/ Rosi Orozco /
A J. su pareja la golpeó tan fuerte con un bat que le destrozó la mandíbula en tres partes. Cuando la apaleaba, le decía que así aprendería a mantener cerrada la boca.
M. quiso suicidarse apretando su cuello con las dos manos, cortando el paso del oxígeno. Meses después, lo intentó con un puñado de pastillas.
La primera vez que F. tuvo relaciones sexuales no pudo sentarse por una semana: el hombre que la violó analmente fue tan salvaje que hasta se desmayó.
Cuando la puerta del hotel se cerró, H. vio al fondo del pasillo a su hermano recibiendo un billete: el pago por haberla vendido a uno de sus amigos.
A J. su pareja la tundió porque le dijo a un cliente que estaba forzada a prostituirse. El cliente, enfadado, la acusó: “no pago para que me cuenten dramas”. J. tenía 15 años.
M. no sabía lo difícil que sería suicidarse. Tampoco que ya llevaba tres años con un hombre que la hacía soportar hasta 60 violaciones al día. M. tenía 13 años.
Para aliviar las heridas, F. aprendió a sentarse en bloques de hielo para bajar la inflamación de sus genitales y a fingir ardorosos orgasmos. F. tenía 14 años.
Cuando H. protestó, su propio hermano le mandó fotos que su amigo le tomó a escondidas, desnuda, después de embriagarla. Se quedó callada por un año. H. tenía 17 años.
J. vivió en un refugio para víctimas de trata de personas, pero a los tres meses la sacaron a la calle para hacerle espacio a un nuevo ingreso.
M. consiguió un refugio que la ayudó por un año, luego la mudaron por falta de cupo a un departamento donde vivió sola y la soledad la orilló a intentar suicidarse. Inesperadamente, una ONG especializada en víctimas, como ella, la recibió y su suerte cambió.
F. y H. fueron rescatadas en operativos distintos, pero el refugio que les consiguieron era para víctimas de violencia familiar y no para trata de personas. Nadie las escuchó y escaparon.
¿Qué fue de ellas? J. está desaparecida; M. hoy es una sobreviviente y sueña con ser escritora; F. y H. fueron asesinadas. Tres destinos diferentes que pudieron ser el mismo: todas vivas y con una hoja en blanco para reescribir su historia.
Eso no ocurrió, porque el país tiene un déficit de refugios para las víctimas de trata de personas, el rostro más brutal de la violencia feminicida: apenas hay 7 estados con refugios en el país, insuficientes para quienes escapan de esas redes y buscan dónde empezar de nuevo.
Hoy, cientos de sobrevivientes y activistas estamos en una lucha inagotable por tener, al menos, 32 refugios. Uno en cada estado. Sorprendentemente, hay gobernadores que cree que esto no es urgente.
Para ellos, los que se llenan la boca de solidaridad con las mujeres, pero callan frente al drama de la trata de personas y las abandonan a su suerte con su indiferencia, les deseamos esto: que las historias de J., M., F. y H. les persigan.
Que las vean en cada niña con la que se crucen. Que las vean en sus hijas y madres. Y que las sueñen tanto como nosotros soñamos con 32 refugios.