Amelia Valcárcel sobre la Ley Trans: “No podemos dañar a nuestros hijos para que cuatro personas conserven sus puestecitos”

Por Quico Alsedo .

La filósofa Amelia Valcárcel (Madrid, 1950) tiene un buen catarrazo, toda una carrera académica como intelectual orgánica del PSOE, y un cabreo notable. No por el catarro, sino porque ve a su partido abandonar el feminismo clásico para coquetear, Ley Trans mediante, con lo queer, el sexo fluido y los «delirios». Aunque esta mañana el globo se le atenúa porque, después de que EL MUNDO publicara que cuatro sociedades científicas repudian la ley impulsada por Irene Montero, los socialistas se han aliado con el PP para detener su tramitación.

Aún así, Valcárcel sangra por la herida de las vejaciones -hasta la denuncia por presunto delito de odio- sufridas desde que hace tres años hablara sobre lo trans en una conferencia en Gijón y se le viniera encima “un tsunami de odio inimaginable”. En esta entrevista, a la que no le sobra ni le falta una coma de lo que ella desea decir, y donde derrocha titulares, pretende desarmar punto por punto el “delirio” de “cuatro que quieren mantener su puestecito” con “una de las leyes más peligrosas de la Democracia”. Uno la escucha hablar y la imagina dirigiéndose a la cara a la ministra de Igualdad.

¿Por qué había que tramitar esta ley tan rápido?

Porque le favorece el desconocimiento. Cuanto más tiempo pase, más se hará la luz sobre lo que esta ley lleva dentro, que es gravísimo. No hace falta ser un genio para ver que cuando alguien intenta hacer algo a escondidas, sin luz y taquígrafos, es por algo. Porque no resiste la luz. Esta es una de las leyes más peligrosas que se han llevado al Parlamento.

¿Por qué?

Por su contenido, sumamente peligroso para las criaturas, para las mujeres y para toda la sociedad. A la infancia la ataca en sus cuerpos, a las mujeres en sus derechos, y quiere destruir la clave de bóveda de la sociedad abierta, que es la libertad de expresión.

¿La libertad de expresión?

Claro. Es una ley que prohíbe ideas y debates, y los pena de forma extrajudicial, administrativa.

¿Cómo prohíbe debates esta ley?

Yo llevo en el Consejo de Estado 16 años. Es la primera vez que he visto que una ley que, afectando directamente a varias leyes orgánicas, a preceptos constitucionales básicos, e incluso a la forma misma del Estado, puesto que puede acabar comprometiendo a la monarquía, no se pasa por el Pleno. Se decide que es una ley ordinaria para que no vaya al Pleno. Y esto lo hace la presidenta del propio Consejo.

¿Cómo afectaría a la monarquía?

Si el sexo es electivo y potestativo, y si el varón prima en la sucesión a la Corona y serlo es potestativo… Cuando algo así no pasa por un Pleno donde están letrados y letradas, consejeros y consejeras, y no pasa porque la Presidenta del Consejo lo decide, hay que empezar a pensar que alguien ha perdido el respeto…

Al propio órgano.

Sí. Cuando el día que esa ley va a pasar por la Comisión Permanente, que es lo que la presidenta del Consejo ha decidido, y a las siete de la mañana la ministra Irene Montero saca un tuit alegrándose del resultado antes de que la reunión se haya producido… En fin, imagínese lo que, bien a mi pesar, le estoy diciendo. ¿Se da cuenta de la gravedad? Una ministra del Gobierno, dos horas antes de que se produzca una reunión, sabe ya el resultado de la reunión.

Y lo tuitea.

Y después, cuando la misma ministra da una especie de conferencia de prensa, donde porta una camiseta que reza ’Mariliendres’ -lo que explica la mucha seriedad con que se toma tanto las leyes, a sí misma, como su responsabilidad-, y le agradece de todo corazón a la misma presidenta su mucha ayuda en este asunto, pues yo ya tengo poco que decir. Lo que tenía que decir, lo dije por Whatsapp.

¿Qué hace esta ley con la legislación en igualdad por la que tanto se ha peleado?

