** Guadalupe Loaeza .
Ayer puse mi altar de muertos. Confieso que no me quedó tan bonito como el del año pasado: no puse papel de china picado, tampoco flores de cempasúchil y menos veladoras. Me limité a ofrecerle a mis muertos más cercanos: platitos de barro negro con tejocotes, cañas de azúcar, cacahuates y panes de muerto. De hecho, mi altar, este año, se ve triste y tan decaído como las palmeras de la costera Miguel Alemán de Acapulco después del huracán Otis. De alguna manera quería incluir la fotografía de los 46 muertos más los desaparecidos, hasta ayer víctimas del fenómeno meteorológico que azotó al puerto. También pensé en los muertos de israelíes y palestinos, como resultado de la guerra iniciada por los terroristas de Hamás. Cómo olvidarme de las víctimas causadas por la agresión rusa, cuántos ucranianos han muerto y seguirán muriendo por esta guerra.
Dicho lo anterior lo que más me ha afectado es la destrucción de Acapulco, además de que está más cerca, lo tengo muy presente por diferentes circunstancias. Todavía veo a mi madre, a fines de los cincuenta, ir muy temprano al mercado del puerto para comprar pescado para la comida. Su prima hermana Esthercita Aguirre nos había prestado su casa que se encontraba en el centro, no lejos del Fuerte de San Diego (donde se dice que solía llegar el Galeón de Manila, conocido como la Nao de China). Nunca olvidaré esos días en los que también iban todos los amigos de mi hermano dizque a estudiar para los exámenes de Derecho, carrera en la que hacían sus pininos. Nunca los vi abrir un libro; sin embargo, diario jugaban al “golfito”, iban a ver a las chicas en traje de baño a la playa “Hornitos” y en la tarde noche, iban a ver la puesta de sol al Pie de la Cuesta.
En esta ocasión, y por primera vez, puse la foto de Agustín Lara al lado de María Félix. La incluí por la maravillosa canción del compositor que le dedicó a María como regalo de bodas. Dicen que Lara compuso el tema en el bar Beachcomber del hotel Casa Blanca de Acapulco en 1946. Aparentemente, escribió la letra en una servilleta de papel y se la entregó a María en la playa la misma noche. Por otro lado, hay quienes dicen que la compuso en el hotel Papagayo, frente a la playa de Hornos. Sea como sea, la letra de esta canción tan famosa mundialmente, ya no corresponde a la nueva realidad del puerto de Acapulco después de la catástrofe. De todas las estrofas de la canción, la que más me gusta es esta: “La luna que nos miraba ya hacía ratito, se hizo un poquito desentendida, cuando la vi escondida, me arrodillé pa besarte y así entregarte toda mi vida”. Esa luna tan bella y característica de Acapulco, ¿se habrá hecho también la desentendida la noche del huracán? ¿A dónde se habrá metido? ¿Por qué no alertó a los acapulqueños y a los turistas? Puesto que “el evento inició después de que el centro de huracanes de Estados Unidos alertó que se trataba de un huracán ‘extremadamente peligroso’ y terminó solo dos horas antes de que el desastre fuera inevitable, ya que el huracán impactó tierra a las 00:25 horas”. Ayer me contó mi amigo Alfonso, un profesional de golf en el hotel Pierre Marques, que estuvo presente durante el desastre que desde su departamento que se encuentra en el edificio “Cronos” de Pichilingue en el décimo piso, en la bahía de Puerto Marqués, creyó morir esa noche. Nada más había cuatro habitantes en el edificio. Esto fue lo que me contó: “Agarré unas jergas y las amarré en los canceles de las ventanas que dan a la terraza y yo también me amarré y apreté los canceles casi dos horas para no perder los muebles de mi departamento. Las ventanas de la cocina volaron y también de un baño interior. En la terraza había unos muebles de fierro muy pesados que volaron hacia la alberca. Desde que nací en este puerto hace 75 años, nunca había sentido un viento tan intenso y creí que me moría. Si no me hubiera agarrado de las dos jergas y no me hubiera mantenido de pie dos horas, también yo hubiera volado”. Cuando nos despedimos, me aseguró Alfonso que Acapulco iba a renacer por el amor que tenemos todos los mexicanos por el puerto. Como cada año el matrimonio Biden montó un vistoso altar de muertos en la Casa Blanca, en esta ocasión seguramente dedicado a los muertos de Acapulco. “Me entristece profundamente la pérdida de vidas y la devastación causada por el huracán Otis, esta semana en México. Nuestros corazones están con todos los afectados por esta terrible tormenta”, detalló el presidente de Estados Unidos en un comunicado que publicó en la Casa Blanca.
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