Un país de víctimas

LINOTIPIA

/ Peniley Ramírez /

Conocí a Sochil Martin hace unos años en la Ciudad de México, cuando entrevisté a su esposo Sharim Guzmán. La pareja había viajado desde Estados Unidos para exigir al Congreso mexicano que se investigaran los crímenes de Naasón Joaquín, el líder de la iglesia La Luz del Mundo. Sochil denunciaba cómo Joaquín abusó de ella y otras personas en la iglesia. Yo reportaba su testimonio para un documental sobre La Luz del Mundo, que hacíamos en la unidad investigativa de Univision.

Queríamos entender cómo funcionaba la iglesia, cómo ocurrían los abusos, cómo los ocultaban y por qué las víctimas resistieron por años antes de atreverse a contar sus historias. Para comprender la historia, en mi equipo leíamos documentos judiciales, revisábamos registros financieros y buscábamos víctimas que confirmaran si Joaquín abusó de sus fieles. Este año, él se declaró culpable ante la Fiscalía de California.

Aquella tarde soleada en la capital de México pregunté a Sharim, el esposo de Sochil, los detalles de los abusos y la huella que dejaron en su familia. Ella estaba sentada detrás de mí. Escuchaba. En algún momento, Sochil comenzó a intervenir. Añadía detalles, precisaba fechas y nombres. Quería hablar y yo quería escucharla, aunque sabía que teníamos suficientes detalles de su historia con los documentos y las entrevistas que había dado anteriormente.

No quería revictimizarla, al preguntarle todo otra vez. Pero ella tenía claro que hablar de sí misma era un modo de proteger a otras mujeres de sus abusadores. Así me dijo, cuando le pregunté por qué revivía su caso. Ese día, descubrí que Sochil y yo tenemos la misma edad. Nunca lo dije, pero aquella coincidencia me persiguió durante meses, incluso después de que el documental salió al aire. Me preguntaba cómo habría sido mi propia vida, quién sería yo, si en mi infancia mi familia me hubiera expuesto a un adulto que me abusara, como le ocurrió a ella. Escucharla me ayudó a expiar las violencias que he vivido y que también me han marcado.

Esta semana, el documental de La Luz del Mundo fue nominado al Emmy, el máximo premio de periodismo en la televisión de Estados Unidos. Mi colega Isaías Alvarado -coautor de la investigación- publicó la noticia de que estamos nominados, con un agradecimiento al valor de las víctimas que nos confiaron sus casos. Regresé a aquel momento, cuando Sochil revivió su tragedia para ayudar a quienes aún no pueden hablar.

En un país de víctimas, como México, los periodistas nos enfrentamos frecuentemente al dilema de la revictimización. Por una parte, sabemos que los detalles más crudos, los más singulares, son los que harán que nuestras audiencias recuerden las historias. La indignación impulsa los cambios. Pero también entendemos que esa búsqueda casi arqueológica del espanto deja huellas profundas en nuestras fuentes, y en nosotras, que vamos por la vida excavando en el horror y sacándolo a la calle para que todo el mundo lo vea.

Entrevistamos a víctimas de violencia familiar y del Estado, a chicos que han sido criminales antes que adultos, a madres que viven con temor de que si algo les pasa nadie buscará a sus desaparecidos, o exigirá justicia. Es cierto: cada vez que hacemos a nuestras fuentes contar sus historias, las colocamos nuevamente en la situación que vivieron.

Hace poco, una periodista a quien admiro dijo que las historias que nos hacen cerrar los ojos son las que tenemos que contar. Cada reconocimiento es una oportunidad de visibilizarlas nuevamente. Por eso la nominación al documental sobre La Luz del Mundo me permite hablar otra vez de lo que vivió Sochil y otras víctimas de esa iglesia. Al investigar, los periodistas también nos exponemos a revivir nuestras heridas. Deberíamos compartir más frecuentemente, y con más sinceridad, que los dolores de quienes entrevistamos también viven con nosotros, mucho después de que ponemos a un texto el punto final.

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