Los 155 agresores de mujeres .

DIEGO ENRIQUE OSORNO

Es cierto que Frida Guerrera eleva la voz en su nuevo libro, Con las niñas no (Editorial Aguilar), pero jamás lo hace para asumir una superioridad moral ni tampoco porque está instruida o es alguien que ha documentado a fondo el feminicidio infantil.

Frida escribe en ese tono alto porque ha hecho una inmersión profunda de la realidad de la que escribe. Se ha metido e intoxicado hasta lo hondo, no solo para obtener información y contar historias: ha puesto su periodismo al servicio de la justicia y, junto a un equipo de colaboradores, ha logrado la detención de aproximadamente 155 criminales.

Sí, 155 secuestradores, violadores y homicidas que han atacado mujeres y niñas no gozan de impunidad en el país de la impunidad, gracias al trabajo de Frida.

Como suele suceder con toda inmersión profunda en una causa, Frida ha sufrido también los efectos que esta intensidad genera. “Activista liosa”, “feminazi” y hasta “panista” le han dicho, por no hablar de más descalificaciones, desacreditaciones y amenazas de muerte contra alguien que no merece esto en lo absoluto, sino todo lo contrario.

Desde su compromiso probado y activo contra el feminicidio, ha marcado una posición de apoyo a movimientos feministas como #NiUnaMás y #NiUnaMenos, “pero –aclara– los que se escuchan desde años atrás, no los que surgen después de perder privilegios y que son orquestados por una oposición miserable”.

Con esa mirada asume también el compromiso de contar las historias desde la perspectiva de las víctimas. En su libro hay un capítulo titulado “Valentina: Brenda no es culpable”, el cual me parece crucial.

Más allá de la compleja y trágica situación presentada en el libro, comparto la descripción que hace Frida de una niña víctima de feminicidio: “Vale era una pequeña feliz, con hermoso cabello chino y ojos sublimes. Tenía una sonrisa contagiosa, era muy inteligente, sabía escribir a sus cuatro años. Le gustaba que mamá le oliera los pies y se los besara. Decía que era Moana. Su palabra favorita era familia y su color predilecto el rojo. Unos días antes de los infames hechos empezó a hablar de Dios, a pesar de que Brenda no se lo había inculcado, y hoy ese es el consuelo de esta madre: pensar que su pequeña está con Dios”.

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¿Qué hacer ante esta barbarie contra la niñez? A partir de su experiencia, Frida ofrece en su libro diversas propuestas, como la de crear un Registro Público Nacional de agresores sexuales y maltratadores infantiles a fin de intentar evitar que gente infame lastime a más seres indefensos. Varios de los casos detectados por Frida revelan que los feminicidas infantiles suelen ser reincidentes.

También está la idea de que cada vez que nazca un bebé se registre su ADN y el de su madre y padre, para que las víctimas no identificadas de feminicidio infantil dejen esos limbos terribles, se pueda localizar a sus padres y avanzar en las investigaciones de sus crímenes.

Otra de las iniciativas es la de impulsar un tipo de periodismo ignorado (u olvidado en el peor de los casos): el periodismo de infancias. Está claro que para visibilizar una problemática tan atroz en los medios de comunicación, es necesario un acompañamiento a las familias de las víctimas desde una posición que no solo tiene que ver con “cubrir” la nota en el momento, o hacer del dolor un espectáculo, al estilo Laura Bozzo. Acompañar significa hacer lo que dice y hace Frida: abrazar, escuchar y acercar apoyo legal de las mismas instancias gubernamentales que para eso están.

Es por eso que en Con las niñas no, la autora ahonda sobre su postura: “Necesitamos informar con perspectiva de género, sin sensacionalismo, sin caer en la vulgar nota amarillista, menos en la roja. Debemos informar sin revictimizar a las víctimas directas e indirectas, ponderando siempre la dignidad humana. Las redes sociales son otra historia: en ese espacio virtual, los internautas no tienen límites ni freno y, sin escrúpulos, exhiben a las víctimas, escudándose en que al compartir están ayudando a las víctimas, pero no es así”.

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A lo largo de su libro, Frida va compartiendo los nombres, testimonios y acciones de algunas y algunos de quienes han colaborado con ella en su labor. Está Rosa Alejandra Arce, artista forense; Dilcya Samantha García Espinosa de los Monteros, fiscal de Género del Estado de México; Sandra Pacheco García, activista y ex coordinadora de un Centro de Atención a Mujeres; Fabiola Alanís, directora de la Comisión Nacional de Víctimas; Alejandro Jaime Gómez Sánchez, fiscal general del Estado de México; y el comandante Rueda, policía de investigación especializado en delitos de género.

También está un misterioso pero valeroso colaborador nombrado solamente como Rich, así como también a su pareja Daniel y a Voces de la Ausencia, el colectivo de familias víctimas de feminicidio que ha ido conformándose al lado de esta comprometida periodista y activista que ha escrito un libro en la línea de denuncia y del nivel de Los demonios del edén, de Lydia Cacho, y de Los morros del narco, de Javier Valdez. Libros fundamentales que combaten la invisibilidad de las niñas y los niños de nuestro país más pesadillesco.

Frida ha escrito un libro doloroso pero imprescindible. Una denuncia documentada que arruga el corazón y agita la sangre. Una invitación a enfocar la enorme rabia de nuestro tiempo en una dirección urgente y necesaria
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