Notas de esperanza: Acapulco .

*

/ Clara Scherer /

Lo primero indiscutible: las niñas y los niños. Por ellos, recordar los cantos y los cuentos, las risas y los bailes. Les urge agua y comida, pero también sonrisas y bromas. La esperanza se esconde en la mirada de alguien cercano. Mírenlas, mírenlos a los ojos. Ellas y ellos encontrarán la razón de su vida.

Y luego, ya no importa mucho el orden de las prioridades, porque cada quien tiene urgencias muy personales. A todas y todos les hace falta hablar de lo que vivieron, cómo fue que se salvaron, qué pensaron, qué les hizo daño, qué les alegró, aunque fuera sólo un minuto. Escuchemos y hablemos. Escribamos y volvamos a soñar.

Dicen quienes saben de comunidade que “todos dependemos de todos y eso tiene algo de bueno: hace crecer nuestro derecho a exigir de los demás cordura, decencia y justa generosidad, y nuestra paralela obligación de rechazar las pretendidas rupturas que nos desligan”. No hacer caso de los yo, mí, me, conmigo mismo/misma. Son extraordinariamente tóxicos. Hay que sacarles la vuelta.

La experiencia humana en catástrofes es tan ancha, amplia, larga y dura como los siglos que llevamos andando por el mundo. Pero no sólo las y los humanos las vivimos y aprendemos de ellas. Las y los biólogos dicen que “la cooperación es la mejor estrategia que han encontrado los organismos para sobrevivir en nuestro planeta”. Ésos de ¡sálvese el que pueda! son tan tóxicos, que sólo en cuentos de piratas parecen haber tenido algún resultado, y no siempre positivo. Mejor, a cooperar para dejar atrás tanta angustia y tanto miedo.

Como algunas gallinas, ¡a cooperar, sin desplumarnos! A empujar las ganas de vivir bien con lo que aquí hay, que es mucho, dependiendo con quién nos comparemos. Lo importante es seguir intentando caminos para resolver lo urgente y empezar a construir lo importante. Una de primera atención, la escuela. Volver a rutinas marcadas por el horario y el calendario escolar, dan certeza y seguridad, y lo más importante, tiempo para dedicar las energías a regresar a lo habitual. Para chiquitines y pequeñas, fundamental volver a confiar y a convivir.

Entender que, sin las otras personas, no podremos construir lugares seguros para desarrollar nuestras vidas. Y nos urge tenerlos, así que a contribuir, retribuir y darnos treguas de alegría por estar en este planeta, en ese maravilloso lugar, con sueños y pendientes para hacer que las chispas de felicidad se extiendan más allá de nuestra casa.

Confiemos en tener la fuerza para construir una comunidad en libertad porque, simultáneamente, es una forma de organización donde el individuo se realiza en la colectividad y una comunidad que se realiza por la participación consciente de cada persona. Suena muy bien, aunque es complicado, pero no imposible. Lograron lo primordial: sobrevivir. Ahora, atrévanse a ser libres construyendo comunidad.

Horas y días muy difíciles, muy tristes, donde imperó quizá, la desolación. Pero aún hay música, alegría, colores y sabores que nos llevan a infancias, juventudes, momentos de entusiasmo. Y seguro, encontrar el consuelo de amigas, amigos, parientes y quereres alienta a seguir honrando la vida.

“Porque no es lo mismo que vivir/ Honrar la vida/ Merecer la vida es erguirse vertical/ Más allá del mal, de las caídas/ Es igual que darle a la verdad/ Y a nuestra propia libertad la bienvenida”, Eladia Blázquez.

La poesía es buena compañera: “Cuando la tormenta pase/ Y se amansen los caminos/ y seamos sobrevivientes/ de un naufragio colectivo./ Con el corazón lloroso/ y el destino bendecido/ nos sentiremos dichosos/ tan sólo por estar vivos”, Mario Benedetti.

Recordemos La patita, El ratón vaquero, La chancla, La rata vieja o Bibidi-Babidi-Bu, ábrete sésamo o cualquier otro ensalmo para regresar la alegría a las niñas y a los niños. Eso es lo más urgente.