¿También Francia?

/ Isabel Turrent/

Con el escenario de la guerra imperialista de Rusia contra Ucrania como telón de fondo, las fronteras ideológicas entre dos formas de gobierno encontradas se han mudado al corazón de Europa. La democracia liberal que defiende los derechos humanos, la libertad de expresión, la ciencia y la razón, el voto y las sociedades abiertas tiene, al menos desde 2016, con Brexit y sus abogados y la elección de Trump, opositores autoritarios y demagogos, que apelan a la irracionalidad y a los prejuicios de los votantes desinformados.

“Democracias iliberales”, las ha llamado el húngaro Viktor Orban, que fue electo el 3 de abril para un cuarto periodo consecutivo como primer ministro con una mayoría parlamentaria que le permitirá modificar las leyes una vez más a su gusto y conveniencia. Aliado cercano de Putin, aprendió muy pronto que la clave para transitar de la democracia a la dictadura disfrazada de democracia “iliberal” es mantenerse a toda costa en el poder para pervertir los usos democráticos liberales.

La receta de Orban es un putinismo más blando pero igual de autoritario: controla los medios -ahora propiedad de sus aliados corruptos- que repiten hasta el agotamiento la propaganda nacionalista y conservadora del régimen. La victoria “de la política cristiana democrática”, patriótica -que arrastra siempre un tufo racista-. Tiene el control total del sistema educativo y también del judicial y ha modificado las reglas de votación y el mapa de los distritos electorales para asegurar el triunfo de Fidesz, su partido.

Orban es, por lo demás, el mejor ejemplo de la ineficacia de la Unión Europea para lidiar con un país miembro que ha roto los mecanismos democráticos que sustentan a la UE y ha emprendido una diplomacia disruptiva opuesta a la de la Unión: Hungría apoya las sanciones de la UE pero se ha negado a criticar la invasión rusa a Ucrania y permitir el paso de armas y ayuda a los ucranianos por su territorio. En la euforia del triunfo, Orban proclamó que la democracia iliberal que practica es el futuro de Europa.

Qué futuro le espera a Europa depende, en buena parte, del resultado de la elección presidencial francesa de hoy. Con una cultura política que se nutre de la atracción por los extremos, el mercurial electorado francés que vive en pie de guerra con los poderes establecidos siempre responsables del “malestar cultural” que padece -y que nadie ha podido explicar jamás- ha dejado vacío el centro político. El territorio liberal donde se mueve el presidente Emmanuel Macron y donde ha cimentado su campaña electoral. Sus logros han perdido brillo: ni los recortes de impuestos, ni las políticas que han reducido la tasa de desempleo, ni las medidas para luchar contra el Covid e impulsar un rápido repunte económico le importan a una buena parte del electorado.

Ahí sigue Mélenchon con sus eternos seguidores -ya momificados- y su programa de izquierda neosoviética, anti-OTAN y en contra de ayudar militarmente a Ucrania. La ultraderecha encabezada ahora por Eric Zemmour, con todo y su canal de TV reaccionario y, por supuesto, Marine Le Pen en los linderos del populismo putiniano. Le Pen ha hecho una campaña inteligente: ha prometido reducir los impuestos a la gasolina y los costos económicos de la vida de la Francia profunda y ha tratado de deslindarse de Putin, que no sólo ha inspirado su proyecto sino financiado a su partido en todas sus versiones. Pero sin los recientes acomodos políticos, sobre todo la presencia de Zemmour en la campaña que colocó a Le Pen en la derecha moderada, el apoyo a Macron no se hubiera desplomado. Los trece puntos de ventaja que tenía sobre Le Pen en marzo se redujeron ayer a dos.

Los franceses protestan en la primera vuelta de la elección y en la segunda (que será el 24 de abril) recuperan la razón. Esta vez deberían pensarlo dos veces. Abrirle la puerta del Elíseo a Le Pen tendría resultados desastrosos. Fortalecería al iliberalismo populista y debilitaría a la Unión Europea, uno de los principales baluartes de la democracia liberal. Le Pen ha repudiado siempre la primacía de las leyes europeas y de la unión monetaria. Si el voto de protesta da una mayoría a Le Pen, los franceses podrían toparse con un escenario político inmanejable: aliados de un criminal de guerra como Putin.