NECESITAMOS UN PRINCIPIO QUE NOS EQUILIBRE FRENTE A LAS EMOCIONES.

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/Luis M. Maínez /

De niño, Gregorio Luri (Navarra, 1955) quería ser delantero centro del Osasuna, pero pronto se dio cuenta de que no tenía las cualidades que le permitirían alcanzar esa excelencia. A partir de entonces, Luri se dedicó a estudiar, a leer y a enseñar a alumnos de todos los niveles. También a contar su experiencia en este campo: ha firmado más de dos decenas de libros en el último cuarto de siglo y se ha convertido en uno de los pensadores conservadores de referencia. Charlamos con él de uno de sus últimos libros, ‘La escuela no es un parque de atracciones’ (Ariel, 2020), donde reflexiona sobre la deriva de la educación basada en las emociones y el rechazo a la excelencia, entre otros muchos temas.

¿Qué objetivo hay detrás de las nuevas tendencias educativas?

Estoy totalmente convencido de que la gente actúa de buena fe, pero sin una base de conocimiento, esta puede llevarte al desastre. En este caso hay más ideología que psicología o pedagogía. Hannah Arendt decía que la escuela debe educar para el mundo real, que es el mundo donde va a estar el niño, pero hoy se quiere situar al niño en un mundo que no va a existir. Creemos que cambiará el mundo a través de él, pero lo que hay que decirle es que después de que la princesa y el príncipe se casaran había que pagar facturas y lidiar con los suegros.

Si el sistema original fuera tan malo…

Claro, pienso muchas veces en lo bueno que debe ser el sistema viejo cuando de él han salido tantas mentes brillantes con tanta capacidad crítica. No estoy en contra de las mejoras que sean necesarias, pero me interesa más el concepto «mejorar» que el concepto «cambiar». Creo que lo noble es mejorar conociendo tu situación y, del mismo modo, creo que lo bueno es más noble que lo nuevo. Hoy hay muchas personas que creen que si algo es nuevo ya está justificado. Es aquello que decía un conservador español en el siglo XIX: progresar es subir, no correr.

Usted ha hablado de las bondades del conservadurismo no solo en el campo educativo. ¿Qué ha sucedido para que las nuevas generaciones solo piensen en el cambio? ¿Tiene alguna relación con el sistema productivo de consumo constante?

El conservadurismo no es contrario al cambio, sería absurdo. Y, desde luego, yo no lo soy. Las grandes figuras en la historia del conservadurismo no querían volver a la Edad Media, sino imaginar un futuro. Lo que caracteriza al conservador no es la negación al cambio, sino la valoración de la mejora por encima del cambio; es decir, lo bueno por encima de lo nuevo.

¿La excelencia va unida a la capacidad del individuo en cuestión o a su adaptación al sistema educativo?

La excelencia en su sentido etimológico propio es el desarrollo óptimo de una función. Yo te aseguro que soy excelente a la hora de hacer una tortilla de patata o cualquier plato de bacalao, pero si me llevas a bailes de salón, como mi mujer se ha empeñado varias veces, no soy nada excelente; soy malo, horroroso. Tú tienes que saber cuál es la función que tienes y saber si eres apto o excelente para la función. El rechazo al concepto de excelencia crea más confusión de la que ya existe. Hace poco me contaban el ejemplo de una escuela privada –y cara– en Mallorca. Una profesora puso como deberes una redacción sobre un soneto de Shakespeare. Una alumna hizo la redacción varias veces, pero el profesor le corrigió todas las versiones y le mandó repetirla. Cuando presentó la cuarta redacción, la profesora la comparó con la primera y le preguntó a la alumna: ¿no crees que has mejorado? Ella dijo: sí. Eso es la excelencia. Ahora bien, ¿habría que ir a un colegio privado para conseguir la excelencia? Espero que no. La intención es cuestión del resultado. Nuestras intenciones son todas excelentes.

«Valorar la objetividad de los resultados es lo que da la oportunidad de conocerte de manera objetiva»

Hoy, por el clima emocional que nos domina, tenemos la conciencia de que somos mejores que nuestros actos, como si nuestros actos no fueran del todo responsabilidad nuestra. Si yo me pongo a escribir y hago un articulo mediocre para un periódico, me lo cogerán; si escribo tres artículos mediocres, me dejarán de dar trabajo. Valorar la objetividad de los resultados es lo que da la oportunidad de conocerte de manera objetiva, y la objetividad es lo que ha de caracterizar a un adulto. Un niño es un ser con más energía que sentido común para controlarla, un ser que está aprendiendo a dominarse a sí mismo. Cuando vamos a un médico, si observamos que tiene buena intención nos parecerá muy agradable, pero lo que queremos es que nos cure. Ahora mismo hay un cierto pudor a la hora de reconocerlo porque así aparecen las diferencias entre unos y otros y, claro, no queremos que haya diferencias entre unos y otros.

Otro asunto importante es la delegación de las responsabilidades en los otros.

El que actúa mal siempre se escuda en que lo hace por una influencia maligna que le ha llevado a eso. Pero, claro, ¿entonces cuándo actuamos bien? Es curioso: queremos quitarnos de encima los malos actos, pero los buenos los reclamamos para nosotros. Si todo influye, no puedes decir que es cosa tuya ni lo malo ni lo bueno; al final no somos ni inocentes ni culpables, sino amorales, pero yo quiero vivir en un mundo en el que si salgo a la calle y me atropella un coche pueda reclamarle al que conduce qué es lo que estaba haciendo. Claro que hay familias que hacen daño a los niños y acaban desestructurando su psicología, pero no son casos habituales, sino patológicos.

