Rúbrica
¿Qué sí informar?
Por Aurelio Contreras Moreno
Nunca, ningún gobernante o político mexicano ha tolerado que en los medios se destaquen las “malas noticias” por encima de lo que ellos consideran es lo “importante” y que, por supuesto, siempre es aquello que les conviene o los hace ver bien, aunque sea de manera artificial o sabidamente falsa.
Cuando un sector de los medios no alineados con un gobierno en turno –del partido que sea- destaca las cifras de la violencia, de la crisis económica, de la falta de oportunidades, de la pobreza, casi siempre sucede que la autoridad en funciones acusa a esos periodistas de buscar que “le vaya mal” al país, al estado o municipio de que se trate, así como de “obedecer a intereses políticos” para “desestabilizar”. Y con dejos autoritarios nada velados “conminan” a esos comunicadores a “hablar bien” de México, de Veracruz, etc.
No es nada nuevo, tampoco. Prácticamente todos los presidentes desde el periodo post-revolucionario hasta la actualidad echaron mano de esas “manos fantasma” que buscaban “destronarlos” del poder para imponer “ideas y costumbres extranjeras” en el “pueblo”. “Speech” que usaron lo mismo los mandatarios del nacionalismo revolucionario que los del desarrollo estabilizador, los populistas y los tecnócratas, que nunca identificaban abiertamente a los “autores intelectuales” de esas amenazas pero que las materializaban en la prensa que los criticaba, con el objetivo de hacer ver los señalamientos y denuncias periodísticas acerca de yerros y abusos de poder casi como una “traición a la Patria”.
Ya sin sorpresa alguna, vemos cómo se replican esos patrones de manera idéntica, aunque mucho más virulenta, en el presidente de la autodenominada “cuarta transformación”. La proverbial intolerancia a la crítica por parte de Andrés Manuel López Obrador escala conforme sus propias cifras –que ni siquiera son las reales- le escupen en la cara esa dosis de realidad que cree que puede esconder con clichés, campañas de “bots” y frases “llegadoras”, aunque huecas.
En su conferencia mañanera de este lunes, López Obrador volvió a arremeter contra los medios, a los que llamó “la zopilotada” por el hecho de informar día con día sobre el incremento en el número de contagios y de fallecimientos por covid-19, que para la noche del mismo lunes contabilizaron 485 mil 836 infecciones acumuladas y 53 mil tres defunciones a nivel nacional. Números, y es importante enfatizarlo, proporcionados por la propia Secretaría de Salud federal, que como las propias autoridades han reconocido, representan solo una muestra de la verdadera magnitud de la tragedia humanitaria que asuela a México y a sus habitantes.
¿De qué preferiría el presidente que se hablara en todos los medios, como los pasquines que tiene a su servicio? Probablemente de la corrupción y los excesos cometidos… en otros sexenios, aunque eso ya es tarea de historiadores más que de periodistas, cuya materia de trabajo primordial es el aquí y el ahora.
Seguro también querrá que se hable del circo en el que han convertido el “juicio” contra el ex director peñista de Pemex Emilio Lozoya, que de tan viciado que ha estado desde un principio difícilmente tendrá consecuencias legales para nadie, pues sistemáticamente se ha violentado el debido proceso, la presunción de inocencia de los supuestos implicados y la secrecía de la investigación, reduciendo el caso a un ardid político-propagandístico para usarlo como arma en las elecciones del año entrante.
Seguramente López Obrador quisiera ser ensalzado permanentemente como “el mejor presidente de la historia”, tal cual algunos de sus corifeos más abyectos repiten como mantra en espera de una embajada de medio pelo, un consulado exótico o, ya “de perdis”, una “aviaduría” de las que “ya no existen” en los “honestos” gobiernos de la “4t”.
Sin embargo, además de insistir en la tragedia que enluta a miles de familias mexicanas, la responsabilidad de los medios de comunicación es informar que en las clínicas del sector salud de estados como el de Veracruz los pacientes con cita tienen que esperar hasta cuatro horas en la calle –e incluso más- para ser atendidos; que no hay medicamentos y que con suerte algunos serán surtidos hasta octubre; y que los pacientes sospechosos de haber contraído el SARS-CoV-2 tienen que tomar aire y armarse de paciencia –y valor- para confirmar su condición, pues no hay pruebas para corroborar el padecimiento. Cuando éstas al fin se surtan, ¿cuántos habrán fallecido sin saber siquiera por qué?
Exponer la realidad tan cruda como ésta sea es la tarea primordial de los medios de comunicación que, con todo y sus múltiples taras y falencias, son elemento indispensable para una gobernanza verdaderamente democrática y plural. Pretender lo contrario es de buitres autócratas.
Agradecimiento
A los lectores y editores de la Rúbrica, mi gratitud por la espera. Ya estamos de vuelta.
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