso cuando surge tal momento, no podemos aprovechar las oportunidades para cambiar. Y, por supuesto, este momento pasará”.1
No sabemos aún que saldrá de todo esto, pero sabemos ya que lo que resulte tendrá que ver también con el grado en que la mayoría de las personas nos impliquemos y decidamos actuar.
Márgara Millán es socióloga y Doctora en Antropología, profesora de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y parte de la Red de feminismos descoloniales y de la Red morelense de apoyo al CNI-CIG.