Niños sicarios en un México convulso .

Abro Hilo

Marcela Vázquez Garza

Entre gritos, balazos, fuego y un aire de terror, ayer despertaba la ciudad de Culiacán, Sinaloa. Los medios de comunicación y las redes sociales, entre otras fuentes de información, se inundaban de historias que relataban lo que llamaron “el nuevo Culiacanazo”.

Al convertirse rápidamente en tendencia, resulta imprescindible capitalizar el alcance y dar visibilidad a una realidad de la cual pareciera que preferimos deslindarnos y, a pesar de los gritos, los balazos y el fuego, no lograra despertarnos: las infancias y adolescencias en la delincuencia organizada.

En México hay más de 300 mil niños y niñas reclutados por el crimen organizado, según datos de la asociación civil Reinserta. Por otra parte, la Red por los Derechos de la Infancia en México (Redim) calcula –pues no hay cifras oficiales, ya que el delito de reclutamiento no está tipificado en la ley– que entre 145 mil y 250 mil infantes y adolescentes están en riesgo de ser reclutados o utilizados por grupos delictivos en el país, principalmente para labores de halcones, sicarios y secuestros. Además, se estima que el involucramiento ha ocasionado más de 20 mil casos de homicidio doloso y siete mil desapariciones de menores en los últimos siete años.

El director general del Observatorio Nacional Ciudadano de Seguridad, Justicia y Legalidad (ONC), Francisco Rivas, apuntó que el contexto social es el detonante para el fenómeno del reclutamiento. Por contexto a social, Redim y el ONC puntualizan los siguientes factores: el entorno familiar, la pobreza, la marginación, el abandono, la falta de oportunidades, la violencia familiar y la cercanía a zonas con presencia de grupos delictivos.

Es fundamental, como menciona la psicóloga y cofundadora de Reinserta, Saskia Niño de Rivera, comprender a fondo los detalles de dichos factores, pues condenar y recluir no es suficiente, entender para prevenir sí lo es.

México es el segundo país a nivel mundial en donde se comete el mayor número de agravios contra menores (Unicef). Específicamente sobre violencia infantil intrafamiliar, según datos de la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares ENDIREH de 2016, los adolescentes entre los 15 y 18 años declararon que 26.1% había sufrido violencia: 20.4% física, 10.5% emocional y 5.5% sexual.

En cuanto a cifras de abandono se calcula que más de 29 mil niños, niñas y adolescentes viven en orfanatos o albergues, además cerca de cinco millones de infancias mexicanas se encuentran en riesgo de perder el cuidado de sus familias por pobreza, adicciones, violencia intrafamiliar o procesos judiciales (estudio de Aldeas Infantiles SOS). Faltaría decir, que más de la mitad de los niños y niñas menores de seis años en México se encuentran en condiciones de pobreza, de los cuales, cuatro millones en situación de pobreza extrema (Sipinna).

La falta de oportunidades sumada a la cultura de corrupción que vive el país, en palabras del antropólogo Jaris Mujica, la corrupción pareciera ser una manera de fácil acceso a la reducción de incertidumbre, una manera en la que se burlan los procesos y sistemas burocráticos para obtener con rapidez algún beneficio de manera asegurada; siendo la delincuencia –en cualquiera de sus expresiones– la principal respuesta a la inaccesibilidad y la exclusión.

Parecería un tanto irónico describir el factor de la cercanía a zonas con presencia de grupos delictivos, pues, tomando en consideración únicamente los principales siete identificados en los mapas de criminalidad, estaríamos hablando de la totalidad de la República Mexicana. Podríamos, entonces, buscar comprender la cercanía a tales grupos no desde la proximidad geográfica, sino la cultural. Rossana Reguillo, investigadora del ITESO, señaló que “las figuras que representan la dimensión ética de la sociedad se encuentran deterioradas y no hay una correspondencia entre los valores éticos y el reconocimiento social, en los ojos de muchos niños y niñas no hay diferencia cualitativa entre el policía y narcotraficante”.

Realizando un desglose de cada indicador resulta tanto desconcertante, como brutal. Concebir la idea de que el alistamiento de las infancias y adolescencias a grupos pandilleros o al crimen organizado es un escape de la precariedad social, tal vez sea lo que pueda generar el despertar, la responsabilidad y el recuerdo de un compromiso que por mucho tiempo se llevó el viento, entre los gritos, los balazos y el fuego.

Publicada el 7 de enero en Excelsior.