Para después de la elección el escenario político es borroso

Francisco Cabral Bravo.

Con solidaridad y respeto a Ricardo Ahued Bardahuil.

La paz pública, es una enorme riqueza. Poco apreciado cuando impera, redimensiona su valor cuando escasea.

La paz pública es el pilar de la convivencia. Permite y alienta el desarrollo individual y colectivo. Paz pública es libertad, confianza, armonía, valores de todos los días que hacen posible que transitemos por la vida, la única que tenemos, la de hoy y no la de mañana eternamente lejos.

La paz pública nos da la libertad de elección en esos pequeños detalles que hacen la existencia, es ir a donde se quiera y a la hora que se quiera, es ensanchar el horizonte porque se sabe que no sólo en los metros cuadrados de cada caja hay seguridad, sino también en la gran casa de todos, que es el país.

La paz pública ahora, en México, tiene grietas.

Fracturada, se tambalea.

Y esta vez por razones políticas o ideológicas.

La impunidad pavimenta la ruta, la hace transitable y hasta aspiracional.

Tenemos que ser capaces de dar un vuelco a estas distorsiones.

Que valga más, quién más sabe, piensa y trabaja, quién más ayuda crea, quién más dialoga y soluciona.

Que valgan más los que actúan dentro de la ley que hay margen. Que se reconozca más el esfuerzo generoso que la riqueza ilegal. Que se enaltezca más al que ayuda que al que roba.

Estamos aún a tiempo. La paz pública se tambalea, pero sigue en pie.

En otro tema, si usted me ha hecho el favor de leerme de vez en cuando, me comento, que las distintas etapas históricas que el país ha vivido fueron gestas como la independencia.

La Reforma y la Revolución que dejaron miles de muertos, economías destrozadas, pobreza, miseria y hambre. Como contraparte, trajeron nuevas instituciones, gobiernos y reactivaron inversiones y empleo. Poco a poco el país fue cambiando, de ser una economía rural, se subsistencia, a una caracterizada por una industrialización creciente con autoconsumo, no había mercados abiertos, con contrabando hormiga y chiveras, seguían siendo mejores las marcas extranjeras en infinidad de productos, más baratas y nos gustaban licores diferentes al tequila. El México de los monopolios y las prohibiciones.

Había petróleo y la mayor parte de nuestros ingresos provenían de su explotación. Había gran demanda, Pues los EE. UU., no habían descubierto, fraking, sus yacimientos.

Hoy es autosuficiente y exportador. México vivía la dictadura perfecta. Con recursos suficientes para atender demandas sociales, infraestructura, se crearon instituciones como el IMSS, el ISSSTE, El Sistema Nacional de Universidades, el Conacyt, se impulsó la escuela de Bellas Artes, El Conservatorio Nacional. Vinieron las crisis. Se agotó el modelo de desarrollo estabilizador. El mercado interno ya no fue motor del crecimiento.

Bajaron salarios, cayó Bienestar, la política.

Se convirtió en demagogia, vivimos una de las mayores inflaciones, con un crecimiento artificioso, circulación de moneda sin valor, le siguieron las devaluaciones. El Movimiento de 1968 no fue resuelto, fue cooptado, tras su represión, pero se sembró la semilla de un cambio democrático.

Vino Cantarell, no se sabía como administrar la abundancia. Pero no pudieron entre exceso de gasto público, donde toda quiebra era querida por el Estado, se continúo con un populismo y con una defensa de la soberanía y la moneda patéticas. Vinieron nuevas devaluaciones y más inflación.

La inflación empobrece a la mayoría de la población, reduce sus salarios, abona a la pobreza y corta esperanzas en la vida. Ya no se recuerdan esos males porque con un nuevo gobierno se establecieron nuevas políticas. Control y renegociación de la deuda externa, apertura comercial en beneficio de consumidores y como parte de la Nueva Era mundial, austeridad en el gasto, venta de miles de paraestatales no prioritarias, desde restaurantes hasta teatros. Combate a la inflación. Todo sin recortar programas básicos de salud, educación y seguridad.

No se usaba el machete, sino el análisis.

