Tatiana Huezo triunfa en Cannes con “Noche de fuego”.

* Lo protagoniza la veracruzana Mayra Batalla.

* Una historia sobre los riesgos de ser mujer y niña en un territorio controlado por el crimen organizado.

Cannes, 17 julio 2021.- La mexicana Tatiana Huezo ha traído su debut en la ficción, Noche de fuego, al apartado Un Certain Regard, en la recta final de Cannes. El filme, protagonizado por Mayra Batalla y Guillermo Villegas, es una historia de amistad, amor y lealtad desarrollada dentro de un contexto de violencia, y protagonizada por niñas (seleccionadas entre 800 candidatas). Rodada en Neblinas y Landa de Matamoros, un pequeño poblado en la Sierra Gorda de Querétaro (México), la película narra la historia de amistad entre tres niñas que viven en un lugar en el que es peligroso crecer siendo mujer. Una de las pocas presencias latinoamericanas en Cannes.

Noche de fuego, en Un Certain Regard, ¿cómo te sientes en este Cannes pospandémico?

Muy privilegiada y profundamente agradecida. Haber llegado a Cannes después de esta situación es como un milagro, un enorme regalo de la vida. Y también la cosecha de un arduo trabajo de tres años de no parar, de estar todo el tiempo sumergida en este proyecto, un trabajo brutal, con un equipo que me acompañó y me respaldó en todo momento.

¿Tres años dedicados a la investigación?

De proceso creativo, sin parar. Primero fue la escritura del guion. Luego el proceso de casting que duró casi un año. En realidad el casting comenzó un poco antes, buscando a las niñas protagonistas que son seis. Pero tenían un nivel de dificultad muy importante porque son tres protagonistas a los 8 años y luego hay un paso de tiempo de cinco años, y son ellas mismas pero a los 13. Cinco años después. Entonces había que buscar a las tres pequeñas y a sus clones adolescentes, que debían ser idénticas. Y para mí era muy importante que fueran del ámbito rural, niñas del campo. Yo quería que anduvieran descalzas, que se treparan en los árboles, que se aventaran al río helado.

Muy genuinas…

Exacto. Que pertenecieran a este ámbito rural, que tuvieran contacto con el ganado y no les diera miedo. No veía la manera de trabajar con niñas actrices de la ciudad. Entonces empezamos a buscar en muchos pueblos de México, en muchas montañas, hasta que las encontramos. Luego hubo un trabajo muy fuerte de preparación, con un taller que duró casi tres meses, en donde tuve la fortuna que me acompañara Fátima Toledo como una chamana, como una bruja hermosa, de la que aprendí muchísimo y que las preparó física y psicológicamente para resistir un rodaje de nueve semanas, nada fácil. Hacía mucho calor, en un lugar muy lejano, fuera de sus casas.

En efecto, la dirección actoral suele ser complicada. ¿Cómo fue trabajar con estas muchachas tan jóvenes?

Fue un reto. Porque es una producción enorme, muy compleja, con efectos visuales especiales. Éramos más de cien personas de crew, en el fondo esto me daba terror. Yo sabía. Pero me decía siempre que no importa que se caiga el mundo, lo único que no se me puede ir de las manos es la interpretación. El corazón de esta película esta ahí en estas niñas, en su mirada, en su forma de sentir y de transmitir. Estuve muy concentrada en eso. El taller fue muy importante. No hubo nunca una lectura de guion, por ejemplo. El casting en este sentido fue fundamental, era una entrevista, que es algo en lo que soy experta. Yo necesitaba saber quiénes eran, su vida cotidiana, sus afectos, sus pesadillas. Trabajamos con juegos, ensayos en el taller y generábamos ciertas situaciones de la película a partir de experiencias personales de ellas. Nunca supieron qué había detrás de cada escena, sobre todo las pequeñas. No era necesario, tampoco lo iban a entender. Y para mí era más importante partir de sus propias identidades. Iban a ser infinitamente más ricas así a que yo les indicara cómo eran sus personajes y las situaciones por las que iban a transitar. Las hubiese limitado. Sentía que eso hubiese empobrecido mucho a los personajes. Fue un proceso muy libre, muy sensorial, muy emocional. Fue fundamental que llegaran los actores profesionales. Por ejemplo, Mayra Batalla, que es el personaje protagónico –la mamá de Ana-, Tere Sánchez, Guillermo Villegas, Norma Pablos. Un equipo de actores profesionales de primer nivel que entregaron su alma y que abrazaron el proceso creativo por el que estaban circulando. El trabajo de los actores fue impresionante y todos tenían que reaccionar de forma inmediata, con su instinto. Siento que de eso está llena la interpretación de esta película. Cuando llegamos al pueblo, recuerdo que Mayra me decía que quería leer el guion para prepararse. Pero le dije que su trabajo iba a ser de investigación: métete con tu vecina local, come con ella, hazte su mejor amiga, fíjate cómo habla con su marido, que está en otro lado, porque esto es Pueblas.

