Un país ¿imposible?

SOBREAVISO

/ René Delgado/

Hay días -como los corrientes- que compendian una realidad apabullante y obligan a pensar en la imposibilidad de México.

Aquella realidad donde, más allá del paso atropellado o lento en la atención de algunos asuntos, surgen problemas no por haber resuelto los anteriores, sino justo por haberlos dejado crecer o complicarse. Una realidad ante la cual, ahora, se quiere operar un cambio drástico sin plan cierto ni hoja de ruta, o bien, se quiere anular cualquier cambio como si desigualdad, corrupción, impunidad y pobreza fueran costumbre, folclor, tradición o destino. Y feliz, porque el desencuentro ensancha su campo, el crimen de casimir o mezclilla se regocija al poder actuar como lo ha hecho durante el último cuarto de siglo, impune e incontenible.

Así, transcurren los días y se pierde el tiempo, dejando para otra ocasión o generación la posibilidad de indagar si el país tiene o no perspectiva como nación.

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En sentido real y figurado, en estos días se expresan fenómenos, actos y conductas que urgen a rectificar posturas y actitudes, a encontrar un lenguaje común y a construir acuerdos mínimos a fin de levantar, en vez de tirar, al país y evitar el despilfarro de ese recurso no renovable que es el tiempo.

Resistir esa urgencia y jugar a las vencidas arrojará por único resultado una nueva derrota, acompañada del reiterado fracaso en la búsqueda de un desarrollo compartido en vez de un crecimiento concentrado. Insistir en ese absurdo quizá anime a los cruzados de un bando o del otro a proclamar su victoria no por los dividendos y beneficios obtenidos, sino por haber sufrido menos bajas, heridas o pérdidas.

Quienes de ellos reclamen la dudosa victoria lo harán al pie de la ruina nacional o al frente del desolado paisaje de un país sin remedio.

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En estos días, se vieron viejos lagos convertidos en nuevos desiertos o en vía de serlo, bosques hechos cenizas y playas infestadas de zacate marino que ahí se deja pudrir porque no son algas, quedando pendiente de ver el efecto de la sequía y la contaminación por ozono. El desastre ambiental repartido a lo largo y ancho de la República, fomentándolo, ahí, adonde no ha llegado, para asegurarle una parte a todos, hasta configurar el justo reparto de ese infierno en puerta.

También estos días, pasó a retiro ese esforzado dirigente y trabajador petrolero, Carlos Romero Deschamps, con las manos encallecidas de tanto haber saqueado a la empresa improductiva del Estado y exigiendo, claro, el pago de supuestos derechos laborales. A su vez, el morenista Félix Salgado Macedonio reapareció en Guerrero, sin establecer si recorre el estado en pos del voto o huye de las feministas en defensa propia. A saber, el basurero donde se esconde ese pilar del priismo capitalino, Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre, y si se llevó consigo a la diputada local tricolor Sandra Esther Vaca, supuesta proveedora de sus perversos caprichos. Y, en el espectáculo de la impunidad criminal y la pusilanimidad política, en la cartelera, el acto de prestidigitación del gobernador panista Francisco García Cabeza de Vaca, para presentarse como un perseguido político y no como un político perseguido.

Ante ese cuadro, ni qué decir de los profesionales del crimen sin partido, pero con cartel, aunque a veces sean lo mismo. Los bárbaros que botan con plomo a quienes no quieren ver votados en las urnas y, en estos días, dejaron tieso en la banca de una plaza en Tlaquepaque, Jalisco, a un competidor que ya no lo es más; emboscaron a policías en el Estado de México y, en un gesto extraño, liberaron junto con su escolta a Gregorio Portillo, el alcalde de Zirándaro, Guerrero. Sobra hablar de ellos porque, en un aviso inoportuno, el jefe del Comando Norte de Estados Unidos, el general Glen D. VanHerck, actualizó la presencia del crimen en México, calculando en 33% el territorio nacional bajo su gobierno, dominio o control.

Así, ni mencionar los casi doscientos mil muertos que ya suma la pandemia cuando el escenario catastrófico se cifraba en 60 mil víctimas.

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Esas estampas del diario acontecer son fotografías de un álbum conocido que, de tanto verlo, se diluye en la conciencia nacional al haberse perdido la capacidad de asombro e indignación y porque el tema dominante es otro: el pleito por recuperar o sepultar la rectoría del Estado en la industria eléctrica.

De escalar y seguir por donde va, ese litigio amenaza con provocar un corto circuito, agotar la energía de unos y otros, y consumir el tiempo para explorar una opción aceptable y viable. Ambas partes saben de los excesos cometidos ayer y hoy, sin embargo, se aferran a su postura sin hacer concesión alguna ni mostrar gana de llegar a un arreglo.

Si al decreto presidencial y a la reforma a la ley sigue el ajuste a la Constitución, sin duda, el pleito se prolongará arrojando por resultado un juego de suma cero, alejando aún más la posibilidad de encontrar un punto de equilibrio en el rol del Estado y el mercado, acercando el peligro de debilitar o vulnerar el Estado de derecho y abriendo la puerta a la injerencia foránea.

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En estos días hay quienes exigen no andarse con medias tintas ni por las ramas, sino tomar partido, impulsar o resistir cualquier cambio, operar ajustes radicales o ninguno y, claro, formar filas en un bando u otro.

Nada de matizar, conciliar, negociar ni acordar. En la respectiva lógica de las partes -absurdamente la misma-, mejor ya lo que sea que suene. Sin embargo, en ese esquema, sólo suena el badajo de la política de campanazo que, al balancearse entre querer cambiar todo o nada, paraliza hasta imposibilitar al país, dejándolo obviamente sin perspectiva.

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