En ocasiones se califica el lenguaje del alumnado como mediocre. Por tu defensa de la lectura en voz alta, ¿es esta la mayor lacra de la educación actual?

Cuando no tienes palabras, no tienes imágenes correctas del mundo: no sabes nombrar las cosas. Por eso soy un tanto reacio a que se intente educar a los niños pequeños en base a las emociones. Lo que habría que hacer es proporcionarles un lenguaje que les enseñe a saber lo que les pasa. La falta de lenguaje es un empobrecimiento general del mundo propio. Y no solo hablamos de palabras: ¿cómo puedes razonar si no sabes hacer oraciones subordinadas? Cuando hablo de aprendizaje y valoro la memoria, en el último extremo lo que creo es que el aprendizaje ha de crear un residuo lingüístico en la memoria; ha de incrementar tus competencias. Es posible diferenciar enseguida a una persona que sabe argumentar su pensamiento de una persona que solo sabe expresar opiniones. No podemos pensar ni tener vida interior sin lenguaje.

«La falta de lenguaje es un empobrecimiento general del mundo propio»

¿Puede encontrar la educación un futuro fuera de la razón? ¿Hay un alma sensible e irracional a la que llegar por la educación de las emociones?

No es posible. Tarde o temprano nos daremos cuenta de que las emociones no saben controlarse a sí mismas; ese principio emocional es la imagen de la persona que quieres ser. Si yo quiero ser un futbolista, tendré que desarrollar ciertas emociones: capacidad de superación, de resistencia, de aguante frente a la humillación. Siempre necesitamos un principio no-emocional que nos equilibre las emociones. Es posible percibir esto cuando te encuentras a personas que decimos que son «equilibradas» o «desequilibradas». Las personas desequilibradas, a día de hoy cada vez más habituales, son caprichosas, frágiles y carecen de un principio no-emocional que las oriente. Yo sigo pensando que la ética aristotélica sigue siendo válida: la idea de que la virtud está en el equilibrio o en el termino medio sigue siendo verdad. El hecho de que se hable o no de eso no me importa. A mí me importa entender el mundo con categorías que me lo expliquen bien. No tengo necesidad de ser más moderno que nadie, sino de entender el mundo bien.

Hay quien sostiene que la posmodernidad nos ha abocado a la entropía y al desorden. De ser así, ¿cómo recuperar las virtudes del orden en nuestras vidas?

Creo que todos tenemos una responsabilidad con los nuestros. La autodisciplina es fundamental para todo: no es amargarse la vida, sino organizar tus prioridades en base al tiempo que tienes. Eso es mucho más inteligente y beneficioso que no tener capacidad para organizar tus prioridades y dejarte llevar siempre por el capricho; y no estoy en contra de este último. Yo conocí a Zygmunt Bauman en Canarias. Se había muerto su mujer y acababa de volver a casarse rápidamente con su secretaria de toda la vida. Cuando le pregunté por este matrimonio tan temprano me dijo: «La sociedad puede ser líquida, pero los amores tienen que ser sólidos». Para poder moverte en una sociedad fluida necesitas tener certezas que te permitan no ser arrastrado por la corriente.

En el libro, de hecho, hablas de que «el objetivo central de la educación es la creación de una capacidad de autocontrol […] la dilación de la acción inmediata».

Esta frase pertenece al padre de las pedagogías innovadoras, John Dewey, y me parece esencial. ¿Qué es un niño? Aquel que tiene más energía que sentido común para controlarlo. Cuando quiere algo, lo quiere, y si no se lo das te hace una rabieta. El adulto es aquel que, antes de hacer algo, se para un segundo antes para pensar en sus consecuencias. Por tanto, una persona es más adulta cuanto más sepa reprimir durante unos instantes su deseo y pensar en sus consecuencias. Si no eres capaz de eso, a pesar de tu edad, serás un niño toda la vida. Ningún adulto es perfecto, claro: como decía San Agustín, alguna vez nos descubrimos haciendo lo que sabemos que no nos conviene. No obstante, no se trata de reprimirse y de consolarse, sino de saber si uno está en el momento de hacer lo que quiere hacer.

¿Debe estar la familia siempre presente en la educación o a veces se puede (o debe) prescindir de ella?

Aquí no existe el debate que se plantea muchas veces. Todas las familias hacen lo que creen que deben hacer. Si yo tengo unos valores determinados y esos valores coinciden con la escuela a la que van mis hijos, entonces no tendré problemas. Pero ninguna familia, si es mínimamente sensata, se inhibe de educar a sus hijos. A mí me interesó educar a mis hijos en el hábito de la ducha diaria. Soy un maniático, sí, un represor: reprimo el instinto de no ducharse habitualmente porque lo considero un valor. Si yo considero algo un valor, ¿cómo no lo voy a querer para mis hijos? Todas las familias quieren para sus hijos lo que a ellas les parece más valioso. Aquí no hay debate alguno. El debate, en realidad, está en si la escuela pública puede responder a la diversidad de valores que hay en las distintas familias. Dicho de otra forma, si yo creo en determinados valores, querré que a mis hijos los eduquen en esos valores. Y si esos valores, además, son constitucionales, ¿quién tiene la autoridad para negarme ese derecho? Hace poco, Carlos Fernández Liria cometía conmigo una falacia porque decía que la escuela pública tiene la mayor pluralidad al encontrarte a gente de todo tipo. Pero a lo mejor yo no quiero que haya gente de todo tipo. Te lo planteo de esta otra forma: estoy totalmente a favor de los medios de transporte públicos, pero tengo también mi coche privado.