Vialidad y stress

Sin tacto.

Por Sergio González Levet.

—El problema, querido amigo, —me dice un experto en asuntos de la psicología— es que todos los conductores de vehículos automotores están hundidos en un estrés permanente. Por eso vemos choferes furibundos, señoras enojadas y gritonas, taxistas hasta la madre, guachos iracundos.
(Lo de “guachos” me lo explica el especialista como un neologismo inventado por él: “Lo formo con las primeras sílabas de las palabras “guarura” y “chofer”; se aplica a esos individuos que son al mismo tiempo ambas cosas, y que conducen por lo general una camioneta de grandes dimensiones, con vidrios polarizados, a menudo blindadas, y que traen como equipamiento por default, en el asiento de atrás, a una persona aparentemente poderosa. Son esos vehículos que iban a desaparecer si ganaba Morrena… pero no sucedió, como tantas otras promesas”).
De regreso al estrés, mi amigo me dice que se podría evitar fácilmente si todos nos pusiéramos a considerar un hecho irremediable: que es imposible circular de manera fluida en el tráfago de órdago de las ciudades.
—El problema que enfrentamos cotidianamente —continúa el docto interlocutor— es que siempre pretendemos desplazarnos con rapidez entre las callejuelas angostas, las avenidas repletas y las vialidades congestionadas. Eso no se puede hacer y además es imposible, como diría el gallego. Si cada uno de nosotros se hiciera a la idea de que la lentitud vial es parte de la vida urbana, entraríamos en un proceso de aceptación, que es el primer paso para la solución de cualquier problema de orden psicológico, y hasta psíquico.
Digo, como el tema es cercano a todos los que tratamos de deambular de un lugar a otro, y como tenía enfrente a alguien con una alta idea, me propuse exprimirlo hasta donde fuera posible, por eso le pregunté que recomendaba él que debíamos hacer.
—Después de reconocer el hecho -la aceptación-, viene entenderlo -la resignación- y tomar decisiones al respecto -las acciones-. Mira, en conjunto podríamos proponer medidas de orden público y convencer de que un cambio de actitud generalizado haría que mejorara la calidad de nuestros recorridos, aunque la velocidad sería la misma. Nos tardaríamos lo mismo en llegar, pero tendremos una mejor percepción si no nos enojamos; si en lugar de juntar ira y odio, acumulamos mejor paciencia y nos dedicamos a pensar en cosas positivas, en lugar de pelearnos con los automovilistas de al lado, con los choferes de taxis y urbanos, con los peatones y con los escasos agentes de Tránsito…
Debo confesar aquí que íbamos en medio del tráfico cuando platicábamos eso, y dejé de atender a mi compañero de viaje porque se me acababa de atravesar un taxista y pretendía ganarme la posición que llevaba en la larga fila de coches. Cuando empezaba a reclamarle al intrépido, mi amigo me dijo:
—Ahí lo tienes… En lugar de pelearte con ese señor, déjalo que siga con su miserable vida, porque así como estuvo a punto de recibir una andanada de insultos tuyos, en cada trecho que medio avance va a ser objeto de malos tratos. Déjalo que pase, vive tu vida… y recuerda que más importante que la cita que tengas es el buen cuidado de tu hígado, de tu organismo y de tu tranquilidad.
Digo, son buenos consejos para cuando regresemos a la buena normalidad y haya otra vez coches en las calles, y nosotros adentro de ellos.

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