Los feminismos indígenas: la lucha por la esperanza

/Julieta Paredes/ Foto: Elena Hermosa, TROCAIRE /

…en una danza salvaje

que convoque a otras mujeres y éstas a otras más

hasta que seamos un batallón o un ejército de amor

que acabe con todas las miserias y opresiones

estamos buscando, buscamos todavía una mujer,

que mirando al sol

no cierre los ojos.

Yosahandi Navarrete Quan

Facultad de Filosofía y Letras UNAM

Entre las propuestas que se oponen y se rebelan ante la situación actual de discriminación, despojo y violencia, con el objetivo de hacer de Guatemala un país más incluyente y plurinacional, resaltan los feminismos indígenas. Estos feminismos cuestionan la marginación y el machismo como formas de opresión largamente aceptadas.

Para Julieta Paredes, la marginación está presente incluso en el planteamiento de reformas sociales, puesto que las mujeres siempre son vistas como “un sector entre tantos sectores, un tema entre tantos temas, un problema entre tantos problemas; (…) una minoría sin mucha importancia, que siempre puede esperar, pues hay cosas más importantes que hace ‘la mayoría’”. (2014: 49). Por eso la poeta boliviana afirma que, para iniciar cualquier transformación, hay que tener claro que las mujeres somos la mitad de todo.

Los feminismos indígenas proponen formas creativas de vida, que emanan de la comunidad misma, “como un principio incluyente que cuide la vida. ” (2014: 78). ¿Pero qué se entiende por feminismo? Para Paredes es sobre todo “… la lucha y la propuesta política de vida de cualquier mujer en cualquier lugar del mundo, en cualquier etapa de la historia que se haya rebelado ante el patriarcado que la oprime”. (2014: 76) Esta definición es sumamente importante pues establece un puente entre las luchas de las mujeres indígenas actuales y las de sus ancestras.

A más de 20 años de la firma de la paz en Guatemala, los territorios de las comunidades indígenas siguen concibiéndose como botín, producto de los intereses económicos de trasnacionales como mineras e hidroeléctricas, cuya consecuencia más directa es el recrudecimientos de la violencia. En este contexto, las propuestas feministas indígenas cobran relevancia a la hora de plantear sus demandas propias. Si la relación entre las comunidades originarias y el territorio ha sido considerada ancestralmente como íntima y sagrada, la relación entre la mujer y la tierra está presente desde los mismos mitos de creación, como el Popol Vuh. De ahí que el saqueo de las trasnacionales vulnere tanto al territorio como al cuerpo de las comunidades.

De acuerdo a Moore, el concepto de territorio-cuerpo es visto como el lugar de la enunciación, de “una memoria corporal e histórica propia”, que al mismo tiempo convive con la memoria de los pueblos a los que las mujeres pertenecen. Desde esta enunciación, se lucha por recuperar, sanar y liberar el territorio-tierra, que igual que el territorio-cuerpo de la mujer, ha estado expuesto a la expropiación y a la violencia. (Moore, 2018: 248-249). Al respecto, podríamos agregar que así como el cuerpo de la mujer sigue siendo violentado hasta el día de hoy, el despojo del territorio no solo refleja la vulnerabilidad de las comunidades de los pueblos originarios, sino de las mujeres mayas en particular, que ven afectadas su integridad física, emocional y espiritual.

Además de la lucha por el territorio, los feminismos indígenas también luchan por una vida digna al interior de la familia y de la comunidad. Si bien se han abierto brechas para la participación de la mujer, tanto en el arte, la educación y la política, entre otros ámbitos, la guerra dejó grandes secuelas que se han perpetuado hasta la fecha. Como señala Sanford, “La combinación de pobreza, la violencia post-genocidio y una generación quebrantada, sobreviviente del genocidio, han confluido en el aumento de la violencia intrafamiliar, de pareja íntima y comunitaria. El recurso del ejército a la violencia se repite en diferentes formas en toda la sociedad guatemalteca” (Sanford: 2020: 169).

