Violencia simbólica y dominación

Por RICARDO LUIS PLAUL

Pierre Bourdieu considera indispensable incluir la noción de violencia simbólica para explicar fenómenos aparentemente tan diferentes como la dominación personal en sociedades tradicionales o la dominación de clase en las sociedades avanzadas, las relaciones de dominación entre naciones (como en el imperialismo o el colonialismo) o la dominación masculina tanto en las sociedades primitivas como modernas.

“La violencia simbólica es esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas «expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas»

Pierre Bourdieu

La noción de violencia simbólica juega un rol teórico central en el análisis de la dominación en general hecho por Pierre Bourdieu, quien la considera indispensable para explicar fenómenos aparentemente tan diferentes como la dominación personal en sociedades tradicionales o la dominación de clase en las sociedades avanzadas, las relaciones de dominación entre naciones (como en el imperialismo o el colonialismo) o la dominación masculina tanto en las sociedades primitivas como modernas.

En una sociedad donde hay relativamente pocas instituciones que puedan dar una forma estable y objetiva a las relaciones de dominación, los individuos deben recurrir a medios más personalizados de ejercer el poder sobre otros, como el don o la deuda. El regalo generoso que no puede ser correspondido con un contra don es un medio más suave y sutil que el préstamo de crear una obligación duradera que vincula al perceptor con el donante en una relación de deuda personal. Dar es también un modo de poseer, una manera de atar a otro ocultando el lazo en un gesto de generosidad. Esto es lo que Bourdieu describe como «violencia simbólica», en contraste con la violencia abierta del usurero.

El reconocimiento de la deuda se convierte en agradecimiento, sentimiento duradero respecto al autor del acto generoso, que puede llegar hasta el afecto, el amor, como resulta particularmente manifiesto en las relaciones entre generaciones. Esta alquimia simbólica produce, en beneficio de quien lleva a cabo los actos de eufemización, un capital de reconocimiento que le reporta beneficios simbólicos, susceptibles de transformarse en beneficios económicos. Esto es lo que Bourdieu llama capital simbólico.

El capital simbólico es una propiedad cualquiera, fuerza física, riqueza, valor guerrero, que, percibida por unos agentes sociales dotados de las categorías de percepción y de valoración que permiten percibirla, conocerla y reconocerla, se vuelve simbólicamente eficiente, como una verdadera fuerza mágica.

Bourdieu ha desplegado toda su energía investigadora para comprender cómo emerge, cómo se ejerce y cómo se reproduce el poder simbólico en campos tan diferentes como el educativo, el lingüístico, el religioso, el científico, el cultural, el familiar o el político. Su énfasis en el rol de las formas simbólicas en la producción y reproducción de las desigualdades sociales es uno de los modos que emplea para distanciarse del marxismo tradicional, el cual subestima, según él, la importancia de la dimensión simbólica de las relaciones de poder tanto en las sociedades precapitalistas indiferenciadas como en las sociedades postindustriales altamente diferenciadas, en las que el modo principal de dominación ha cambiado de la coerción abierta y la amenaza de la violencia física a formas de manipulación simbólica. Existe un poder simbólico lo mismo que un poder económico; ésta es la razón que alega para centrar sus investigaciones en el rol que juegan los procesos, productores e instituciones culturales en la producción y reproducción de la desigualdad en las sociedades contemporáneas.

Bourdieu argumenta que los sistemas simbólicos, fundamentados todos ellos en un arbitrario cultural, realizan simultáneamente tres funciones interrelacionadas pero diferentes: conocimiento, comunicación y diferenciación social. Los sistemas simbólicos son instrumentos de comunicación y de dominación, hacen posible el consenso lógico y moral, al mismo tiempo que contribuyen a la reproducción del orden social.

El hecho de considerar los sistemas simbólicos como esencialmente arbitrarios, en cuanto que no reflejan directamente las realidades sociales, no implica que sean totalmente arbitrarios en sus consecuencias sociales. Al contrario, la lógica fundamental de la distinción simbólica funciona en las esferas social y política, como mecanismo diferenciador y legitimador de acuerdos desiguales y jerárquicos entre los individuos y los grupos.

DOMINACIÓN, VIOLENCIA SIMBÓLICA Y LEGITIMACIÓN
Con la expresión «violencia simbólica» Bourdieu pretende enfatizar el modo en que los dominados aceptan como legítima su propia condición de dominación (Bourdieu-Wacquant, 1992: 167). El poder simbólico no emplea la violencia física sino la violencia simbólica, es un poder legitimador que suscita el consenso tanto de los dominadores como de los dominados, un «poder que construye mundo» en cuanto supone la capacidad de imponer la «visión legítima del mundo social y de sus divisiones» (Bourdieu, 1987b: 13) y la capacidad de imponer los medios para comprender y adaptarse al mundo social mediante un sentido común que representa de modo disfrazado el poder económico y político, contribuyendo así a la reproducción intergeneracional de acuerdos sociales desigualitarios.

