En las últimas semanas el nombre de Marie Kondo ha ganado popularidad, en buena medida a raíz del estreno de Tidying Up with Marie Kondo (traducido en español como La magia del orden), una serie producida por Netflix que adapta el método de la autora japonesa para “ordenar” el lugar donde uno vive, deshacerse de aquello que uno no necesita y de esa manera generar felicidad a la vida. En una época caracterizada por el consumo desmedido y las más de las veces inconsciente, el llamado “método Marie Kondo”, que ha sido identificado con el minimalismo como forma de vida, sin duda puede parecer si no revolucionario, al menos sí alternativo en un grado poco habitual.
Hasta cierto punto podríamos pensar que Marie Kondo ha cautivado la manera occidental y moderna de concebir la existencia debido a su origen extranjero y específicamente japonés. En nuestro imaginario la cultura japonesa se considera disciplinada, sobria, refinada incluso. Japón es uno de los países con mejor calidad de vida, en casi todos los aspectos, y varias de sus ciudades tienen fama de ser epítome de la civilización y la convivencia ordenada. En ese panorama, una figura como Marie Kondo podría parecer hasta predecible.
Con todo, su aparición y la manera en que consiguió relevancia mundial no fue precisamente tan obvia. De hecho, en su biografía hay un episodio sumamente singular sin el cual nunca se hubiera convertido en una autora célebre y que en cierta forma excede toda imaginación al respecto.
Según contó en octubre de 2014 al diario The Australian, Kondo tuvo la “revelación” de su método en medio de una “especie de crisis nerviosa” (nervous breakdown), el término contemporáneo y un tanto suavizado que se da en la psiquiatría moderna al momento en que la mente es capaz de alterar a tal grado la percepción de la realidad, que el sujeto simplemente pierde contacto con ésta y de lo único que puede dar cuenta es de las imágenes que su psique produce. Se trata, en términos simples, de un episodio delirante y de locura auténtica, que en cierto sentido le puede ocurrir a cualquier persona, por las razones que expondremos a continuación. Pero antes, conozcamos la experiencia de Kondo:
Estaba obsesionada con todo lo que pudiera tirar a la basura. Un día tuve una especie de crisis nerviosa y me desmayé. Estuve inconsciente durante 2 horas. Cuando volví en mí escuché una voz misteriosa, como un dios del orden que me decía que viera mis cosas más de cerca. Y entonces me di cuenta de mi error: me estaba fijando únicamente en las cosas que podía tirar, cuando lo que debía estar haciendo es encontrar qué cosas conservar. Identifica las cosas que te hacen feliz: ese es el trabajo de ordenar.
En otras condiciones, es posible que Kondo hubiera tenido después de este episodio un destino muy diferente a aquel del que ahora goza. En la Europa medieval, por ejemplo, si su delirio hubiera estado protagonizado por Cristo, probablemente hubiera sentido el llamado de la vida monástica, o se hubiera encaminado a escribir poesía mística. En el siglo XIX, probablemente hubiera sido recluida en un hospital psiquiátrico y hubiera recibido tratamiento de choques eléctricos u otros afines. Sin embargo, no fue así, y su experiencia estuvo marcada por el “dios de la limpieza”, lo cual, por fortuna, la terminó convirtiendo inesperadamente en la autora de un best seller y la protagonista de una serie de alcance mundial.
En la psicología moderna, fue sobre todo Sigmund Freud quien delineó con claridad los mecanismos mediante los cuales la construcción de la realidad que se forma en el aparato psíquico del ser humano reemplaza a la realidad misma.
Para muchos esta idea puede parecer inadmisible, pues la mayoría estamos habituado a considerar la “realidad” como la “realidad”. Sin embargo, no es así como nuestra percepción y aprehensión de ésta ocurre. Entre la realidad en sí y la conceptualización que nos hacemos de la realidad para poder habitarla y entenderla existe una copia, por así decirlo, un duplicado que en algunos puntos coincide casi a la perfección (al grado de que no nos percatamos de su presencia), pero en otros la diferencia es tal que nuestra propia mente es capaz de rebelarse a ello.
Freud apoyó sus hipótesis sobre esta manera de proceder de la psique con dos ejemplos muy concretos, uno sumamente cotidiano y otro más bien radical, pero los dos una forma de “locura”, es decir, de separación entre la realidad y la construcción mental de la realidad. El primero, del que todos hemos tenido experiencia, son los sueños. Soñar es justamente una de las actividades más extraordinarias de la mente humana y, por donde se le vea, es expresión clara de su capacidad para crear un universo entero de significantes y significados que tienen como referencia la realidad pero no son en modo alguno ésta. El segundo es el delirio propio de la psicosis, en donde una persona vive más o menos lo mismo que todos cuando soñamos pero con la diferencia de que esto ocurre en su vida diurna, es decir, se trata de alucinaciones creadas con tal fuerza en su mente, que el sujeto perdió el control sobre ellas. Asimismo, todas las formas de “trastornos mentales” (neurosis, histeria, obsesión, etc.) son también expresión de un desfase entre la realidad y la idea que el sujeto tiene de la realidad, pues dan cuenta de una contradicción que el sujeto no sabe resolver con los recursos que posee en el marco de su concepción de la realidad.
En otro sentido, Michel Foucault fue el principal autor que enseñó a mirar la forma en que la locura fue recluida poco a poco entre los muros de ciertas instituciones creadas expresamente para el supuesto aislamiento de este fenómeno y, sobre todo, para su estudio. Las cárceles, los hospitales psiquiátricos y aun los consultorios médicos han formado parte de esta voluntad histórica por intentar si no controlar la locura, al menos tenerla cerca para vigilarla y conocerla.
Sin embargo, como el mismo Foucault mostró, dichos lugares sólo existen para encubrir un engaño que está a la vista de todos: la locura no se encuentra “recluida” ni controlada en dichos lugares, sino que está a la vista de todos, en la cultura misma que la crea, la fomenta, la deja crecer y en ocasiones incluso la recompensa.
Como vemos, la locura está más cerca de lo que solemos creer y, de hecho, el caso de Marie Kondo es un claro ejemplo de ello.