Los más afectados por estas diferentes formas de violencia son principalmente los niños y las mujeres, quienes cuentan con menos recursos o herramientas para oponerse a la violencia o resolver los conflictos a los que se enfrentan, puesto que “las mujeres y niños son vistos como propiedad”. (Sanford: 2020: 169). Para entender los diferentes grados de violencia, basta nombrar los feminicidios, la persecución que sufren las defensoras del territorio, la extrema pobreza y la migración, que muchas veces deja a niños y mujeres en situaciones de extrema vulnerabilidad.

De acuerdo a Sanford, las políticas neoliberales no solo privilegian los mercados internacionales a los derechos territoriales ancestrales, culturales y lingüísticos. Además, ven a los pueblos indígenas como un obstáculo para el desarrollo nacional y no como una fuente de capital social, lo que agudiza el despojo y la exclusión. (Sanford: 2020: 169)

En este contexto surgen los feminismos indígenas, no solo para oponerse a lo anterior, sino también como alternativas a los discursos feministas occidentales que no siempre las representan pues, parafraseando a Moore, privilegian la idea de género como la principal fuente de opresión, sin considerar la experiencia de mujeres que no tienen las mismas vivencias de las mujeres blancas heterosexuales y de clase media, que son vistas tradicionalmente como los sujetos universales del feminismo. (Moore, 2018: 242).

En contraste, los feminismos comunitarios son concebidos a partir de una cosmovisión propia, derivados de sus conocimientos ancestrales, estableciendo propuestas alternas ante las diversas problemáticas a las que se enfrentan las mujeres en cada una de sus comunidades, pues como bien señala Audre, “sólo el reconocimiento de nuestras divisiones nos puede hacer avanzar hacia el establecimiento de un feminismo antirracista”. (Citada en Masson, 2011: 146).

El conjunto de estas propuestas contribuye al largo y difícil proceso que conlleva la lucha por la inclusión y el reconocimiento que una sociedad colonial y machista han negado y delegado por siglos. En este sentido, “La despatriarcalización se activa en torno a la erradicación de la dominación masculina heterosexual, heteronormada y sexista, mientras que la descolonización privilegia la eliminación de todas las formas de dominio derivadas de una historia de imperialismo, despojo, esclavitud, humillación y genocidio emprendidas por las metrópolis.” (Castañeda, 2020: 14).

Es innegable que desde el momento mismo de la implantación de la Colonia hasta nuestros días, las mayas han visto afectados sus derechos humanos doblemente, por ser indígenas y mujeres. De ahí que en las últimas décadas se hayan formado colectivos y grupos decididos a salir de la subalternidad, con propuestas que sean posibles e incluyentes: de su lengua, su cultura, su entorno y su ideología.

Como se ha señalado, no existe uno, sino diversos feminismos indígenas, que postulan perspectivas distintas para alcanzar sus objetivos de lucha. Como menciona Cumes, algunas le dan mayor énfasis a la reivindicación de su identidad maya, “sin perder el hecho de ser mujeres”, mientras que otras “le dan centralidad al ser mujeres sin perder el hecho de ser mayas”. (2012: 3). Por supuesto, también están las que no se sienten representadas por estos grupos y no se consideran feministas, aunque sí luchadoras sociales.

Dentro de estas diferentes posturas, hay objetivos comunes: respeto a una vida digna, sin violencia, con todas las implicaciones de lo que significa la dignidad: respeto a su cuerpo, su cultura, su cosmovisión, su lengua, su naturaleza y su cotidianeidad. Se busca, además, desterrar al racismo. Salir de la marginación y de la subalternidad, es decir, dejar de ser vistas como “la otredad”, aquello considerado extraño y ajeno desde la perspectiva occidental, para construir lo que Leyva llama “nosotridad”, concepto que surge de los movimientos de resistencia como el de los zapatistas en Chiapas, los colectivos de mujeres, y muchos otros “altermundistas, antisistémicos, antipatriarcales y antirracistas, donde han emergido nuevas maneras de entender y vivir el mundo”. (2020: 113).

Para esta autora, lo que se debe plantear es un pluriverso, es decir, “la multiplicidad de mundos que coexisten y (…) que nos hace ver que el mundo -contrariamente a lo que la modernidad nos ha hecho creer- está compuesto de muchos mundos, de muchas galaxias, (…) ‘un mundo donde quepan muchos mundos’”. (Leyva, 2020: 122).