Pero el poder simbólico no se reduce al poder económico o político, sino que añade su fuerza específicamente simbólica a esas relaciones de poder. La dominación simbólica se basa en el desconocimiento y el reconocimiento de los principios en nombre de los cuales se ejerce. Las actividades y los recursos aumentan en poder simbólico, o legitimidad, a medida que se distancian de los intereses materiales subyacentes y aparecen como formas desinteresadas.

El trabajo simbólico produce poder simbólico transformando relaciones de interés en significados desinteresados y legitimando las relaciones arbitrarias de poder como el orden natural de las cosas. Bourdieu considera que el trabajo simbólico es tan importante como el trabajo económico en la reproducción de la vida social.

La violencia simbólica, una aparente contradictio in terminis, es, al contrario de la violencia física, una violencia que se ejerce sin coacción física a través de las diferentes formas simbólicas que configuran las mentes y dan sentido a la acción. La raíz de la violencia simbólica se halla en el hecho de que los dominados se piensen a sí mismos con las categorías de los dominantes: «La forma por antonomasia de la violencia simbólica es el poder que se ejerce por medio de las vías de comunicación racional, es decir, con la adhesión (forzada) de aquellos que, por ser productos dominados de un orden dominado por las fuerzas que se amparan en la razón (como las que actúan mediante los veredictos de la institución escolar o las imposiciones de los expertos económicos), no tienen más remedio que otorgar su consentimiento a la arbitrariedad de la fuerza racionalizada» (Bourdieu, 1999b: 112)

Así ha logrado este gobierno la aceptación incondicional de un tercio aproximadamente de la sociedad a diversas formas de violencia. Algunas sutiles, encubiertas, otras brutales, manifiestas, atemorizantes. La violencia del carro hidrante y los palazos junto a la violencia del despido, de la baja de salarios, de los tarifazos, de los impuestos regresivos, del abandono de los programas sociales, de los subsidios. El encarcelamiento de líderes sociales y su tortura junto a la persecución política y mediática de líderes políticos de la oposición y jueces que fallan en oposición a sus intereses. Entrega de la soberanía junto al recibimiento, con pompa y honores, a algunos de los asesinos globales más siniestros de la historia, vestidos con trajes y vestidos de diseño.

Como dice Bordieu : «Debido al hecho de que el espacio social está inscrito a la vez en las estructuras espaciales y las estructuras mentales, que son el producto de la incorporación de las primeras, el espacio es uno de los lugares donde se afirma y ejerce el poder, y sin duda en la forma más sutil, la de la violencia simbólica como violencia inadvertida: los espacios arquitectónicos —cuyas conminaciones mudas interpelan directamente al cuerpo y obtienen de éste, con tanta certeza como la etiqueta de las sociedades cortesanas, la reverencia, el respeto que nace de alejamiento o, mejor, del estar lejos, a distancia respetuosa— son en verdad los componentes más importantes, a causa de su misma invisibilidad, de la simbóli-ca del poder y de los efectos totalmente reales del poder simbólico» (1999: 122). La violencia simbólica también está presente en la acción pedagógica, tanto en la que se ejercía de modo difuso en las sociedades tradicionales como en la educación formal de las sociedades modernas.”

Así las vallas que separan al pueblo (sujeto amenazante, supuesta y potencialmente violento) de las autoridades en una ciudad de calles y plazas amuralladas y armadas. Así el ataque permanente a los trabajadores de la educación que no se pliegan a la acción pedagógica colonizadora, así la estigmatización de los “paros salvajes” y la protesta social de “grupos anarquistas” que surgen por doquier.

La violencia simbólica en el campo del lenguaje, como en cualquier otro, se ejerce mediante lo que Bourdieu llama el orden de las cosas, en este caso a través de la censura y la formalización inherentes al mismo; es la propia estructura del campo la que rige la expresión regulando a la vez el acceso a la expresión y a la forma de expresión. La censura resulta especialmente eficaz e invisible cuando los agentes no dicen más que aquello que están objetivamente autorizados a decir o cuando se excluye a determinados agentes de la comunicación excluyéndoles de los grupos que hablan o de los lugares donde se habla con autoridad.

Así los medios de comunicación dominantes, con pautas oficiales generosas, dibujan una realidad maravillosa donde se mueven los personajes con discursos funcionales al establisment, mientras son cerrados los medios opositores, atacados y/o echados, como parte de la “grasa militante”, los periodistas que se atreven a resquebrajar el sentido común creado en conciencias a-críticas e ignorantes.

La lucha por el poder simbólico se libra en medios institucionales diversos. El pueblo deberá luchar en cada uno de ellos a través de sus organizaciones políticas, gremiales, culturales. La pedagogía de la liberación, de la emancipación, el pensamiento crítico que se genera en la praxis, la educación popular anti-dogmática, la participación institucional y/o grupal democrática son algunas herramientas de construcción de poder popular para resistir y transformar las condiciones socio-económicas, políticas y culturales donde esta violencia se genera y se potencia.

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