Los 14 días en los que 150.000 mujeres no se callaron

El ‘hashtag’ #cuéntalo produjo cerca de tres millones de tuits que han sido examinados por un equipo de analistas de datos. De ellos, más de 50.000 son testimonios de violaciones, abusos o acoso.

Cuenta Paula que cuando ella era muy, muy pequeña, su padre abría la puerta de la habitación y se “colaba” en mitad de sus noches. El edredón desaparecía y ese era el pistoletazo de salida a recuerdos que guarda “como diapositivas”. No hay rencor ni ira ni deseo de venganza. “Pero están ahí”, dice después de un breve silencio al teléfono. El 27 de abril, a las 21.06, usó 219 de los 280 caracteres que permite Twitter: “Tengo 32 años y me despierto con miedo cuando se me cae el edredón por las noches. Cuando era pequeña me pasaba igual. El hombre que más tenía que haberme querido tiraba el edredón al suelo y ahí empezaba todo #cuéntalo”. Quiso formar parte de aquel hashtag que se había vuelto viral en cuestión de horas: “Decirlo de forma tan abierta fue una catarsis, difícil, pero catarsis”.

Ella fue una de las 790.000 mujeres —en su mayoría lo fueron, aunque también hubo hombres— que entre el 26 de abril y el 9 de mayo escribieron casi tres millones de tuits contando, compartiendo o contestando a historias como la suya. Un torrente que cruzó a América Latina. Más de 50.000 de aquellos mensajes fueron testimonios en primera y segunda persona: hablaban de asesinatos (9,8%), de violaciones (14%), de agresiones sexuales (28%), de maltrato (15,7%), de acoso (35,5%) o del miedo a salir de noche, a caminar sola, a llegar tarde a casa (29,5%). Hubo más de 3.500 relatos sobre violaciones a menores de 18 años y más de 1.000 a menores de 12.

Estas cifras son una radiografía del movimiento, espontáneo y de denuncia, en más de 60 países —34% de los testimonios se escribieron desde España, 32% desde Argentina, 8% de Colombia, 5% de Chile y Mexico— y se ha conocido este jueves 12 de diciembre después del trabajo de 10 analistas del Centro de Supercomputación de Barcelona (BSC por sus siglas en inglés), que, además, han creado una herramienta para que albergue los datos, permita su consulta y sirva para seguir recopilando testimonios; y una web que los recoge, Proyecto Cuéntalo.

El origen de todo ello está en La Manada. Aquel 26 de abril la Audiencia Provincial de Pamplona dictó sentencia: abuso sexual con prevalimiento para los cinco hombres que abusaron de una chica de 18 años durante la primera noche de San Fermín en 2016. Mientras las calles de decenas de ciudades se llenaban con una queja unánime sobre el delito —pedían una condena por agresión y no por abuso—, la periodista Virginia P. Alonso publicó La ‘no violación’, el relato de la agresión que sufrió cuando tenía 13 años, y Cristina Fallarás, también periodista, pensaba “me muero” al escuchar el veredicto.

“Creer o no creer es un acto consciente, y ni los hombres ni la justicia estaban creyendo en su relato [se refiere a la víctima de La Manada]. Y en parte es porque no existe este relato común. Decidí que tenía que llamar a la gente a contarlo”, cuenta Fallarás, que publicó el tuit que hizo nacer el movimiento #Cuéntalo esa misma tarde: “Este relato nos lo han hurtado. Debemos construirlo para que otras reconozcan…”. La respuesta masiva a su llamamiento produjo un documento que Fallarás califica como “una nueva memoria colectiva nunca antes narrada” que tiene números “abrumadores” y que “no se parece al Me Too porque no hay nadie conocido detrás”. Para ella este es un chorro horizontal en el que hubo 2,6 millones de retuits y 9.500 retuits con comentarios, 128.400 con contenido propio, y 22.500 respuestas.

Cuando Fallarás se dio cuenta de las dimensiones del hashtag, le pareció “una irresponsabilidad” llamar a las mujeres a “contar sus violencias” y que aquello pudiera desaparecer. Las historias de novios que violan a sus novias cuando ellas se emborrachan, tíos que soban a sus sobrinas durante una cena familiar, padres que se meten a hurtadillas en la habitación de sus hijas, desconocidos que se abalanzan sobre mujeres en un bar, que se masturban a escasos metros de alguna adolescente que camina por la calle, que arrinconan de madrugada, que arrancan los dientes de una mujer para obligarla después a practicar una felación.

“Era imprescindible conservar esa información, un aluvión como este da como resultado una realidad irrefutable”, explica. Mientras buscaba una forma de extraer y guardar aquellas narraciones, Aniol Maria y Vicenç Ruiz, dos archiveros de Barcelona, habían recuperado, uno a uno, todos aquellos tuits. A Fallarás se lo comunicó otra periodista, Karma Peiró, a través de la cual llegó también Fernando Cuchietti, un doctor en Física Cuántica dedicado al análisis y visualización de datos en el BSC. Acababa de nacer un equipo que, durante siete meses y de forma totalmente voluntaria, recopiló, clasificó y limpió los datos que presentan este jueves en el Teatro del Barrio, en Madrid.

“¿Quién puede atreverse a pensar que cientos de miles de historias son inventadas? Esta nueva memoria colectiva no depende de poderes patriarcales como el judicial o el policial, que es de donde salen las estadísticas oficiales [cifras que, reconocen las fuerzas y cuerpos de seguridad en España y el resto de Europa, están muy por debajo de la realidad, porque se calcula que solo denuncia la violencia alrededor de un 20%]. Esta sale directamente de las víctimas, que han visto en las redes sociales un lugar seguro y gratuito para denunciar. Nos estamos narrando ahí”, dice Fallarás. Un relato que habla de una violencia extendida, a cualquier edad y en cualquier parte y, sobre todo, perpetrada por conocidos y que genera una pregunta, según la periodista: “¿Contra qué luchamos cuando hablamos de la lucha contra la batalla de género?”

Para ella es algo que tiene que ver con la cantidad de casos que hay sin denunciar. “Es un hueco gordísimo que hace que la realidad que conocemos sea sesgada, y hemos construido nuestra idea de la violencia sobre esa realidad, una que ya no podemos negar. No después de esto. Ya no puede haber ese desentendimiento social, político, económico…”. Fallarás está convencida de que hay que eliminar la duda continua sobre las mujeres y basar todo el pensamiento que se articula alrededor de la violencia de género en la credibilidad de las víctimas: “Y para eso hay que saber cuántas son de verdad, para tomar medidas y decisiones basándose en el conocimiento. Esto es una forma de censar la violencia. Por eso estos datos y la herramienta que ha creado el BSC quedan a disposición de la Administración. Esto debe estar en manos públicas”.

Ahora, dice Fallarás, el camino es preguntarse cuántas de aquellas mujeres, después de decidir no callar más a golpe de tuit, lo hicieron a golpe de denuncia. “También cuánta responsabilidad tienen los medios y las instituciones públicas y los organismos en esa especie de silencio que se ha creado durante décadas”. Y que ya no existe.

Fuente: Mujeres.net

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