Oda a sí mismo .

Denise Dresser

Un AMLO-fest. Una carta de amor. Un espejo encantado que refleje al líder al doble de su tamaño. Así será la marcha convocada por el presidente López Obrador el 27 de noviembre. Otra oportunidad para ser colocado en el pedestal, y ser alabado ahí. Otra ocasión para encabezar una protesta opositora, como si no fuera el Presidente de todos. El líder más adicto a la atención que a la democracia, usará la movilización del presente como la ha usado en el pasado, y con los mismos objetivos. Transformar una derrota obvia en una victoria simulada. Presentarse como el paladín del pueblo y desacreditar a quienes ya no merecen esa adscripción. Flexionar el músculo mayoritario para deslegitimar la discrepancia legítima. Y preguntarse, del mismo modo que lo hace en la mañanera, “¿Cómo me veo?”, “¿Me quieren?”, “¿Espejito, espejito, sigo siendo el más bonito?”.

Esa validación vital le preocupa más que cómo reformar al INE para asegurar su autonomía, o cómo hacer más representativo al sistema político para acercarlo a la ciudadanía, o cómo sacar el dinero sucio del proceso electoral para evitar la infiltración del narco. Lo suyo es la popularidad, la teatralidad, el espectáculo. La adoración a su persona por encima de la reprobación de su gobierno. Saberse idolatrado y sentirse infalible. Por eso el imperativo de convocar a cientos, movilizar a miles, y hacer proselitismo con el poder presidencial. A AMLO lo mueven los mismos resortes que a viejos presidentes imperiales al frente de gobiernos lastimosos. Que la adoración tape la mala gestión. Que la magnificación tape el daño de la devaluación. Que la genuflexión tape la implosión. Así fueron los desfiles de Luis Echeverría, las marchas de José López Portillo, el Zócalo repleto, vitoreando a Carlos Salinas.

México amó a presidentes previos, salió a las calles a rendirles pleitesía y después padeció el costo de sus errores y sus excesos. Ojalá hubiéramos aprendido la lección. Porque como escribe el historiador Timothy Snyder, el amor al personaje es lo que une a un clan o a una tribu, no a una democracia. Y la democracia tiene que ver con procedimientos, no con una sola persona mitificada, o con el número de personas que marchen por él. El culto a la personalidad destruye la verdad, y la verdad es reemplazada por la creencia o por la fe. Empezamos a creer lo que el líder quiere que creamos. Que el INE es la fuente de todos los males, que el INE es una institución corrupta, que el INE debe ser controlado por el partido/gobierno. Quienes abrazan esos artículos de fe, dejan de lado la verdad sobre los verdaderos enemigos a vencer: las nuevas mafias del poder, la corrupción neoliberal reencarnada en corrupción neopopulista, la economía mal manejada desde Palacio Nacional, la resurrección del viejo régimen disfrazado.

Pero miles marcharán para colocar a AMLO en un pedestal, porque ya no pueden distinguir entre verdad y sentimiento, verdad y emoción, verdad y esperanza, verdad y fe. El Presidente ha promovido la abdicación de la razón ante la creencia. Ha llevado a que la política se vuelva una batalla frontal de “ellos” contra “nosotros”. Y ha edificado un país sobre la ansiedad y el rencor y el miedo, no sobre la deliberación y el debate. Cuando tantos participan en el culto a la personalidad, dejan de ser congruentes, consistentes y demócratas. Creer en un hombre providencial debilita nuestra capacidad de pensar, evaluar, exigir. Pone en riesgo a las instituciones que nos permitirían hacer eso en el futuro, y el INE es quizás la más importante de ellas.

¿Qué toca a quienes se rehúsan a vivir en el México del INE mutilado por el morenismo, en la patria aplastada por mayorías antidemocráticas? Dejar de proveerle a AMLO lo que tanto necesita. Dejar de admirar, aprobar o aplaudir todo lo que hace o dice. Decirle que no es único, ni histórico, ni puede actuar por encima de las reglas, ni al margen de la Constitución. Y llamarle lo que es: una personalidad narcisista, incapaz de percibir otra realidad más que la mediada por sí mismo. Para el narcisista -en palabras de Erich Fromm- el mundo existe para ser usado, instrumentalizado o percibido como peligroso. Y a AMLO no le importa lo que pienses, con tal de que pienses sobre él, o marches en su nombre. He ahí la inseguridad de un Presidente cuya ambición transformadora es convertir ciudadanos en alimento para su ego.

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