¿Es decir, hubo mucho aporte por parte de los actores?

Sí, su personaje terminó de construirse allí. Ella se mimetizó, se volvió parte de esta comunidad. Hizo un trabajo muy fuerte en este sentido. Así que siento que todos estos elementos forman un gran universo que se ve en la película. También eso de estar aislados por nueve semanas en este pueblo en medio de la nada, sin hoteles, sin internet, sin cobertura telefónica. Aunque fue una locura, me sentía como Herzog, cruzando un barco gigante. Todas estas dificultades nos hicieron pegarnos un clavado de lleno en la película y quiero saber que eso se ve, que está en la pantalla.

Se siente siempre una angustia, un miedo latente durante toda la película. ¿Cómo ha sido tu transición del documental a la ficción? ¿Hacia qué género te vas a enrumbar a partir de esta experiencia?

Me siento muy feliz de haber hecho esta película. Salí muy fortalecida después de este proceso y me siento muy libre para poder transitar entre un género y otro. Yo amo hacer el documental y necesito muchas veces pisar tierra y entrar en la vida de los otros. De eso me nutro, ese es mi alimento, de observar la vida con sus pequeños detalles. Desde ahí le entré a esta nueva forma cinematográfica para mí desde lo que conozco. Fue un gran desafío, con una crew de 100 personas cuando son 15 años que trabajo solo con siete, que han sido mi equipo desde mis dos películas anteriores y mis cortos. Aquí hay muchos departamentos nuevos y muy especializados, como el de maquillaje, de vestuario, dirección de arte, que para mí eran como un ejército, comandados por Óscar Tello, que fue también el director de arte en Roma. Un equipo de quince personas como carpinteros, utileros, pintores que crearon minuciosamente cada detalle. Muchos escenarios se crearon desde cero, tiramos muros y levantamos paredes. El Jaripeo, que es esta fiesta enorme que hay en la película, está creada de la nada. Como el campo de amapolas, cada planta está sembrada, generada en este lugar. Fue un viaje fascinante y me enamoré. Me veo haciendo documental y ficción a la par, sin ningún problema.

Ya estás trabajando en tu siguiente proyecto, ¿será ficción o documental?

Estoy empezando una nueva película documental que se llama El eco, que también se ubica en el universo de la infancia, en un pueblo lejano. Soy adicta a ellos, no sé por qué. Sigo indagando qué significa crecer y cómo es el eco de los padres en los hijos, lo que han sembrado en nosotros para toda la vida, más aún en este momento tan particular de la vida. Es un rodaje con personajes que están también envueltos en un entorno físico, por el paisaje, por el clima, el cambio de las estaciones que está muy marcado. Son elementos fundamentales que están muy marcados en esta historia. Y también estoy comenzando a dibujar el siguiente guion de ficción. Es decir, la pandemia, que nos ha cambiado tanto, me ha ayudado a centrarme totalmente y a trabajar fuertísimo. Estoy con estos dos proyectos a la vez.

¿La pandemia te ha llevado a sentir más inspiración artística?

Sí. Ha sido un tiempo muy duro que nos detuvo en seco a todos. Hemos todos perdido a gente muy querida, ha sido un golpe al alma, a nuestra vida cotidiana, por un lado. Por otro lado, a mí me obligó a parar en casa. Llevaba años sin hacerlo. Esta ha sido una película con muchos coproductores, y durante los últimos meses la coproducción estuvimos varios meses en Brasil. Y, de repente, en seco, hubo que estar en casa, con la familia, con mi hija y con mi compañero, con quienes hacía mucho tiempo que no estábamos juntos. A podar el jardín, me puse a sembrar plantas con mi hija. Fue un viaje también muy bonito hacia la familia, hacia lo íntimo.

Una especie de inyección de humanidad…

Totalmente. Y me abrió un espacio muy generoso para ponerme a trabajar en el papel. Y a imaginar y a volar con lo que sigue. (I)

Daniela Creamer, desde Cannes, especial para El Universo

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