Esa ley ataca a la libertad de expresión, clave de bóveda de la democracia. Además, dice que se cometen delitos de opinión. Reivindicar la democracia no ha sido fácil. Las sociedades abiertas necesitan libertad de expresión. Es su sangre.

Expliquémoslo mejor.

Los seres humanos somos perspicaces. Una de las cosas que sabemos muy bien es el sexo de quien tenemos delante, si es macho o hembra. Está más allá del vestido o de los ademanes: millones de años de evolución nos han enseñado a no equivocarnos porque podría ser fatal. Pues si esta ley saliera adelante, bastará que usted o yo llamemos varón a alguien que dice ser mujer para cometer un delito. Pero las mismas personas que avalan esta insensatez, dicen que encuentran totalmente natural someter a bisturí y hormonación a niños y adolescentes. Es un cóctel insano, al que tenemos que resistirnos con uñas y dientes, porque somos una sociedad sensata y abierta.

¿Cómo se dirime la dicotomía entre igualdad y diversidad en esta Ley Trans?

Nuestra sociedad es abierta, no persigue las inclinaciones amorosas de nadie. Cosas que otras sociedades consideraban públicas y castigables, la nuestra las considera privadas y parte de la libertad de cada quien. Con la razón por delante vamos espigando lo que consideramos admisible y respetable de aquello que nos ha llegado de tiempos más sombríos. Por eso, por ejemplo, vemos cómo la sociedad de hace 50 años se equivocaba con la homosexualidad. De pronto, se pasa de ese consenso a invocar derechos que no existen para avalar prácticas que son terroríficas y arcaicas. Hay que negarse. El criterio no se obtiene chillando, sino debatiendo. Hay una minoría sumamente activa, que impide cualquier debate cuando este se va a producir y que sólo usa el insulto, la violencia verbal, el acoso y la palabra mágica: transfobia.

¿La libertad puede excusarlo todo?

Una persona en nuestra sociedad puede amar a quien quiera, y vestirse como quiera. Ninguna ley lo prohíbe. Pero los hombres se conviertan en mujeres y las mujeres en hombres por una especie de magia propiciada por el derecho. El derecho no hace milagros.

¿Es un retroceso el debate entre sexo y género?

Todos los mamíferos son sexuados. La mitad suelen ser machos, y la mitad hembras. Es biología, punto. Luego, en la especie humana, la manera en que cada cultura de las 650 existentes ha modelado esto de ser hombre o mujer admite muchas variaciones. Y a eso lo llamamos género. Es una construcción. Como diría Shakespeare, el género no es mano ni pie. En una cultura dada la pesca sólo la pueden hacer las mujeres, y en otra no pueden entrar al mar. La cultura se construye. Ahora está nuestra sociedad, una civilización feminista, donde estos y otros rasgos quedan sin atribución. ¿No pueden ser las mujeres médicas? ¿Por qué? ¿Podrían los hombres bordar? Hasta el siglo XVII lo hicieron. Cuanto más sabemos de nuestra historia vemos que no hay manera de considerar con fijeza qué es masculino y qué femenino. Cada sociedad elige. Y la nuestra, que de momento es la mejor, ha elegido que los derechos individuales, enumerarlos y respetarlos, es lo más importante.

¿Pero por qué no podemos todos cambiarnos de sexo?

Lo que no se puede decir es que el sexo se asigna, eso es un sinsentido. Hay gente que no ha bajado en su vida a una sala de partos. Nacemos sexuados. El sexo es clarísimo, excepto en uno de 400.000 casos, en que necesita ser atribuido. Y ahí es la medicina la que ha sido autorizada, por buenas razones, para realizar tal atribución. Sólo cuando es difícil de hacer. Sólo en uno de cada 400.000 casos. En todo este discurso queer, la gente admite la música, porque le suena bien, a la libertad en la elección amorosa. Al discurso que permitió por ejemplo normalizar la homosexualidad. Pero la letra no tiene nada que ver. Es terrible, arcaica, malvada, es la tremenda canción de los estereotipos, la de las esencias, la de las almas y los cuerpos. Y esa ya no es la letra que exige el mundo actual. No hay que darles opción de que sigan infectando el paisaje intelectual. Si se limitaran a decir tonterías, que siga el show. Pero no. Dicen tonterías para proponer cosas terribles.

