Por Elena Goicoechea
A Beatriz Gutiérrez Müller la presentaron como “First Lady” en su visita a la Casa Blanca y no los corrigió. No les dijo, como sí lo hizo a quienes la mantenemos, “yo no soy primera dama”. Quizá porque no entiende inglés. Quizá porque lo disfrutó…
Obvio es que su negativa a ser “primera dama” de México se trató no sólo de un desplante, fruto de la habitual arrogancia con la que busca reafirmarse; existe otro motivo más práctico: librarse de cualquier función o tarea que no le resulte agradable, porque como ella nos dejo claro: “no es médico”, ni enfermera, ni maestra, ni misionera,… si acaso, cuentacuentos. Ella, en menos palabras, no sirve para servir. Sirve para que le sirvan… a imagen y semejanza de su consorte. El derecho a recibir sin dar es lema de los “comunistas”.
Eso no obsta para que acepte los privilegios, los reflectores, el presupuesto y los planes glamorosos que incluye su “tiempo compartido” en el resort palaciego.
Cabe aclarar, por si queda duda, que cuando su “no graciosa bajestad” accede a asistir a algún evento oficial, se suele mal presentar no por sencilla (pues aunque parezcan trapos viejos, baratos no son) sino por naca. Así, simple y llanamente, naca, naca. Porque han de saber que la naquez (vulgaridad, grosería o cualquier conducta que demuestre falta de educación) no tiene relación con el color de la piel ni con el dinero y, evidentemente, tampoco con los grados académicos.
Ser naco tiene que ver con lo que no se ES, resultado de la carencia de ciertas cualidades que hacen grande a una persona, como son la nobleza de carácter, la clase, la elegancia, la prestancia, el saber estar, la compostura, la finura en el trato, la sencillez, la prudencia, la discreción, el tacto, los buenos modales, el interés genuino en el otro, así como la gracia… Me detendré en esta última.
Por “gracia” no me refiero a no poder aguantarse las ganas de hacerse la graciosa contando chistes dislocados, sino a la poco común disposición de espíritu que mueve a una persona a dar más de lo que se espera de ella o se considera su deber, en cualquier sentido. De ahí la expresión “gracias” cuando alguien da o hace algo que no tenía necesidad de hacer.
La gracia es ese extra de ti que dejas caer al paso y llena de luz cualquier lugar que pisas, haciendo que se sienta especial toda persona que miras o te mira.
Pocos poseen ese atributo tan escaso como es la gracia, cualidad exclusiva de los grandes hombres y mujeres.
Me vienen a la mente algunos rostros de mortales famosos… la princesa Diana, Audrey Hepburn, Densel Washington… La gracia es virtud de santos que descubres cuando lees sus vidas; tuvimos el privilegio de coincidir en el mismo tiempo terrenal que dos seres de luz como fueron Juan Pablo II y Teresa de Calcuta. Hablando en modo espiritual, estar en “gracia de Dios” significa ser agradable a sus ojos, no por mérito propio sino por su misericordia.
La gracia es una virtud gratuita para quien la da y para quien la recibe, que, más allá de los personajes conocidos que usé para ejemplificarla, poseen algunas personas anónimas de significativa influencia en nuestra vida, sobre la que dejan su huella indeleble.
Existe un adjetivo útil para calificar a quien carece de gracia: “desgraciado”. Hoy tenemos a una desgraciada calentando no sólo el catre presidencial sino las redes sociales cada vez que se para frente a un reflector. A ojos de demasiados mexicanos, la señora no es ejemplo de nada más que de aquello que no es pertinente SER, y menos en un lugar de privilegio.
Tengo que dar las gracias a Beatriz Gutiérrrez Müller por haber inspirado una reflexión tan interesante. No cabe duda de que hasta con el barro se pueden crear cosas útiles.
Y a ustedes, queridos amigos, por dispensarme su gentil e inmerecida atención, ¡gracias!