Si claudican los ciudadanos, gobiernan los tiranos

Diego Fernández de Cevallos

A dos días de que los partidos terminen sus campañas, y a cinco de la votación nacional, proceden algunas reflexiones, por ejemplo: ¿por qué en un país con 130 millones de habitantes, prácticamente todas las decisiones sobre políticas públicas las impone una sola mente primitiva y enferma?

Solemos escuchar, como explicación, que ese sujeto engañó y traicionó a 30 millones de electores, pues protestó cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes, pero impone sus caprichos al costo que sea; que es un sociópata ensoberbecido; que se alimenta de rencores y resentimientos; que desde sus tiempos de “luchador social” hasta ser “Presidente de todos los mexicanos” ha sembrado cizaña y dividido en dos a la nación; que destruye todo lo que halla a su paso, porque le parece neoliberal, y ofrece construir el paraíso en las tierras que siguen siendo de los hijos de Huitzilopochtli.

Ciertamente, se puede decir eso y mucho más, porque su proceder se basa en la estafa y la mentira, y no suele actuar con legalidad y decencia; sin embargo, eso implica mirar solo una cara de la moneda, porque vale preguntar: ¿dónde estuvieron en la elección de 2018 los otros 60 millones de electores? La respuesta, grosso modo, es clara: una mitad votó por otros candidatos y 30 millones más dieron la espalda a su deber cívico.

Este último grupo fue el mazacote de indiferentes y cobardes que permitieron el funesto resultado. Su triunfo fue legal y legítimo, pero no es verdad que la mayoría del pueblo de México lo haya puesto donde está. La verdadera mayoría la conformaron los dispersos y los claudicantes (66 por ciento del padrón).

También debemos decir que culpar de todo a un individuo es una sandez algo hipócrita y convenenciera. El gobierno que tenemos, así como los partidos políticos y las instituciones nacionales reflejan fielmente, por doloroso que sea, el ser y el modo de ser de esas nebulosas que se conocen como “las grandes mayorías” y “los poderes fácticos”.

Los electores tenemos el derecho de equivocarnos, pero también la obligación de rectificar cuando la consciencia a eso nos llame. Ese momento será el 6 de junio. Si poco podemos esperar de “mascotas” y “solovinos” que por migajas recibidas sienten un honor besar los pies de su opresor, mucho debemos exigir a los quejumbrosos que lloriquean y su cobardía los paraliza.

Deben considerar que la probada incapacidad del gobernante lo obliga a ir contra todo el que haya hecho un patrimonio. Tiene que llevarlos a la pobreza; ya ha dicho que un par de zapatos es suficiente.

De otra manera, no podrá seguir echando mendrugos a los millones de menesterosos que recibió, más los que él sigue generando. Llámesele “mesías tropical”, “falso mesías”, tartufo o tirano, debemos decirle con nuestro voto que somos más los ciudadanos.