Todos los feminismos de hoy

MALAGA, SPAIN - MARCH 8 th, 2020: People celebrating 8m woman day with banners and placards, during feminist strike in Malaga, Spain, on March 8 th, 2020.

*Mientras los prejuicios hacia las feministas siguen atravesando la sociedad, la necesidad de que existan tanto radicales como negociadoras se impone para alcanzar las metas, en una lucha donde ellos también ganan, aunque deberán encontrar su nuevo lugar

Por María Inés Fiordelmondo.

Hace poco más de 30 años eran unas cinco, máximo 10 mujeres levantando banderas en la plaza Libertad. Cristina Grela tiene 76 años, es médica y militante feminista por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Estuvo entre esas 10, luego entre cientos y el 8 de marzo de 2020, en la última marcha que se hizo por el Día de la Mujer volvió a alzar banderas en el mismo lugar; esta vez, junto a otras 300.000. En el camino, vio cómo las mismas que alguna vez les habían gritado “locas sueltas” luego se sumaron a las manifestaciones. Y también le llevó su tiempo autodenominarse feminista. “En un principio trabajábamos por la condición de la mujer. Después por la igualdad de la mujer. Luego empezó a aparecer el término feminista y muchas decían: ‘Yo no soy feminista, yo lucho por los derechos de la mujer’. Y de esto no hace tanto. Treinta años en la historia no es nada”, recuerda.

En los últimos años, las calles hablaron por sí solas: nadie puede cuestionar que el feminismo de hoy es un movimiento mundial y diverso. Se habla de una cuarta ola, de una nueva expresividad e interpretación de las viejas desigualdades. Se habla, también, de feminismos, en plural. Hay grandes temas, prioridades y urgencias, como la violencia de género. Están quienes luchan por superar la brecha salarial y por la reconfiguración e igualdad en los cuidados y tareas domésticas -desigualdad que se visibilizó aún más entre pandemia y teletrabajo- y quienes trabajan por derribar los estereotipos e ideales de belleza; existe el feminismo afro, el latinoamericano, el europeo, el indígena, el feminismo católico. Hubo victorias, pero también están aquellas conquistas por las que no se puede bajar los brazos, como la legalización del aborto. “Son derechos que siguen estando en fragilidad, sigue habiendo voces que quisieran restringirlos nuevamente, entonces no se puede bajar la mano”, acota Susana Rostagnol, antropóloga, docente e investigadora feminista.

El psicólogo y sexólogo Rubén Campero consigna que sus opiniones están encuadradas desde su posición de hombre, es decir, “desde la hegemonía”. Apunta que el feminismo no es homogéneo, que tiene sus contradicciones y disputas internas, pero que nada de eso logró producir una mella en su basamento político. Por su parte, el profesor titular de Psicología Social de la Universidad de la República Juan Fernández Romar comenta que es probable que tanto una empleadora rica de Punta Gorda como su empleada doméstica inmigrante, casi adolescente y afrodescendiente se consideren feministas, y que efectivamente ambas sean víctimas de una forma de opresión derivada del sistema patriarcal. “No obstante, sus perspectivas, reivindicaciones y horizontes políticos seguramente difieran porque hay otras formas de dominación en juego. Paradojalmente, las posibilidades de éxito político del feminismo dependen de que encuentren coincidencias en algunos puntos”, explica el psicólogo social.

El énfasis entre los distintos feminismos puede variar, pero el objetivo en todos los casos es el mismo: terminar con la opresión de las mujeres y alcanzar, por fin, la igualdad de género. “Hay contradicciones internas como en cualquier movimiento político, cultural, intelectual y aun así la gente sigue identificando un feminismo. Esto es un logro en términos de lo que se comunica hacia el afuera, que no reniega de sus fracturas internas, discrepancias”, resume Campero.

Y así como no hay un único feminismo, tampoco hay una única estrategia de lucha. El feminismo, explica Rostagnol, funciona a través de distintas vertientes para alcanzar las metas pretendidas: una de elaboración teórica conceptual, otra de praxis política y cambio en la sociedad, y una tercera, que es el cambio reflejado en la vida cotidiana. Todas ellas combinadas son necesarias, dice la antropóloga.

