Muy machos.

Soledad Loaeza.

Periódicamente los hombres ocultan su profundo convencimiento de que son muy machos, y ya sabemos lo que eso significa: creen firme y profundamente en su incontestable superioridad de origen, fundan sus pretensiones de autoridad y de estatus en el azar de su concepción. Esperan, además, todo tipo de privilegios, tratamientos especiales, derechos sobre los derechos de las mujeres. No dudo que el dramatismo de las protestas de las mujeres del 8 y 9 de marzo le haya causado a muchos de ellos una gran incomodidad. Habrán recordado en silencio comportamientos vergonzosos hacia hermanas, compañeras de clase, novias, hasta a la mamacita le habrá tocado algún zarpazo de la soberbia masculina.

Lamentablemente, el tiempo disipará su arrepentimiento, así como su apoyo a la causa de la igualdad femenina, y con toda naturalidad resurgirán sus actitudes más elementales. Habrá quienes insistan en la tesis oficial de que la sociedad mexicana está lastrada por la desigualdad toda ella, y que la condición de las mujeres no es diferente de la de los hombres. ¿Será?

Me parece que quienes sostienen esa postura no quieren ver que dentro de la desigualdad general hay todavía otras que imponen los valores y las normas sociales. Por ejemplo, en los reclusorios masculinos los días de visita el locutorio se desborda de esposas, novias, madres, hijas y parentela en general que desde muy temprano se apersonan con todo tipo de regalos para su recluso. El contraste con los reclusorios femeninos es muy grande porque allí las visitas son escasas. El estigma de una madre, hija o esposa prisionera pesa seriamente sobre los familiares que prefieren olvidarla, incluso si está en la cárcel por complicidad con un hombre de la familia.

Hasta donde yo sé a ningún macho le pegan cuando no tiene ganas de tener relaciones sexuales; le exigen que llegue al matrimonio con la vara de nardo que representa la castidad de San José, o que le sirva la cena a la media noche a su señora, cuando llega con sus amigotas después de varias horas en el bar.

Sé que las mujeres que se defienden son unas “provocadoras” y que las que protestan son vistas con desconfianza porque son “conflictivas”. Cuando una de ellas se candidatea para un puesto de autoridad con frecuencia es rechazada porque, dicen, los mismos hombres que fijan las reglas del juego, que puede ser muy competente, pero “tiene mal carácter”, y en su lugar eligen a un incompetente que termina pateando a todo el mundo, pero se entiende porque “así son los hombres”.

El machismo es una actitud bien arraigada en el universo masculino. Ya lo vimos, desafiar incluso al temible coronavirus; ya vimos a los machos mostrar cuán valientes son que no usan gel ni se someten a reglas que son para niñas nerviosas, y con el mismo desdén que Pedro Infante mostraba por el efecto del mezcal que probablemente lo dejaría tirado en el piso, se besan y abrazan no nada más porque son muy machos, también son excepcionales. O eso creen.

Antes el machismo era prueba de masculinidad, era un atributo que expresaba valentía, coraje. Ahora es una ridiculez. En el siglo XXI, el macho es un personaje de tarjetón del juego de lotería porque si los hombre no han cambiado, las mujeres sí hemos cambiado. Ya no creemos que nuestro lugar en el mundo está subordinado a la autoridad de los hombres. Ya no somos la hija de.., la esposa de.., la hermana de… Tenemos cada una, una identidad propia y diferenciada de la de los hombres con los que tenemos una relación, y por eso ya no importa que se sientan muy machos. Allá ellos.

Soledad Loaeza
Profesora-investigadora emérita de El Colegio de México. Premio Nacional de Ciencias y Artes 2010. Su más reciente libro es La restauración de la Iglesia católica en la transición mexicana.

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