Todo, para venir a perder ante una moneda

Prosa aprisa.

Arturo Reyes Isidoro.

“La muerte es un espejo que refleja / las vanas gesticulaciones de la vida”. Octavio Paz. El laberinto de la soledad.
“Y tú que te creías / el rey de todo el mundo… ¿A dónde está tu orgullo / a dónde está el coraje?… La vida es la ruleta / en la que apostamos todooosss”.
No lector, no enloquecí por el encierro, por el calor y por la preocupación por la crisis económica que se nos viene encima.
Es que la letra de esta viejísima canción de Pedro Guerra, que cantaban con mucho sentimiento Cuco Sánchez, el mismísimo Pedro Infante, Antonio Aguilar (padre) y tantos y tantas más, se me vino a la memoria cuando de pronto supe, ¡zas!, que estoy entre los candidatos a sacrificar si tuviera que competir con un joven para alcanzar una cama en un caso hipotético, pero que puede ser real, de que los dos enfermáramos de Covid-19.
Cuándo personas adultas mayores o más que mayores, yo incluido, íbamos a pensar que en caso necesario nuestra vida iba a depender de una moneda, de una triste moneda, de águila o sol, de cara o canto.
Resulta que la Guía Bioética de Asignación de Medicina Crítica (realmente para los adultos mayores a los que nos sacrifican debiera llamarse Guía Segura al Panteón) del Consejo de Salubridad General de México determina, entre otras cosas, qué enfermo será sujeto a los recursos del sector salud disponibles, como si tiene otra enfermedad o es más joven.
El texto completo –la prensa solo se ha ocupado de la parte concreta de a quién hay que priorizar para tratar de salvarlo– es interesante. Fundamenta el por qué.
Por ejemplo, explica que un principio de la justicia social es que todas las personas tienen el mismo valor y por lo tanto la distribución de recursos escasos durante una emergencia de salud pública –como ahora por el Covid 19– debe de estar orientada a salvar la mayor cantidad de vidas, lo que también aplica a los recursos escasos de medicina crítica (como los que se requieren ahora para atender a enfermos de coronavirus).
Agrega que salvar la mayor cantidad de vidas requiere evaluar tanto la posibilidad de que un paciente mejore y sobreviva, como el tiempo que tardará en recuperarse.
“Utilizar estos principios para asignar recursos de medicina critica escasos genera problemas cuando no enfrentamos a casos como el siguiente: paciente A de 80 años necesita de un ventilador, paciente B de 20 años necesita de un ventilador. Si el paciente A recibe el ventilador vivirá 7 años más, si el paciente B recibe el ventilador vivirá 65 años más. Ante dicho problema se tiene que introducir un principio adicional: salvar la mayor cantidad de vidas-por-completarse. Una vida-por-completarse se debe de entender como aquella que aún no ha pasado por los diferentes estados de desarrollo bio-psico-social humanos (i.e. infancia, adolescencia, edad adulta, vejez)”.
Pues sí. Está bastante claro y es muy comprensible.
Mi punto de vista es que sería mezquino no privilegiar la vida de niños, adolescentes y jóvenes, que, como comúnmente se dice, tienen mucho por vivir, diría que es un derecho (al menos esta es mi posición personal).
No es que discrimine a los “viejitos”, que me autodiscrimine, pero tiene uno que pensar que, chueco o derecho, ya vivimos, algunos ya estamos muy traqueteados, y si no hay espacio para dos, al menos en mi caso le cedo mi lugar a algún chavo, que disfrute el gusto por la vida.
(Verídico: un periodista de Xalapa deseaba que un viejo periodista, que había sido su jefe –ambos ya fallecidos– viviera muchos años, no obstante que siempre lo había maltratado. Cuando se le hacía ver ese detalle, respondía: para que pague en vida lo que ha hecho.)
Leamos lo que dice la Guía en el punto 2.4 “Cómo resolver empates”, de lo que tanto se ha ocupado la prensa.
“En caso de que exista un empate en el puntaje de priorización entre dos o más pacientes, el proceso para resolverlo será el siguiente.
En un primer momento se deberá de recurrir al principio vidacompleta. Ello quiere decir que pacientes más jóvenes han de recibir atención de cuidados intensivos sobre pacientes de mayor edad.
Las categorías de edad propuestas son: 0-12, 12-40, 41- 60, 61-75, y +75. Si recurrir al principio de vida-completa no desempata a los pacientes entonces la decisión sobre quién recibirá acceso a los recursos escasos deberá de tomarse al azar (por ejemplo, lanzando una moneda).”
Recurrir al principio de vida-completa no discrimina injustamente a las personas comparativamente más viejas. Ello es así pues la persona que no recibe tratamiento ha gozado de un bien, vivir una vida que incluye más etapas, por más tiempo. Esto quiere decir que la persona de menor edad está en una situación donde perdería mucho más si no accede a los recursos escasos de medicina crítica. Lo que perdería es la posibilidad de obtener el bien de vivir una vida que incluye más etapas.”
Ya está, pues. Pero, ahora sí, como el título de aquella viejísima película de Julio Bracho, “Cada quién su vida” (con Ana Luis Peluffo, Kitty de Hoyos… A los jóvenes, a mis jóvenes lectores estos nombres les han de sonar como en arameo).
Confieso que he vivido (como el título de las memorias de Pablo Neruda) o vivir para contarla (como el primer –y único, porque iban a ser tres– libro de relatos autobiográficos de Gabriel García Márquez), las circunstancias, lo relativo a veces de la vida, lo que no se esperaba, ha reducido, u orillado, a una parte de la población a la condición de paria, de parias, de excluidos de las ventajas que deben gozar otros, en este caso, los menores de edad que nosotros.
Ya lo decía el filósofo autor de “Fallaste corazón” en las primeras dos líneas de la letra de su canción: Y tú que te creías / el rey de todo el mundo… Porque resulta que, como dicen los chavos, muchos adoptaban (o adoptábamos) una actitud de muy salsas, de muy sácale puntas, muy lanzas, de muy Juan Camaney (“Yo soy Juan Camaney, bailo tango, masco chicle, pego duro, tengo viejas de a montón tururú”) y todo para al final venir a depender de un volado, de irse al panteón si sale sol o de quedarse en la orilla si cae águila. Bien decía otro filósofo, José Alfredo Jiménez, no vale nada la vida, la vida no vale nada.
Pienso, de qué sirve tener mucho dinero si la edad ya no me ayuda, esto es, en circunstancias como las actuales podría tener millones y alardear de ello, pero de nada me servirían ante un joven al que darían preferencia en un hospital para salvarle la vida.
Algo que debe reconocerse es que el Coronavid-19 es democrático como todas las enfermedades. Abarca a todos sin distinción de sexo, edad, condición social, preferencia religiosa, preferencia sexual, nivel de estudios, aunque tiene algo de democracia a la mexicana: le da preferencia a unos, a los jóvenes y relega a los adultos mayores.
Para no poner en un dilema a los médicos mejor fui ya a comprar mi propio ventilador, a meses sin intereses, si no me salva la vida al menos hará que mi agonía no sean tan calurosa. Digo.
(Después de que escribí estas líneas quedé en otro verdadero dilema: de consuelo no sabía si tomarme un tequila o un whisky, un ron o una copa de vino tinto. Me dije: por aquello de las dudas, tengo que disfrutar mis posibles últimas horas. Y me puse a escuchar las canciones de José Alfredo. ¡Viva la vida, que caray! Mientras dure).
Lector, larga vida para ti. No salgas de casa. Está por llegar lo peor.