Tensión. El feminismo es uno de los movimientos culturales, políticos y sociales que ha logrado tener mayor incidencia masiva, sostiene Campero. No obstante, agrega, esto también se puede medir por las reacciones y movimientos que surgieron para contrarrestarlo. Y es que tampoco se puede negar que en muchos ámbitos las alertas se siguen encendiendo al pronunciar la palabra feminista, como si rechinara. Los feminismos, según Campero, intentan quitar del centro una mirada que por siglos ha sido universal, poner entre paréntesis el pensamiento de tipo masculinista que proviene de la cultura de tipo patriarcal y que no solo coloca a los hombres en situación de poder en comparación con las mujeres, sino que también produce un “orden simbólico”, una sensación de sentido común que privilegia a todo aquello que se considere masculino. Y el feminismo ha sido y continúa siendo un motor de cambio social. Rostagnol subraya que es una propuesta “extremadamente revolucionaria”, ya que busca cambiar las relaciones sociales intrafamiliares, en el barrio, en el Estado, “desde las más micro hasta las relaciones de política internacional”. “Obviamente que algunos siempre van a tratar de mantenerse como están y cambiar lo menos posible. Así funcionan las sociedades”, agrega.

Entonces, mientras se reconocen las innumerables conquistas -desde el siglo XIX con los movimientos sufragistas- y mientras los datos sobre violencia de género, tareas domésticas, brecha salarial y muchos otros evidencian lo que aún queda por hacer, también se producen movimientos y sectores neoconservadores que apuntan directamente hacia los avances en materia de género. “Hace tres años en una marcha del 8 de marzo había un montón de gente con carteles que decían ‘soy femenina, no feminista’ en actitud de hostilidad hacia quienes estuvieran marchando”, recuerda Rostagnol. Son movimientos que, a su entender, tergiversan el sentido del feminismo. “Ser feminista no significa no ser femenina, ni no querer tener hijos ni estar en contra de los valores familiares. Estamos en contra de los valores familiares patriarcales”, aclara.

Campero identifica a estas personas como “sujetos que desde el miedo buscan ser precavidos, y quieren conservar las estructuras porque temen que todo se vaya al diablo”. Dentro de los conservadores están quienes no soportan la interpelación y “que su reino sea cuestionado”. “Están acostumbrados a que su posición sea la única posición, eso es lo que no se banca la hegemonía patriarcal, pero el descentramiento siempre tiene que ser una buena práctica, más allá de que tengamos momentos en que nos asentamos, después hay que desarmar el campamento”, indica. Es una de las lecciones que deja la pandemia: la plasticidad -incluso moral- para estar preparado para los cambios sin que gane el miedo. “Con la crisis económica, ecológica, te tenés que estar convirtiendo todo el tiempo. Lo conservador como única posición no es una actitud inteligente”.

La palabra. “Hoy en día la inmensa mayoría de las personas con sensibilidad social y conciencia política nos consideramos feministas de algún modo. Sin embargo, llegar a acuerdos es muy difícil e incluso hay quienes prefieren mantenerse por fuera de los rótulos para evitar interpretaciones que no comparten”, señala Fernández Romar. La antropóloga Susana Rostagnol reconoce que aún hay cierto estigma a la hora de autodenominarse feminista, aunque se está perdiendo gracias a la fuerza que está tomando el feminismo a escala mundial. En el ensayo Todos deberíamos ser feministas, la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie enumera las connotaciones negativas que rodean a la palabra feminista: “Odias a los hombres, los sujetadores y la cultura africana. Crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante”. Detrás de ese supuesto “estereotipo” de mujer feminista, Campero señala que hay mujeres “afectando” el lugar de “muñeca decorada y maquillada”, sosteniendo una posición desde su cuerpo, más allá del discurso. “Está cuestionando con una propuesta estética el lugar en que el patriarcado coloca a las mujeres, como cuerpos que deben ser decorados porque parece que entonces tendrían una fealdad original y que deben compensar, por tanto se convierten en muñecas de los hombres”, subraya.