Y para hacer estos mundos posibles, vale la pena hablar de los feminismos indígenas, como el feminismo comunitario, que no solo busca la vida digna de la mujer, sino del entorno donde vive y se desarrolla. A partir de conceptos como territorio-cuerpo y territorio-tierra, esta propuesta se sustenta en una epistemología alterna, que propone otra forma de pensar y sentir el mundo. Se concibe entonces que la opresión sexual es nada menos que una expresión clara de la dominación colonial, “lo que sugiere una doble despatriarcalización de los distintos territorios frente a las formas de opresión del capitalismo, pero también del patriarcado ancestral”. (Moore, 2018: 237)

Se trata, además, de hacer una crítica interna a los feminismos occidentales, con la finalidad de proponer otro tipo de conceptos y acciones. Para Moore el feminismo comunitario, por poner un ejemplo, representa una apuesta política que se ubica en el terreno de proyectos alternos, que permitan a grupos considerados como subalternos ser congruentes con ellos mismos. (Moore, 2018: 237-238). El hecho mismo de hablar de feminismo comunitario lo inserta en un colectivo que no solo incluye a mujeres, sino a toda su comunidad y al mundo que las rodea.

El feminismo en este caso, nos dice Paredes, adquiere sentido como una práctica política, relacionada con cuerpos, sí, pero también con pueblos y territorios particulares, que luchan por el buen vivir (citada en Moore, 2018: 246), convirtiendo la lucha de las mujeres en acciones comunitarias. Siguiendo esta línea de pensamiento, Cabnal señala que, desde esta concepción, la comunidad es un cuerpo que siente, piensa y se mueve, y que además, tiene la capacidad política para liberarse. Así, “Someter la mujer a la identidad del hombre o viceversa, es cercenar la mitad del potencial de la comunidad, sociedad o humanidad. Al someter a la mujer se somete a la comunidad, porque la mujer es la mitad de la comunidad y al someter una parte de la comunidad, los hombres se someten a sí mismos porque ellos también son la comunidad”. (2012: 14)

Estos postulados se sustentan en una cosmovisión alrededor de la cual “se desarrollan principios como: dualidad, complementariedad y equilibrio” (Cumes, 2012: 9), que refieren de manera clara a que hombres y mujeres mayas establecen entre sí una relación de “completud e interdependencia, cuyos aportes y esfuerzos compartidos se integran para construir su vida y sociedad”. (2012: 10)

Así, la lucha de las mujeres debe incluir a los hombres, concientizándolos e integrándolos a sus demandas en busca de una vida digna para todos, lejos de la violencia intrafamiliar y el machismo, que no solo afectan y resquebrajan el entorno social de los pueblos originarios, sino el de toda la sociedad guatemalteca en su conjunto.

El desafío es grande, pues implica cambios internos y externos. Cumes abre la discusión acerca de la permanencia o no de formas de vida largamente aceptadas. Por ejemplo, el lugar de la mujer como guardiana de la cultura, que si bien es cierto, también se produce en un contexto de desigualdad, dentro de un sistema opresivo colonial. (Cumes, 2012: 11). Y señala:

…considerar los espacios como la familia, la comunidad y el lugar de las mujeres (…) como algo sagrado e incuestionable, no permite ver las formas en que se dan las relaciones de poder. Es importante recordar que el tipo de familia y las comunidades, sin olvidar que son reductos de resistencia, fueron constituidas conforme a las “necesidades” coloniales. De esa cuenta, ser mujer u hombre indígena, ser mujer u hombre no indígena no es en absoluto ajeno a la configuración colonial de este país. Es decir, ha habido una colonización de la masculinidad y la feminidad tanto en mayas como en no indígenas, (…) construida en relaciones sociales y de poder. (Cumes, 2012: 11).

El reto entonces es que las mujeres mismas puedan decidir cuál es el lugar que desean ocupar dentro de su comunidad y su familia, donde prive ante todo su dignidad y el buen vivir. Lo que conlleva que se revindique el papel que tuvieron para mantener la vida de sus comunidades durante el periodo colonial, el conflicto armado y la posguerra, no solo material, sino espiritual, emocional y física, al crear y mantener redes de apoyo, cuyo fin era alimentar y curar a los demás y a sí mismas.

