Nacho Serrano / ABC/
Sufrir violencia de género no define a una mujer, ni siquiera tiene por qué condicionar su vida una vez se ha superado ese infierno. Pero Tina Turner, que este martes cumple 80 años, nunca ocultó que los abusos físicos la cambiaron para siempre. Así lo reconoce en la autobiografía que publicó el año pasado, «My love story», donde los episodios de palizas y golpes que le propinaba su marido Ike ocupan gran parte del relato.
Adoptada a los tres años por una familia blanca (ella era hija de un hombre negro y una mujer de ascendencia cherokee y navajo), Ana Mae Bullock se llevó su primera gran decepción amorosa muy joven, cuando supo que su novio de la escuela secundaria ya estaba casado con otra mujer. La segunda llegó muy poco tiempo después, cuando el padre de su primer hijo (el saxofonista Raymond Hill) la abandonó teniendo ella sólo 18 años. Pero con Ike conoció algo más que el engaño y la infidelidad, en paralelo a una vorágine de estrellato que se antoja imposible de digerir en semejantes circunstancias.
Su matrimonio con Ike Turner empezó mal desde el minuto uno: en su noche de bodas, en 1962, la llevó a un prostíbulo de Tijuana, México, donde tuvo que asistir a un show de sexo en vivo. Ella, que tenía 22 años, lo pasó realmente mal. «Estuve triste todo el rato, a punto de llorar, pero no había escapatoria. No podíamos irnos hasta que Ike estuviera listo, y se lo estaba pasando muy bien. La experiencia fue tan perturbadora que la reprimí, la rasqué y creé un escenario diferente, una fantasía de fuga romántica».
Tina Turner junto a su marido Ike bailando en el escenario
Tina Turner junto a su marido Ike bailando en el escenario – ERNEST C. WHITERS
Cuando se quedó embarazada, Ike no le dio descanso y pasó los nueve meses de gestación trabajando en una gira por todo el país. Dos días después de dar a luz volvió a los escenarios, y fue entonces cuando la personalidad violenta de Ike empezó a hacerse más omnipresente. Escupía a Tina cuando se equivocaba en los ensayos, y los golpes que ocasionalmente le había propinado se convirtieron en rutina. «Sí, pegaba a Tina, pero no lo hacía más de lo que cualquier tío lo hace con su mujer. La verdad es que nuestra vida no era tan distinta del vecino de al lado», farfullaría Ike en «Takin’ Back My Name», la autobiografía con título cargado de cinismo que publicó en 1999.
Confesiones desgarradoras
«Una vez me arrojó café caliente a la cara provocándome quemaduras de tercer grado. Usó mi nariz como saco de boxeo tantas veces que podía saborear la sangre corriendo por mi garganta mientras cantaba. Me rompió la mandíbula. Y no podía recordar lo que era no estar con los ojos amoratados», confiesa Tina en «My love story», donde también relata un intento de suicidio en 1968. Una noche en su casa, Ike mantuvo relaciones sexuales delante de ella con tres mujeres, una de las cuales estaba embarazada de un hijo suyo. Humillada y desesperada, la cantante decidió acabar con su vida y se tomó cincuenta somníferos, pero los médicos la salvaron en el hospital. Cuando despertó, Ike estaba en la habitación. Pero no para preocuparse por ella, sino para decirle: «Deberías haberte muerto, hija de puta».
Tina sufrió unos cuantos años más de palizas y vejaciones, antes de decir basta, el 2 de julio de 1976. La pareja iba en una limusina de camino al aeropuerto de Los Ángeles, en la que también viajaba el último ligue de Ike. Tina, naturalmente incómoda con la situación, rechazó una chocolatina que le ofreció su marido, y éste reaccionó dándole una bofetada. Por primera vez, ella devolvió el golpe. Y los dos se enzarzaron en una pelea que continuó en el avión, y más tarde en el hotel Hilton de Dallas, donde iban a actuar el 4 de julio con motivo del bicentenario de la fundación de Estados Unidos.
