Recordando a Luis Nishizawa .

**CON SINGULAR ALEGRÍA .

/ POR GILDA MONTAÑO /

“Así a boca de jarro, no le puedo decir quién es Dios. El es infinito. Es todo. No se puede definir. No se puede, el es todo. Dios es moverse, amar, cantar, llorar.

Un día, hace muchos años, hice un libro de la vida de un grande entre grandes. Era Luis Nishizawa. Me llené de alegría, de emoción y me puse a platicar con él, horas enteras. Lo llegué a conocer, lo poco que él se dejó. Fue un ser de excepción, orgullosamente mexiquense. Y japonés, por supuesto.

“¿Qué por qué pinto? Pinto para honrar a mi padre. Pinto porque para mí es una necesidad vital. Trabajo doce horas diarias y lo hago por una exigencia interna. Quisiera vivir muchos años para poder plasmar lo que he soñado.

“A los colores les debo mis más remotos recuerdos y el amor a las flores. Las primeras que vi fueron las amarillas y rojas de las nopaleras de mi pueblo y ya convertidas en fruto me dieron todos los matices. Más tarde cuando empecé a escuchar los latidos del corazón, las palabras se vistieron de colores y sonidos. Para mí, la poesía es la madre mayor de las artes. He procurado que mi obra plástica esté preñada de poesía.

“El papel de la técnica es diferente en cada pintor. El conocimiento de las leyes tanto físicas como químicas que rigen los materiales, así como de los procesos manuales, nos permiten comprender algo de la técnica que emplea un artista, pero lo más importante son las actitudes espirituales del creador.

“¿Qué qué es México para mí? Mi patria, con eso lo digo todo. Yo soy nisei (segunda generación) de los japoneses que han venido a México y todos de alguna manera o de otra, hemos sobresalido. Los hijos de quienes llegaron hace ya cien años, son doctores, o ingenieros, o tienen alguna profesión.

“Por mi parte, tuve la alegría de recibir la Condecoración del Tesoro Sagrado, grado que se me dio por mi trabajo en pro de la cultura entre los dos países. Es un reconocimiento que hace el gobierno de Japón, a muy alto nivel. Esto fue porque llevé a Tamayo dos veces; una a Siqueiros; una exposición de la “Cultura Maya” y otra de “Arte Popular”

“El museo-taller se ha convertido en un centro de cultura. No existe en ningún lugar en México, un sitio en donde se desarrollen tantas y tan multidisciplinarias actividades. Desde que se fundó, doy cada sábado una clase. Ignacio Pichardo lo creó.”

Hijo de Kenji Nishizawa, nacido en Nagano, Japón, recuerda: “..al sentir la brisa de la mañana, mi padre recordaba con nostalgia su pequeño pueblo natal junto al río donde nació. Nos hablaba con los ojos perdidos en el recuerdo de las gentes del lugar, de sus amigos y sobre todo de su hermano mayor, que él tanto admiraba y que había sido como su segundo padre cuando quedó huérfano a temprana edad, y lo que escuchábamos con verdadero deleite, más hermanos y yo, eran las hazañas heroicas de los antiguos Samurais. Así, desde pequeño conocí de oídas la ciudad de Nagano, con sus maravillosos templos, sus montañas y su río.”

Pero sucedió que en los primeros lustros de este siglo, Kenji Nishizawa viajaba de Japón rumbo a Estados Unidos, luego pasó a México y allí conoció a María de Jesús Flores. Ella prestaba sus servicios en una hacienda de San Mateo Ixtacalco, en Cuautitlán, Estado de México. Kenji se enamoró de ella, se casó y se quedó a trabajar también en la hacienda que pertenecía a la familia Asúnsolo. La de María. En 1918 nació su hijo Luis. El nishei.

En varias ocasiones Nishizawa ha declarado que su padre le inculcó una gran disciplina y que de su madre recibió la sensibilidad. Dos valores que han sido pilares en la vida y en la obra del artista.

“Nací en un pueblo. Siempre tuve gran relación con la naturaleza. El campo mexicano, con la cantidad de luces y colores, con sus cambios de estaciones, enriqueció mis primeros años… De espíritu solitario, convivía con cosas pequeñas. Recuerdo a mi padre cantando y platicando cosas fantásticas del Japón y de los Samurais, relatos que enriquecieron mi imaginación y mi conocimiento del mundo.

“Siendo niño siempre me gustaron y me llamaron la atención los colores. Mi abuela tejía manteles y en la ropa de sus hijos bordaba algún pájaro u otro animalito. Me encantaba verla sentada en el patio de su casa, donde tenía un canasto de hilos que ella misma había hecho y teñido porque sabía obtener los colores de las plantas.

“Mi padre era un hombre enérgico con gran disciplina. Mi madre a pesar de ser indígena fue una mujer dulce, bondadosa, comprensiva. Emanaba un gran calor. A pesar de ser indígena, fue una persona culta, viajó a Europa con una madrina y vivió algún tiempo en Alemania. LA recuerdo cuando regresaba del mercado, cargando su canasta y siempre traía un ramo de flores en las manos, para colocarlas a los pies del santo de su devoción. Compraba flores como parte de su vida.

“La vida de mis padres fue muy dura, muy pesada. Se vivía la pobreza de la posrevolución y aunque en la casa llevábamos una existencia modesta, mis padres nos inculcaron siempre la riqueza espiritual y una nueva esperanza. No les importaba ser pobres, les importaba vivir y disfrutar la vida. Esa lucha los hizo fuertes. Eramos felices con lo que teníamos. Yo nunca me consideré pobre, me consideré una persona feliz por tenerlos a ellos. Mis padres siempre me apoyaron. Su visión era muy profunda.”

En reconocimiento al vasto legado artístico que el maestro Luis Nishizawa Flores ha dejado al patrimonio cultural de México, a su labor docente desarrollada por más de cuarenta años ininterrumpidos y a su calidad como ser humano, desde el año de 1992, el Gobierno de nuestro Estado decidió establecer un museo, su museo. Yo, Gilda, le hice su libro. En éste, el artista expone su obra y enseña a más de cien alumnos, la técnica y procedimientos de la pintura.

La casa donde se encuentra el Museo-Taller se ubica en el corazón de Toluca. Esta antigua casona se ha convertido en un museo vivo al que asisten semanalmente cientos de personas para ver su obra.

“He trabajado de guiar una ilusión por crear una obra permanente. México tiene mucho talento. Los jóvenes enriquecen, tienen una visión nueva, empapada de una gran frescura. Por eso a ellos les dedico parte de mi tiempo.”

“Apoyé a Kojin Toneyama, a que hiciera trece libros. Ël fue un erudito de arte mexicano. Escribió en 1969, “Maya;” en 1972, “Artesanía de México”, y en 1989, México Mágico.”

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