Al hablar de los feminismos indígenas y la incidencia que tienen en el pensamiento y el actuar de las mayas, así como de su influencia en la transformación que se está dando al interior de sus comunidades, vale la pena retomar las ideas de Anelí Villa Avendaño, para quien el rescate de la memoria de las mujeres es otra forma de resistencia y de lucha. Nada menos que una manifestación de lo que ella llama, un hilo de esperanza, que se ha perpetuado a lo largo de los siglos.

Podríamos concluir entonces que, tanto el rescate de la memoria al que han contribuido de manera importante las mujeres, así como las acciones comunitarias que se llevan a cabo a partir de los feminismos indígenas, implican una apuesta por el futuro y por la vida, ya que establecen una conexión entre el pasado y la posibilidad de un mejor futuro a partir de la transformación del presente, tamizado todo por la esperanza. (Villa, 2020: 206).

Referencias:

Cabnal, Lorena. (2012). “Documento en Construcción para aportar a las reflexiones continentales desde el feminismo comunitario, al paradigma ancestral originario del “Sumak Kawsay”-Buen vivir”. Disponible en: https://amismaxaj.files.wordpress.com/2012/09/buen-vivir-desde-el-feminismo-comunitario.pdf
Castañeda, Marta Patricia Salgado. (2020). “Prólogo”. En Ruiz Trejo Marisa G. (Coord.). Descolonizar y despatriarcalizar las Ciencias Sociales, la memoria y la vida en Chiapas, Centroamérica y el Caribe. San Cristóbal: Universidad Autónoma de Chiapas. Pp. 13-20.
Cumes, Aura Estela. (2012). “Mujeres indígenas, patriarcado y colonialismo: un desafío a la segregación comprensiva de las formas de dominio”. Anuario Hojas Warmi, No. 17. Barcelona: Facultad de Geografía e Historia de la Universitat de Barcelona. Pp. 1-16.
Leyva Solano, Xóchitl. (2020). “Nosotras, las mujeres racializadas en resistencia”. En Ruiz Trejo Marisa G. (Coord.). Descolonizar y despatriarcalizar las Ciencias Sociales, la memoria y la vida en Chiapas, Centroamérica y el Caribe. San Cristóbal: Universidad Autónoma de Chiapas. Pp. 111-125.
Masson, Sabine. (Septiembre-diciembre, 2011). “Sexo/género, clase, raza: feminismo descolonial frente a la globalización. Reflexiones inspiradas a partir de la lucha de las mujeres indígenas en Chiapas”. Andamios. Vol. 8, Número 17. México: Universidad Nacional Autónoma de México. Pp. 145-177.
Moore Torres, Catherine. (2018). “Feminismos del sur, abriendo caminos de descolonización. Los feminismos indígenas y los feminismos comunitarios”. Estudios Políticos. Colombia: Universidad de Antioquía, N0. 53. Pp. 237-259. https://revistas.udea.edu.co/index.php/estudiospoliticos/article/view/331398
Paredes, Lorena. (2014). Hilando fino. Desde el feminismo comunitario. México: Cooperativa El Rebozo, Zapateándole, Lente Flotante, En cortito que’s pa largo y AliFem. (2ª edición). Disponible en: https://sjlatinoamerica.files.wordpress.com/2013/06/paredes-julieta-hilando-fino-desde-el-feminismo-comunitario.pdf
Sanford, Victoria. (2020). “El impacto en la falta de certeza jurídica de la tierra de las comunidades indígenas en la vida de las mujeres y la familia”. En Ruiz Trejo Marisa G. (Coord.). Descolonizar y despatriarcalizar las Ciencias Sociales, la memoria y la vida en Chiapas, Centroamérica y el Caribe. San Cristóbal: Universidad Autónoma de Chiapas. Pp. 163-174.
Villa Avendaño Anelí. “Memorias de esperanza de y desde las mujeres: apuntes teóricos y metodológicos desde Guatemala”. En Ruiz Trejo Marisa G. (Coord.). Descolonizar y despatriarcalizar las Ciencias Sociales, la memoria y la vida en Chiapas, Centroamérica y el Caribe. San Cristóbal: Universidad Autónoma de Chiapas. Pp. 199-216.
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