En la recepción del hotel, Tina pidió unos pañuelos para frenar la hemorragia de las dos brechas que le había hecho Ike, y una toalla para limpiar los salpicones de sangre de su vestido blanco de Yves St. Laurent. Ya en la habitación, los golpes continuaron hasta que Tina se rindió para esperar su momento. Cuando Ike se durmió, se cambió de ropa, se puso unas gafas de sol y escapó de la suite con 36 centavos y una tarjeta de crédito en el bolsillo. Se alojó en un hotel cercano, llamó a su abogado y éste le pagó un billete de avión para volver a su casa en Los Ángeles. Pero allí tampoco podía quedarse.
Su abogado la escondió en casa de su hermana, esposa del legendario saxofonista Wayne Shorter, que en ese momento estaba de gira, y pasó allí dos meses a salvo de su maltratador.
Una vez recuperó fuerzas, se buscó un apartamento y formó su propia banda con la ayuda de un miembro de la banda de Ike. Pero su marido no iba a ponerle las cosas fáciles ni mucho menos, e hizo sus llamadas para obstaculizar su carrera. Ya lo había hecho en 1974, cuando Tina debutó en solitario con «Tina turns country on», un disco versiones de country, y más aún cuando publicó «Acid Queen» tras su exitosa aparición en la película de The Who «Tommy», interpretando al personaje homónimo. Y volvió a hacerlo cuando Tina pidió el divorcio, llegando incluso a sobornar a agentes de discográficas para que la ignoraran. «Cada puerta a la que llamaba, decía Tina y todos respondían Ike», se lamenta la cantante en sus memorias.
En el juicio del divorcio, en el verano de 1976, Tina le dijo al juez: «Olvide las joyas. Olvídelo todo. Solo es dinero manchado de sangre. No quiero nada». Y efectivamente lo perdió todo, incluidos sus hijos, que se quedaron con Ike. Sólo conservó su nombre artístico y dos coches que le habían regalado antes de casarse. «No tenía casa y me pasé dos meses de casa en casa de amigos. Mientras ellos estaban fuera, les limpiaba su hogar de arriba a abajo. Prefería ser la criada de cualquiera antes que la esposa de Ike Turner. Esa era mi actitud».
Tina tenía que trabajar como sirvienta y había perdido su proyección artística, pero Ike no se detuvo ahí. Incapaz de asumir que ya no tenía poder sobre ella, contrató a unos matones que tirotearon su casa y el coche de su manager, obligando a Tina a dormir en el armario de su habitación varias noches, por miedo a recibir un disparo.
El «momento Cenicienta»
Pero en 1977 comenzó a cambiar su suerte. Cher, que también había sufrido el infierno del maltrato a manos de Sonny, la invitó a participar varias veces en su programa de televisión, y poco a poco su nombre fue volviendo al candelero. Sin embargo, sus discos no tenían la repercusión que ella esperaba, hasta que llegó el «momento Cenicienta», como ella describe. En 1983, David Bowie decidió anular la fiesta de presentación de su nuevo álbum, «Let’s Dance», para marcharse a ver a su «cantante favorita» en el Ritz. Aquella misma noche, el manager de Tina «fue bombardeado con llamadas de ejecutivos de la música que pedían entradas desesperadamente», cuenta la artista en su libro. «El show fue muy bien y después David vino al backstage con Keith Richards. Los tres estábamos pasándolo tan bien hablando de música (y bebiendo botellas de Jack Daniels y champán) que no queríamos que la noche acabase. Así que nos fuimos a la suite de Keith en el Plaza. Ron Wood se pasó por ahí, David empezó a tocar el piano y estuvimos improvisando toda la noche. Aquella noche en el Ritz mi vida cambió dramáticamente. Capitol firmó conmigo un acuerdo y también lo hice con EMI en Inglaterra».
El resto es historia. Mientras, Ike pasaría años retorciéndose de envidia, muchos años. Hasta su muerte por sobredosis de cocaína en 2007. Por entonces, ella ya era un superestrella con doce premios Grammy (diez más que él), a punto de jubilarse con honores. Hoy, vive felizmente casada y retirada en Suiza.
Fuente ABC Cultura.