Olga Sánchez Cordero Dávila .

**CON SINGULAR ALEGRÍA –

/ POR GILDA MONTAÑO /

Engrandecer el alma, la mente, el espíritu y la conciencia. ¿Quién puede hacer todo esto, sin haber pasado por mil percances y averías? Sólo la gente prodigiosa, la que crea, la que entiende, la que disfraza, la que otorga y decide renovarse por minuto. Y dejar, además, atrás todo lo absurdo que no le corresponde.

Son muy pocos los seres humanos que trascienden en esta vida. Pero muchos, casi todos, tienden a ser aberrantes egoístas que no entienden por qué, ni para qué, sirve la vida.

Tengo muchos amigos enormes y llenos de luz. De todos, muchos han dejado huella en esta vida. Podría nombrar a todos. Cada uno tiene un significado distinto. O son administradores públicos, o poetas, o pintores, o abogados, o médicos, o ingenieros, o políticos o jardineros… pero todos siembran algo.

En la historia de mi vida, he tenido la suerte de estar rodeada de grandes seres humanos, que en serio, no me he ido a buscar. Solitos y por pura serendipia, han llegado todos juntos, a alegrarme y a darme un mucho de esperanza, amor y gratos ratos de memorias cotidianas.

Por ejemplo, miro la televisión y allí está la inteligente y admirada Olga Sánchez Cordero Dávila. Hija de mis padrinos Olga y Jorge, a los que quise yo tanto. Mujer a la que le acerqué al Instituto Nacional de Administración Pública, con todo su gran y prodigioso equipo de seres de primer orden, para que pudieran hacer muchas cosas juntos. Y ayer, cuando estuve viendo por dos horas y media, al Canal del Congreso, me dio una gran satisfacción encontrarme el informe de Olga Sánchez Cordero. Como me diría mi hijo Luis Fernando, es Su Señoría, madre. Se lo ha ganado a pulso.

Y la verdad, es que se me llenaron los ojos de lágrimas. Todos los representantes de todos los partidos políticos, allí estaban sentados. Todos en primera fila y de todas las corrientes. Y ella se las ingenió en nombrar a todos: cada uno había hecho algo junto con ella: la presidenta del Senado de la República.

Y se me llenaron los ojos de lágrimas, porque de repente me acordé de que no había un solo día en la vida, en que mi madre no la pusiera, no me la pusiera como ejemplo. Ella la mejor alumna del Colegio Francés, la que tocaba mejor el piano, la que tenía primero los zapatos de punta y podía bailar ballet; ella la de la medalla Gabino Barreda; ella, la primera notaria de la Ciudad de México; ella la secretaria de su adorada Facultad de Derecho. Ella el ejemplo a seguir.

Y recordé las miles de veces que pude ir a su casa. Y todo lo que vi, aprendí e inmortalicé. Y me dio gusto escucharla y verla. Ella llego. Del partido que se le dio la gana, y llegó. Ella estaba allí dando la gran muestra de que si se quiere, se puede. No necesita más que buenos tratos, buenas costumbres y buenas maneras. Y esas las aprendió, de su adorada madre. Y sí, si estoy muy orgullosa de ella. Creo, sin lugar a dudas, que es la mejor mujer que en este momento tiene México. Y se sin duda, que se irá a manejar alguna otra institución, si ese es su destino. Yo la dejaría sin lugar a dudas, otro año allí. Y continuaría haciendo lo que ya ella estableció.

Olga Sánchez Cordero. La vi, y creo que no existe una mujer en este México, mi patria, como ella. Tal vez en este mundo sí: la abogada Hillary Clinton, su amiga. O Angela Merkel, la humilde y disciplinada. Y como no conozco a nadie en este universo entero, creo que ella puede competir, con singular alegría, con las mejores mujeres de este mismo. Las pruebas ya están escritas.

Resumen: ya me volví vieja. Pero con harta experiencia. Y con una sola y grandísima ventaja. Se escribir, y me publican. Gracias a Dios. ¡Buen día! Pura Serendipia…

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