Vino la globalización y México logró integrarse al bloque norteamericano pese a críticas de que por la diferencia de economías cedíamos sólo un maquilador. Por el contrario, surgieron cadenas productivaS la más exitosa la automotriz; se empezaron a multiplicar bienes y servicios, las exportaciones a EE.UU.  crecieron de 4% a un 84%.

El sector exportador se volvió el área más dinámica de la economía. Subieron salarios por sectores. Se desarrolló la agricultura de exportación. El petróleo, mal administrado, dejó su lugar a las manufacturas, el turismo y otros sectores de mayor rentabilidad.

La luz no alcanzaba a cubrir demanda por el crecimiento, modesto, pero sostenido.

Las crisis recurrentes sexenales fueron el centro del esfuerzo de un nuevo sexenio qué abonó a cambios estructurales para evitar debilidades. Reforzó el sector financiero, lo blindo, dio autonomía al Banco de México. Se crearon órganos autónomos especializados para tomar decisiones sobre áreas estratégicas por especialistas y no por burócratas sin experiencia o conocimiento, evitando corrupción.

Se desaparecieron Fideicomisos que ya no eran necesarios y se crearon varios para impulsar artes y ciencias.

Se aumentaron becas, para estudiar en el extranjero. Se dotó de autonomía a la SCJN para control de la constitucionalidad contra leyes que a veces eran ocurrencias. Un nuevo sistema de pesos y contrapesos surgió con mejores resultados.

Las Reformas Políticas nunca se acabaron. Llegó la alternancia, se desaprovechó el aumento de los precios de petróleo en gasto público poco productivos, las esperanzas de acelerar el crecimiento se cuestionaron. Vino otro sexenio con sus tonalidades grisáceas. El narcotráfico empoderado retaba al Estado. Se creó el Seguro Popular para atender carencias de grupos vulnerables con gran éxito y un modelo descentralizado, con sus problemas pero se fortalecieron compras a gran escala de medicamentos. La distribución, problema de mil aristas, se resolvió vía con trazos privados.

¿Y ahora? Todo se perdió, supuestamente por una corrupción, se combate a las propias instituciones a los órganos autónomos, se quiere regresar a monopolios, se minimizan obligaciones internacionales, se quiere doblegar a la SCJN, se ignoran las leyes electorales, se desaparecen fideicomisos, se producen más pobres, se regala dinero sin que se rompan círculos de pobreza con capacitación, emprendedurismo, salud, educación.

Se amenazan inversiones, se cae el empleo, hay más corrupción, las instituciones sin recursos, hospitales sin medicamentos, se persigue y se amenaza a libres pensadores.

Todo tiene tintes regresivos y costosos.

¿Será que el destino nos alcance y se destruya al país?

Parece vivimos una época de Terror.

Cada día nuevas disposiciones absurdas para lograrlo, la democracia no es una panacea, pero sin democracia, tampoco habrá desarrollo de nuevas ideas, sólo de reforzamiento de viejas ideologías.

No es lo mismo trabajar diariamente por México, que hablar todos los días de un imaginario que ideologizan y presentan, como México. Un solo resultado no reporta, pero cómo se divide al país, a los mexicanos. Como se desprecia el conocimiento, a la razón, a la libertad en aras de una ideología que no es útil para resolver los problemas y más bien los agudiza.

Más y más pobres, menos empleo, sin inversiones, y lo que falta por venir. Parece que en efecto el destino nos alcanza.

Para finalizar esta columna, destacó algunos enfoques que se han manejado en la prensa sobre las causas que genera la violencia y las que hacen que el horror que debería provocar, se vaya aceptando socialmente con creciente indiferencia, como algo cotidiano.

La argumentación más socorrida en artículos de opinión ácido la ausencia del Estado de derecho.

A mí juicio la pobreza en sí misma no genera violencia social, ni delincuencia endémica, pero si las provocan los contrastes de desigualdad que hacen evidente qué quién tiene dinero consigue lo que quiere. Percibo que corrupción, falta de oportunidades de educación, empleo y desigualdad extrema no pueden ser ingredientes de una convivencia social armónica, signo de tensión, desconfianza, frustración, enojo y creciente videncia.

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