Isabel Turrent
Vladimir Putin, el hombre fuerte de Rusia, había anunciado en enero reformas constitucionales, que sometería a un referéndum, hechas a su medida para eludir el engorroso procedimiento de nombrar a un sucesor cuando termine su periodo de gobierno en 2024.
Durante su mensaje anual al país informó a los rusos que en el futuro cercano, en la fecha que él decidiera, tendrían presidentes menos poderosos que no podrían reelegirse más de dos periodos. (Les dio un baño de agua helada a quienes ingenuamente habían empezado a grillar en el sótano del sistema con la esperanza de sustituir al jefe máximo). Y tal vez, y sólo tal vez, una Duma empoderada que podría convertir a Rusia en una especie de monarquía parlamentaria y nombrar al primer ministro y al gabinete. Mucho más probable es que el Consejo de Estado, que incluye a los gobernadores regionales y a los representantes de las Cámaras legislativas, adquiriera poderes ejecutivos que le den un poder inapelable.
El Presidente estaría regresando al pasado soviético que tanto añora. El Consejo que planea encabezar, como el secretario general del Partido Comunista lo hizo en el pasado, sería una especie de Comité Central con un líder vitalicio a la cabeza.
La sucesión de Putin sería un asunto resuelto: no habría sucesión. Y la “democracia dirigida” putiniana que tanto se parece a las democracias populares socialistas del pasado, reprimiría a sus opositores y manipularía la votación para convertir esta transformación en normas constitucionales.
No contaba con el virus. La epidemia ha sacado a la luz los problemas que Rusia arrastra bajo la fachada triunfalista de Vladimir Putin. Para empezar dio al traste con el desfile militar del 9 de mayo que Putin había planeado como un despliegue de su poder casi absoluto, flanqueado por el Presidente francés y el líder chino. Más importante aún es que el gobierno ruso se convirtió en un ejemplo más -como la protodictadura populista de LO en México- de que las democracias han enfrentado mejor la pandemia.
Putin tardó meses en reconocer la gravedad del problema. Durante semanas dejó en manos de funcionarios menores la estrategia contra el Covid-19 y cuando tuvo que enfrentar que en tres semanas el virus había infectado a más de 40 000 personas, decidió convertir a los gobernadores regionales -sus socios en el Consejo de Estado que será hipotéticamente su nueva plataforma política-, en los responsables de luchar contra el virus y en los chivos expiatorios de sus fracasos.
Maniobra inútil: él es el Presidente y los errores de sus aliados o subalternos son suyos. Empezó a pagar pronto el precio de su ineficacia. Los ingresos reales en Rusia bajarán 5% en este año, el desempleo se duplicará a 10% y las medidas de la cuarentena provocaron una caída del 2.5% en la producción industrial en los últimos meses.*
Rusia es también un ejemplo inmejorable del costo que paga una economía que depende de la producción de hidrocarburos. Cerca del 50% de los ingresos del presupuesto ruso provienen de las exportaciones de petróleo y gas. La baja del precio de los hidrocarburos ha empobrecido al Estado ruso, que pudo dedicar un monto mucho menor que Alemania o Francia para el apoyo a desempleados e industrias al borde de la quiebra producto de la pandemia.
Desde aquellos años después de que llegó al poder en 1999, Putin ofreció a los rusos un pacto social autoritario muy parecido al que diseñó el Partido Comunista chino con sus gobernados después de la muerte de Mao: progreso económico a cambio de libertades políticas. Decenas de miles de rusos han protestado una y otra vez contra este acuerdo impuesto desde las alturas del Kremlin. Quieren progreso y también libertades. La crisis de la pandemia ha resquebrajado ese pacto. Putin no puede ya garantizar a sus gobernados ninguno de los dos: un sistema económico cojo y profundamente corrupto, cimentado tan sólo en el petróleo, será cada vez más incapaz de redistribuir la riqueza. Y una población politizada y activa no parece estar dispuesta a hipotecar sus libertades y su futuro político para vivir de nuevo en el reino de la carestía y la autocracia.
En una entrevista reciente con el Financial Times, Fiona Hill, que fue asesora de asuntos rusos de Trump, advirtió que aun con el lastre de represión y saqueo de la riqueza del país que carga, no es conveniente descartar a Putin. Es peligroso “porque aprende de sus errores”, dijo.
Más vale que la oposición aprenda de los suyos y descarrile en las elecciones parlamentarias de septiembre de 2021 la democracia parlamentaria de un solo partido que el Presidente ruso pretende imponer.
* FT, Pandemic tests Putin’s…, mayo 5, 2020.