/ Alicia Alonso Merino /
La prisión es una institución androcéntrica, diseñada por y para hombres que afecta de manera diferente a los géneros. Como tal, representa un problema mayor para las mujeres y disidencias encerradas ya que el hecho de ser una minoría y estar destinadas en secciones específicas, supondrá una serie de problemas adicionales al estar privadas de libertad.
La pérdida de libertad también significará la desintegración de la familia para las mujeres, ya que ellas son sus sostenedoras emocionales. Pero esto no es lo que sucede si es el hombre quien ingresa a la prisión, ya que son las mujeres quienes mantienen el rol principal de “cuidadoras de los demás”. Además de cuidar a sus hijos e hijas, las mujeres a menudo asumen la responsabilidad de sus genitores ancianos o cuidan a familiares enfermos o personas con diversas capacidades.
Cuando ingresan en prisión, los hombres lamentan la pérdida de sus posiciones de prestigio, la capacidad de controlar a sus familias y tener que obedecer órdenes. Las presas, en cambio, lamentan especialmente la pérdida de sus lazos familiares y de sus hijos, pérdida que muchas veces se traduce en un sentimiento de culpa y en la sensación de “haberles fallado”1.
A primera vista, sus problemas pueden parecer similares a los de los presos varones: falta de atención sanitaria, problemas con los traslados, hacinamiento, mala comunicación con los familiares, dificultad en el acceso a beneficios penitenciarios, etc. Pero de la lectura atenta de las cartas que nos dirigen al Difensore Civico en Italia2 encontramos una preocupación y una angustia permanentes por el cuidado de la familia, por la situación de los hijos e hijas, de las personas ancianas y de todas aquellas que de alguna manera dependen de su atención.
La medida de aislamiento impuesta por la cárcel es vivida con considerable sufrimiento por las reclusas que son madres. Las infancias fuera de la prisión son una fuente de gran ansiedad, como escribe una madre reclusa:
“No he abrazado a mis hijos desde hace 3 años y 2 meses. Se ha destruido la relación entre nosotros«.
Las madres se preocupan por la separación porque también temen que les quiten a sus hijos e hijas. Una reclusa que nos escribe desde la cárcel Vigevano, Provincia de Pavia, Italia, nos cuenta en su carta que había tenido una hija en 2019 y que se la habían quitado y dado en acogimiento familiar en el momento del nacimiento, sin siquiera darle la oportunidad de probar que ella había cambiado su vida y que era una madre “adecuada”.
En la misma línea, otra reclusa en la prisión de Voghera, en Lombardía, nos confesó que, para ella:
“Es impensable poder sobrevivir en prisión pensando día y noche en mi hija, dejada a vivir en estas condiciones. Me siento impotente y por estos graves problemas familiares mis condiciones de salud empeoran”.
Los deberes de cuidado se vuelven una obsesión y se exacerban, en lo que Ronconi y Zuffa (2014) denominan el “exceso femenino” de las prisioneras3. La experiencia en prisión les genera un mayor sufrimiento y una experiencia carcelaria mucho más dolorosa. De esta manera, una presa en la cárcel de Latina se quejaba de la falta de contacto con su familia:
“Siento la necesidad de ver a mi madre y viceversa. Ellos son mi fuerza. No puedo soportarlo más. Estoy enferma, este desapego es demasiado. Estoy cansada, decepcionada y amargada«.
El encarcelamiento tiene efectos devastadores no solo para ellas, sino también para un gran número de personas fuera de prisión, ya que ellas suelen ser el centro de redes de relaciones que ayudan a mantener unidas a las familias.
Otra preocupación que se encuentra en sus cartas es el miedo a proyectarse en el futuro, cuando se acerca el final de la condena. Después de pasar los años con pocos estímulos y actividades, critican la falta de un itinerario de reinserción progresiva, que las prepare para la liberación:
“En un año me encontraré en un mundo que ya no conozco, después de 12 año encerradas” […] “Quería ser trasladada una prisión con una dinámica más abierta y un mundo carcelario completamente diferente, para que, antes de mi ansiada libertad, poder encontrar mi equilibrio nuevamente«.
Esta incertidumbre e inseguridad genera ansiedad y angustia: ¿cómo se pueden relacionar con el mundo libre, cuáles serán las consecuencias del estigma social que cargan?
“Me gustaría pasar estos últimos meses en un régimen abierto, con más oportunidades laborales. Para que cuando sea libre en el mundo exterior no sea un impacto terrible, pasar de una jaula a la libertad absoluta. Será un golpe fuerte, porque recuperaré mi libertad después de 13 años y 6 meses. […] Me pregunto, ¿alguien me ayudará a no quedarme en esta jaula de hierro y cemento hasta el final de mi condena?”.
No es un miedo irracional sino fundado, que sólo puede ser contenido por la posibilidad de un futuro de autonomía económica y personal. Un futuro que hay que preparar y construir con tiempo y herramientas que no disponen.
Debido a la desatención a su situación específica, las mujeres a menudo son detenidas en instalaciones alejadas de sus hogares, lo que es un obstáculo para mantener los lazos familiares. Esto tiene un efecto particularmente perjudicial en su bienestar mental y sus perspectivas de supervivencia. Situación que se ve agravada aún más en este período natalicio, donde la soledad pese al hacinamiento se acentúa y donde la tristeza inunda toda el espacio de cautiverio. En definitiva, si las prisiones son un lugar de dolor y pena para todas las personas para las mujeres lo son aún más.
1 JULIANO, DOLORES, Presunción de Inocencia: Riesgo, delito y pecado en femenino, Gakoak, 2011, p. 87-88.
2 El Difensore Civico es un proyecto de la asociación Antigone que se ocupa de las condiciones reales y de los derechos de las personas privadas de libertad en Italia, a través de las cartas que recibe de centenas de personas presas a lo largo de todo el país.
3 RONCONI, Susanna; ZUFFA, Grazia. Recluse. Los sguardo della differenza femminile sul carcere. Ediesse. Roma. 2014. p. 183.