¿Esta reivindicación del género es entonces una trampa para las igualdades que se han ido conquistando?

Son un cuento contado por un idiota, y un cuento que acaba mal. Hoy estoy muy shakesperiana, jajaja.

Yo la veo muy vehemente.

Es que son tres años ya en este muro de insensateces, y afecta. Yo conozco este asunto de modo intelectual, se me ocurre en unas jornadas tratarlo, las de la Escuela Rosario de Acuña de 2019, y se me viene encima un inimaginable tsunami de odio. Soy denunciada por una fiscalía de Cataluña. Odio, siempre el odio. Estas personas sistemáticamente hablan de odio, lo invocan el delito de odio para cualquiera que manifiesta sencillamente una opinión. A una le da por pensar que lo que rebosa el corazón sale por la boca.

Para un partido como el PSOE, de gobierno, ¿se le intenta arrastrar a lo antisistema, lo subversivo?

La moda y la vida tienen muchas coincidencias. Y somos una sociedad feminista, porque admitimos que hombres y mujeres valen lo mismo, aunque aún sea de boquilla… Eso tiene que producir cambios en lo que hacemos, en cómo nos vestimos, nos comportamos. Las mujeres, ¿cuándo nos pusimos los pantalones ya?

Hace mil años.

No tanto, pero sí en los 70. Y ya no hacía falta que fuera Marlene Dietrich. Las mujeres hemos ido adoptando comportamientos y vestimentas que antes se suponían de hombres. Eso ya no sorprende a nadie. Si hay un varón que quiere vestirse de mujer, ¿qué más da? Las sociedades innovan y rompen sus corsés. ¡Las mujeres sólo podían entrar en cafeterías acompañadas! Hemos ganado un territorio común de libertad. Cómo pueden venir unas personas en esas condiciones a decir: “A mi niño les gusta hacerse rizos, ¿será que es niña?. Nada, esto lo vamos a arreglar con unas hormonas”. Eso es una salvajada.

Psiquiatras críticos con la ley hablan de crisis del yo, de esta sociedad de la gratificación instantánea. Como hago lo que quiero, puedo ser quien quiera. Y como puedo ser quien quiera… ¿Quién demonios soy?

Yo no me pondría tan filosófica. No atribuyas a la maldad lo que puede ser estupidez, ni des demasiada profundidad a un problema que se soluciona quitando ruido. ¿Recordamos la anorexia? Es terrible, la sufren mucho más las niñas que los niños, tiene que ver con la aceptación del rol. Lo que menos se nos ocurriría con una niña anoréxica es decirle: “Es verdad, estás muy gorda, no comas”. De locos. Es lo que esta gente nos dice que hagamos con personas que están pasando uno de los momentos difíciles de la vida, la adolescencia. Lo sabemos. Más que un problema del yo, en la adolescencia hay rebeldía, confusión, y desasosiego, y a veces, también, grandes alegrías, todo fundido. Porque estamos descubriendo el mundo, que es fantástico. Pero tiene riesgos. Lo que no podemos tolerar es que, para que cuatro personas de dudosa integridad moral conserven su puestecitos, pongamos en riesgo a las personas que más amamos, que son nuestras hijas e hijos, ni ponernos a experimentar con ellos. Ni menos consentir que los delirios se posesionen de la racionalidad común que es la ley.

Una pregunta más, que creo debería haberle hecho quizás la primera. ¿Debe hacer autocrítica el PSOE en este tema?

Debe hacer un esfuerzo, resistirse a las presiones queer, y volver a la sensatez. A lo que quieren las madres y a su probada agenda feminista. La de la igualdad, los derechos y las oportunidades. Política es sanidad, educación, fiscalidad. Y defensa de la democracia cuando se la amenaza. Ni quema de libros, ni Inquisición.


Fuente: El Mundo Publicado en Mujeres en Red