/ Daniela Ancira Ruiz. /
La historia de Jessica es, lamentablemente, la que viven muchas mujeres dentro de nuestras cárceles; una historia de violencia, injusticia, y mucho dolor.
Jessica tenía 3 años de casada con el papá de su hija, una niña de apenas un año de edad, cuando sucedió la tragedia. En estos años, Jessica vivió infinidad de abusos y violencias que tuvo que callar porque ni en su familia ni en las instituciones públicas, encontró el apoyo que necesitaba: “Teníamos muchos problemas, él era muy violento, un día levanté un acta porque intentó estrangularme, pero la policía me dijo que no podían hacer nada porque el papá de mi hija era policía federal, los mismos trabajadores del Ministerio Público me dijeron: “Retire la denuncia o va a terminar muerta´”.
La ocupación de la ex pareja de Jessica no sólo le daba impunidad, sino absoluta ventaja sobre ella y su hija, quien, apenas nacida, constantemente escuchaba los estragos de la violencia e inseguridad en su propio hogar.
A los 38 años, después de aguantar cientos de abusos, Jessica tomó la decisión de separarse. Pese a las amenazas por parte de su ex pareja, quien le repetía: “vamos a estar juntos, por las buenas o por las malas”, Jessica decidió ver por su hija y refugiarse en casa de sus padres. Los primeros días las cosas marchaban bien, un ambiente de paz parecía esparcirse por sus vidas, pero eso no duraría mucho.
Conforme pasaba el tiempo, las amenazas fueron subiendo de tono, ya no sólo era contra Jessica, sino que se dirigieron a sus seres queridos: “Yo sé dónde trabaja tu familia, conozco los horarios de tu hermana y sé cómo llegar a su escuela, si no quieres que algo les pase, más te vale que regreses”.
Jessica, ante el miedo de que él cumpliera sus amenazas, aceptó reunirse con su ex pareja, y acordaron de verse en el cuarto improvisado que ella tenía en casa de sus padres, sin saber que esa reunión cambiaría su vida para siempre. Él llegó y de inmediato comenzaron a discutir: “Él me agredió, me dio un bofetón y eso me hizo perder la noción de las cosas. Cuando logré regresar en mí, vi que él había agarrado a mi hija de su andadera y se habían metido al cuarto. Como pude, entré a la recámara, mi ex pareja aventó a mi hija a la cama y sacó de su pantalón un arma, la puso en la cuna de mi hija. ´Ya estoy hasta la madre, me voy a llevar a la niña´”.
Ella intentó razonar con su agresor, pero lo único en lo que podía pensar era en salir corriendo de ahí con su hija. “¿Tú crees que me cuesta mucho matarlas? Con una llamada a mi jefe, tú y la niña desaparecen”, fueron las palabras de su agresor.
La niña empezó a llorar, los gritos la despertaron, y su papá, en un ataque de furia, le metió un pañal en la boca para callar su llanto. Jessica estaba desesperada, se habían metido con lo que más amaba en el mundo, eso fue lo que estalló en ella. Tomó una veladora que tenía a la mano y la aventó contra la cabeza de su ex pareja en un intento por noquearlo. Él soltó a la niña y dejó caer la pistola. Jessica corrió tratando de recuperar a su hija y, de paso, tomar la pistola para defenderse.
Las cosas pasaron muy rápido: “No sé cómo pasó, sólo escuché el disparo y vi al papá de mi hija caer hacia atrás. Agarré a mi niña y salí corriendo”.
A 3 cuadras del domicilio de Jessica había un módulo de policía, donde acudió a pedir ayuda: “Regresamos a mi casa, los policías entraron y yo me quedé afuera cargando a mi hija, cuando salieron me dijeron que él estaba muerto”.
A partir de ese momento, todo ha sido un calvario para ella, no recuerda bien qué pasó después, solo sabe que la llevaron al Ministerio Público detenida y estando ahí le proporcionaron un abogado de oficio, el cual le hizo firmar una hoja que ni siquiera terminó de leer; después, la trasladaron directamente al Penal de Ecatepec un 11 de noviembre de 2009, 3 días después del homicidio de su ex pareja.
Actualmente, Jessica cumple una sentencia de 40 años. Durante el juicio, ni su abogado ni los policías le dieron importancia al contexto en el que sucedieron los hechos, jamás tomaron en cuenta los años en los que ella había sido víctima constante de violencia, Jessica jamás tuvo oportunidad de explicar que se estaba defendiendo, que lo único que quería era proteger a su bebé. El juez tampoco se molestó en preguntar.
Han pasado 10 años desde su última audiencia, y el único avance que Jessica ha logrado es que la absuelvan de la reparación del daño: “No he podido mover nada más, mi familia se mudó a otro Estado y es muy difícil para mí actualizar mi caso. Hablé con el director del penal para que me proporcionara un abogado de oficio, pero los trámites son larguísimos, he mandado infinidad de escritos solicitando el apoyo, pero no he tenido respuesta. También contacté a la Secretaría de la Mujer para comentarle mi situación y me dijeron que ya no se puede hacer nada, que tenía que esperarme, mínimo, a cumplir el 50% de mi sentencia”.
Casos como los de Jessica duelen, no solo porque reflejan la situación de muchas mujeres que viven la violencia y el abuso diario sin obtener justicia; mujeres que se encuentran atrapadas con sus agresores bajo el mismo techo, donde ellas y sus hijos e hijas corren peligro todos los días. El caso de Jessica también duele porque nos muestra la impunidad que tienen muchos agresores, que por trabajar en instituciones gubernamentales son casi intocables. Duele porque refleja la falta de perspectiva de género en nuestro sistema de justicia penal, y nos demuestra cómo el sistema, lejos de proteger a las mujeres, nos criminaliza y encarcela por defendernos de nuestros agresores. Duele porque nos muestra la nula empatía de muchos servidores públicos que ven a las personas privadas de la libertad como un número de expediente más.
Jessica tiene el consuelo de que, gracias a ella, su hija está bien, que vive felizmente con sus abuelos, y que ya no tiene que tener miedo de su padre. Sin embargo, pasará 40 años en prisión sabiendo que no podrá estar cerca para verla crecer. Yo me voy del penal con el corazón apachurrado, convencida de que ninguna madre debería de perder la libertad a costa de proteger a sus hijas.