María Elena Pérez-Jaén Zermeño
en REFORMA, 05 Dic. 2020
Apropósito de la exitosa serie de Netflix “The Crown”, hay un capítulo donde la reina Isabel II intenta advertirle a su hermana, la princesa Margarita, de los antecedentes del personaje con el que se casará: el fotógrafo Antony Armstrong-Jones.
Ella no quiere ver ni escuchar nada, su decisión está tomada. Le llevará poco tiempo confirmar los rumores sobre la mala fama y prácticas poco ortodoxas de su futuro consorte, y dieciocho años divorciarse de él. Bien, pues lo mismo le ocurrió a Alfonso Romo con Andrés Manuel López Obrador. Después de algunos años de relación, y sólo dos de “matrimonio político”, su entusiasmo por él terminó. Lastimó su confianza al ser ignorado constantemente.
El lunes 12 de mayo de 2014, y a dos días de terminar mi encargo como comisionada del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI, hoy INAI), recibí una llamada de la oficina del Ing. Alfonso Romo. Un amigo en común le había hablado de mí y quería conocerme. Pactamos nuestra reunión el viernes 16 de mayo en su condominio de la Ciudad de México.
Una charla que estaba programada para durar una hora, se prolongó más de dos horas.
El hielo se rompió rápidamente. “Llámame Poncho”, me dijo.
Comenzamos a hablar del tema del cumplimiento de la norma sobre la protección de los datos personales en su Casa de Bolsa Vector, en su universidad y sus otras empresas. Me expresó las intenciones de transformar la casa de bolsa en una institución financiera.
Cuando terminamos el tema de la protección de datos pasamos al de la transparencia de López Obrador.
Antes de entrar en materia, le mostré los cartones de Paco Calderón y de Sergio Iracheta en mi tableta electrónica, los cuales describen gráficamente y de forma puntual la dura batalla que yo había librado contra Andrés Manuel y su administración siendo Jefe de Gobierno del Distrito Federal, así como con sus diputados locales perredistas.
Le expliqué a detalle todos los obstáculos que López Obrador y sus diputados habían interpuesto en el 2002 para que se aprobara la Ley de Transparencia en el Distrito Federal y que, cuando finalmente se logró en 2003 y nos eligieron en julio a los consejeros ciudadanos, él había utilizado todas las artimañas jurídicas dilatorias para retrasar su cumplimiento. En general, López se negaba a cumplir con la transparencia.
Fuimos al tema de los Segundos Pisos. Le dije que el propósito de la creación del Fideicomiso para el Mejoramiento de las Vías de Comunicación (conocido por sus siglas como el FIMEVIC) y construirlos a través de éste, era para ocultar la información financiera del mismo, así como las decisiones en la asignación de los recursos; asimismo, le detallé cómo los habían utilizado, la clasificación de la reserva de la información, su negativa a ser revisadas las cuentas y el contubernio de su contralora. Le habían encargado la operación del fideicomiso a Claudia Sheinbaum, siendo ella la secretaria del Medio Ambiente capitalina, porque César Buenrostro, su entonces secretario de Obras, se había negado a hacerlo. Le compartí de la persecución que me habían hecho como comisionada de transparencia del INFODF, de las amenazas que había recibido y de la destitución de la que fui objeto, situación que la Suprema Corte revirtió y por lo cual me reinstalaron.
Su respuesta fue: “Yo puse a mi gente a revisar las cuentas de los segundos pisos, y no encontraron nada dudoso”. Y mi revire fue contundente: “Es que no buscaron bien, Poncho. Me hubiesen preguntado a mí. Yo les hubiese enseñado cómo hacerlo”.
Su defensa de López Obrador era vehemente, de pleitesía, tratando de convencerme sobre su honestidad compartiéndome sus constantes desayunos con él, mientras su esposa Beatriz los preparaba, en su departamento de Tlalpan. Lo tenía seducido su manera austera de vivir, ¿cómo podía ser deshonesto?
Yo insistía que su “honestidad valiente” era sólo demagogia ya que su gestión había sido secuestrada por una oscuridad cobarde. Había demostrado con creces la discrecionalidad en el destino de los recursos para sus obras faraónicas, y de toda su administración. Que su manera de tomar decisiones era unipersonal, no escuchaba, le temían y nunca lo contradecían. Que Carlos Urzúa, en ese momento su secretario de Finanzas, de alguna manera lo había advertido y le renunció. Sólo se hacía su voluntad. Y rematé: no eres su amigo, te va a utilizar para sus propósitos. Ne”No lo conoces bien, él no tiene amigos sino lacayos que se convierten en cómplices, necesita un empresario muy exitoso y poderoso como tú para que sea el interlocutor con el sector empresarial. Ellos no le tienen confianza”.
Bien, ya sabemos que Romo le renunció. Él confundió austeridad con honestidad y se dejó cautivar por la sencillez de unos desayunos. Su ojo nunca estuvo entrenado para distinguir las baratijas, vestidas de mentira, que se comió. Pensó que la honestidad se reducía solamente a la económica, suponiendo sin conceder y, otorgándole el beneficio de la duda a AMLO sobre su honestidad económica, Alfonso nunca vio la verdadera naturaleza de su “amigo”.
Y ahora, después de haber trabajado “pro bono” con él dos años, de padecer su autoritarismo y conocerlo bien, se va herido. Sí, porque el que creía que era su amigo, lo lastimó, lo hirió, lo ninguneó y comprobó que no era confiable. Te lo dije, Poncho, te lo dije.
La autora es Consultora y ex Comisionada del IFAI.
@MElenaPerezJaen