Sin tacto
Por Sergio González Levet
Platiqué ayer con un querido amigo -pongámosle Benito, aunque no es su nombre original- y me contó que en los últimos días ha sido presa de uno de los mayores tormentos que puede enfrentar el hombre moderno: tener que realizar un trámite burocrático.
Y es que no obstante los programas y planes y ejercicios y gratificaciones convencimientos y cursos que se han multiplicado en los últimos años, y a pesar también de la 4T, no ha sido posible erradicar la mala disposición de muchos empleados de gobierno que tienen entre sus funciones la atención al público (si usted es una de ellas o uno de ellos, estoy seguro que no cabe en esa definición, pero convendrá conmigo en que todavía hay malos burócratas que permiten que sus sentimientos o sus traumas dicten su forma de tratar a la clientela).
Benito me fue explicando las malas razones que lo llevaron a tener que sufrir ese calvario, y la verdad es que es digno de la mayor conmiseración, porque él no tendría que haber padecido las tortuosidades que me relató.
Todo el asunto era por la reposición de la tarjeta de circulación de un vehículo que ni siquiera era suyo. El auto lo había puesto a la venta su esposa recientemente, pero pertenecía a una de sus hermanas, quien le había pedido que ella se encargara de la venta, porque “no tenía tiempo, con tantos hijos encima y un marido que es un bueno para nada”.
Y como mi amigo es más bien un bueno para todo, pues se vio inmerso en el complicado y trabajoso proceso de vender un automóvil viejo y poco comercializable, lo que consiguió después de varias semanas de andar ofreciéndolo a individuos de toda laya y a señoras ignorantes de los principios básicos de la mecánica, pero muy exigentes con las condiciones particulares del vehículo: “Veo que la vestidura tiene una rajada bastante visible en el asiento del copiloto”, “El vidrio delantero ¿está roto, manchado o sucio?”, “Como que el radio suena raro”, etc.
Bueno, la cosa es que Benito hizo la venta, la cuñada se quejó de lo poco que había conseguido, y a la hora de entregar los papeles, resultó que no tenía la tarjeta de circulación, pues la habían extraviado sus sobrinos, que usaron el vehículo durante unas semanas, tiempo en el que consiguieron perder la llanta de refacción, hacerle dos abolladuras en la defensa delantera y varios rayones en la carrocería.
Benito nunca pensó que se iba a arrepentir tanto al decirlo, porque creía que la tal reposición era algo fácil, e incluso se podía iniciar por la vía del Internet.
Pero resultó que los papeles exigidos eran la cosa más difícil de conseguir, lo que implicó que el buen Benito tuviera que dar varias vueltas a oficinas y pagar algunos rezagos que tenía el famoso coche.
Y lo peor de todo, me dijo, “es que después de tantas vueltas, malas caras, interminables colas y pagos que no me tocaba hacer a mí, una vez que conseguí entregar el famoso documento a su nuevo dueño, mi cuñada me dijo que qué bueno que no me había tardado mucho, no fuera que le regresaran el auto… ¡y ni las gracias me dio!”
Ah qué los trámites y las familias.
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