La dramaturga, directora de teatro y política Mariana Percovich, por su parte, acota que no existe un estereotipo de mujer feminista. Lo que existe son los estereotipos de género en la sociedad. “Si hay algo contra lo que lucha el feminismo son los estereotipos que se aplican a las mujeres: que sea linda, flaca, con buen cuerpo, que no podés ser gorda para salir en televisión. Las feministas aceptamos a las mujeres como son. Con axilas con pelos o depiladas, altas, bajas, con discapacidad, afro”, asevera.

En el mismo ensayo, la escritora nigeriana también dice que “la rabia tiene una larga historia de propiciar cambios positivos”. La frase parece responder una pregunta clave: ¿es necesario el feminismo radical? Rostagnol señala que están quienes actúan de forma radical pero también las feministas que hacen lobby, a las que define como negociadoras. Y agrega que “todas son necesarias”. “Se retroalimentan. El impulso de furia con determinados eslóganes, gritos y performances sirven al momento en que otros grupos están tratando de negociar cosas. Todas las manifestaciones van juntando agua para el mismo molino. Sería horrible que hubiera una sola manera”, indica.

Cristina Grela, en tanto, dice que “cada uno tiene que dejarse llevar por como es” y que el feminismo necesita de todas, sean rabiosas o no. “Las de la rabia son necesarias. Que cada uno se coloque en el lugar que sea, porque para esto va a hacer falta mucho cambio”, sostiene. Lo mismo opina Campero. Plantea que extremos como la rabia y el enojo permiten visibilizar el movimiento. “Si no, quedamos todos falsos, y todo discurso es lavado. Lo extremista y enojado tiene la ventaja de querer tomar la potencia corporal, de lo que te produce en las tripas. Tomando el extremismo radical, me parece que el enojo no es en absoluto una potencia que deba dejarse de lado. Es de mucha importancia política. El odio no, el odio congela y al capitalismo le conviene muchísimo que se instale el odio y que no circule la potencia política. Le conviene generar bancos y que el mundo quede armado de esa manera”, indica.

Un ejemplo de la potencia de la rabia podría ser lo que pasó en los últimos años con la iglesia del Cordón. En 2019, un grupo de mujeres lanzó bombas de pintura roja contra la construcción. Al año siguiente, la misma iglesia eligió colocar carteles en su fachada de cuatro mujeres pioneras católicas. Este año volvió a cubrir sus muros con banderas de mujeres uruguayas destacadas. “¿Qué más revolucionario que eso? Eso lo logró el feminismo”, apunta Mariana Percovich.

Cada uno en su lugar. La investigadora de mercado y tendencias Verónica Massonnier considera que “todavía falta mucho” para llegar “a un lugar marcado por el poder de libre disposición de sí y la exigencia de inventarse a uno mismo al margen de cualquier imperativo social” (citando a Lipovetzky en su libro La tercera mujer). No obstante, cree que el camino no sería “hombre versus mujer” sino “hombres y mujeres juntos para lograr un mundo más justo”. “El hombre se ha integrado a la crianza de los hijos como la mujer se ha integrado al mundo del trabajo, de la política, del poder. Los espacios que antes parecían opuestos han logrado entrelazarse con una mirada generacional mucho más libre e inclusiva”, señala. Sobre ese punto, Rostagnol añade que “el cambio es con ellos, o no es”. Con esto quiere decir que es imposible cambiar las relaciones de género si los hombres no cambian. Es necesario que reconozcan que hay privilegios que tienen y que están en juego. De
todas maneras, sostiene que el lugar que tienen en la lucha feminista no es preponderante. “Hay varones que sienten que pueden explicarnos cómo hay que hacer las cosas”, manifiesta.

Pero con el feminismo, ellos también ganan. Fernández Romar dice que “no es gratuito ni fácil ser varón y ajustarse a los mandatos y estereotipos patriarcales”. Por lo tanto, la igualdad de género también les daría la libertad de expresar sentimientos y de perder el miedo a la vulnerabilidad, porque, como dice Ngozi Adichie, el machismo y la masculinidad reprimen la humanidad de los hombres: “Es una jaula muy pequeña y dura en la que los metemos”.

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