**Los niños de Manhattan.

**LINOTIPIA

/ Peniley Ramírez/

Los niños están formados afuera de su escuela, en un barrio en el norte de Manhattan. A pocos kilómetros de allí está el hospital de Queens, un centro médico que se convirtió en el epicentro mundial de la pandemia de Covid en marzo de 2020. Los niños en la fila asisten a la misma escuela pública. Unos son de clase media; otros viven en refugios y su único alimento al día es lo que comen en la escuela. Hay niños que prácticamente perdieron el año escolar pasado porque en sus casas no había Internet, ni computadora.

En los meses anteriores a este día, la mayoría se enfrentó por primera vez a la sorpresa de que quienes los cuidan no podían contestarles qué estaba sucediendo, por qué no podían salir, ver a otras personas, ni tocarlas. Se enfrentaron por primera vez a la certeza de la muerte.

Los niños de esta escuela son un segmento de una sociedad profundamente desigual, la estadounidense, donde muchas de las decisiones sociales se toman en función de cuánto van a afectar la economía. Desde el punto de vista económico, un niño vacunado, con una vacuna cuyo costo no sobrepasa los 20 dólares, es un ahorro para un Estado que tendría que erogar miles de dólares en gastos médicos u hospitalarios si llegara a enfermarse gravemente por Covid.

En Estados Unidos hay más de 14 millones de niños con obesidad y diabetes, dos de las principales comorbilidades que se han presentado en los casos graves de Covid. En el segundo año de la pandemia, con la variante Delta, aumentó 10 veces la cantidad de niños hospitalizados y con enfermedad grave por Covid en Estados Unidos, como también lo hicieron en otros países de la región con niveles altos de desigualdad y rezago alimentario.

Cuando las autoridades recomendaron iniciar la vacunación desde los cinco años, dijeron que esta medida era crítica para reducir la transmisión y para prevenir las enfermedades graves. Antes de Estados Unidos, Cuba y Chile habían comenzado a vacunar a sus niños.

En Manhattan, muchos de los niños en esta fila pertenecen a familias de los segmentos de la sociedad estadounidense con mayores rezagos sociales, por discriminación de raza, de clase, de género. Pero hoy no les han preguntado su estatus migratorio ni cuál seguro médico tienen.

Muchos forman parte de las familias que viven en hacinamiento, cuyos miembros alimentan el sector de servicios en la ciudad que nunca paró, porque siempre había que preparar la comida, hacer las entregas a domicilio, proveer lo necesario a la otra parte de la ciudad que sí pudo quedarse en casa. Un niño enfermo, en este razonamiento, es uno que contagia a un adulto y retrasa todo un ciclo de vuelta al empleo, a la producción, a la recuperación de la economía.

Las vacunas pueden mirarse fríamente, desde esta perspectiva racional, o pueden mirarse como el derecho que tiene cualquier persona, sin importar su edad, a vivir y a tener salud.

Así que estos niños de la fila no son privilegiados, no deben loas a sus gobernantes. Ellos no saben que en la mayor parte del mundo los niños no tendrán acceso a las vacunas, por escasez o porque los políticos así lo quieren. Quizá tampoco saben que, en el país donde viven, el 30% de los adultos no se ha vacunado porque no quiere, cree que la vacuna es dañina, tiene miedo o no tiene información suficiente.

A pocos kilómetros de aquí, los gobernantes del mundo discuten en las Naciones Unidas. Hablan de las desigualdades y la corrupción. Y yo pienso en estos chicos, en esta fila, que hoy serán vacunados porque están aquí, en este momento y en este país, aunque tienen los mismos derechos que cualquier otro niño en cualquier otra parte.

Cuento todo esto para decir que es tarea de todos despolitizar el debate público alrededor de las vacunas, que es derecho de todas las personas recibir una vacuna de la que exista información suficiente, transparente y confiable. En esta fila afuera de la escuela, con niños temerosos y felices porque los vacunarán, no hay discursos políticos ni agendas de oposición. Y no se trata de ningún privilegio, porque no es ningún privilegio el derecho a vivir.