/ Alfonso Zárate /
Su talante rijoso lleva al presidente a meterse con quienquiera que tenga una mirada crítica hacia él, sus políticas o su gobierno. Reprueba a la UNAM, amarra navajas con España, boicotea la Cumbre de las Américas… La lista de los difamados e intimidades es larga: los neoliberales culpables de todos los males, los periodistas “que no se portan bien”, quienes estudiaron en el extranjero “donde solo aprenden a robar”, los abogados que trabajan para empresas extranjeras (“traidores a México”), las feministas que denuncian su conservadurismo los padres de los niños con cáncer porque son usados por los golpistas, los ambientalistas que denuncian proyectos como el tramo 5 del Tren Maya.
Y ahora se agregan obispos y sacerdotes que denuncian que el país está bañado en sangre y le exigen —como lo hacen expertos, académicos, empresarios y medios de comunicación— que revise su cándida estrategia en materia de seguridad pública, y sigue con Carlos Alazraki, un publicista que ha incursionado en el periodismo con un estilo muy vulgar y provocador, a quien López Obrador llama “hitleriano”, una expresión muy áspera, más tratándose de un miembro de la comunidad judía que, siendo minoritaria en nuestro país, tiene un poder económico y un sentido gregario que la convierte en un factor de presión que ningún gobierno puede soslayar.
Todo esto habla del carácter autoritario del Presidente y muestra lo profundo de sus resentimientos: es un hombre que odia, que no perdona, que es áspero con sus críticos, pero sumamente respetuoso con los criminales (no se atreve a decirle “Chapo” a Joaquín Guzmán Loera) y le pide a la gente que no considere como monstruos a los monstruos que secuestran, torturan y destazan seres humanos.
Ese afán de irse contra sus críticos muestra su creciente exasperación porque ya inició la cuenta regresiva de su mandato y la Cuarta Transformación no tiene con que sustentar la idea delirante de que México vive “un momento estelar en su historia.”
Pero no es cualquier cosa meterse con la Iglesia católica y decir que los sacerdotes “están muy apergollados por la oligarquía”, en un país en el que la inmensa mayoría de sus habitantes profesa esta religión y muchos se mantienen cercanos a sus pastores. Siempre ha existido un alto clero vinculado al poder económico y político y un bajo clero cercano al pueblo. Los sacerdotes asesinados pertenecían a ese ministerio.
Poco a poco van siendo más evidentes los trastornos que experimenta el presidente López Obrador, lo más reciente: su advertencia risible e imprudente de que si en Estados Unidos se condena a Julian Assange, iniciará una campaña para desmontar la Estatua de la Libertad, en Nueva York.
Las palabras de un Presidente que cuando no habla para adular al pueblo o victimizarse, lo hace para embaucar, ofender o intimidar, tienen un peso y unas implicaciones que López Obrador desestima y nadie entre sus cercanos se atreve a advertírselo. Y lo más preocupante es que no hay forma de que rectifique su estrategia de seguridad ni su comportamiento, no la hay porque es un hombre enfermo.
Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario.
@alfonsozarate