*Dejaron solas a las monjas Clarisas Capuchinas en el convento. 7 de ellas contagiadas.
* El vaticano dio a conocer los casos y llama a informarles si tienen conocimientos de otros casos.
/Redacción/
Vaticano, 25 mayo 2020.- La unidad de investigación del Centro Católico Multimedial (CCM) en México dio a conocer la lista de sacerdotes, diáconos y religiosos, que han fallecidos en el país a causa del coronavirus.
En total, precisa el CCM, hasta el 21 de mayo han sido 9 sacerdotes, 2 diáconos permanentes y 1 religiosa los muertos por coronavirus.
El más anciano es el canónigo del cabildo de la Catedral de Puebla, P. Álvaro Ramírez Hernández, quien falleció a los 97 años. El más joven es el P. José Luis González de Jesús de la diócesis de Iztapalapa, que murió a los 49 años de edad.
Y dos mujeres, la Hermana María de Lourdes Pulido Madrigal, religiosa Clarisa Capuchina del monasterio de la Santa Cruz y de la Asunción de María, Boca del Río, en la Diócesis de Veracruz. Y la esposa de un diácono en Cuernavaca, linda Diaz
En la lista también están:
P. José Guadalupe Sanguino Fuentes. Nació en 1932. Era canónigo del cabildo metropolitano poblano y estaba activo en su ministerio pastoral en Arquidiócesis de Puebla.
P. Valentín Ramírez Tlahque. Nació 1951. También era de la Arquidiócesis de Puebla.
P. Antonino Armendáriz Calderón. Murió a los 66 años por una neumonía atípica. Servía en la Diócesis de Nezahualcóyotl.
P. Eduardo Hernández Rodríguez. De 59 años. Era párroco en San Pedro Apóstol en la Arquidiócesis de León.
P. Álvaro Gabriel Flores Rodríguez. De 50 años. Prestaba su servicio ministerial en la parroquia de San José, colonia las Palmas de la diócesis de Nezahualcóyotl.
P. Pánfilo Martínez Marroquín. De 78 años. Párroco emérito de la Arquidiócesis de Tlalnepantla.
Diácono permanente Justino Espinoza Martínez. Prestaba sus servicios pastorales en Tlaltizapán en la diócesis de Cuernavaca. Ministro casado, lamentablemente su esposa, Linda Díaz, también murió a causa del coronavirus.
Diácono permanente Marco Antonio González Bárcena. Adscrito a la rectoría de San Marcos Evangelista, colonia Ampliación San Marcos, era colaborador en la Pastoral Sociocaritativa y en Cáritas en la Diócesis de Xochimilco.
Diácono permanente José Guadalupe Lozano Sandoval. Murió a los 49 años con síntomas típicos de coronavirus. Servía en la Diócesis de Nezahualcóyotl.
El CCM pide a quien tenga información sobre algún otro sacerdote, diácono o religiosa con coronavirus, que lo informe escribiendo al correo ccmprensa@gmail.com
Sor Lulú.
El medio religiondigital.org entrevistó a una de las monjas Hermanas Clarisas Capuchinas quien reseñó el viacrucis que enfrentaron con la muerte por Covid de Ser Lulú.
La muerte de la religiosa inició el viacrucis de un convento entero. Poco a poco, las Hermanas Pobres de Santa Clara de Boca de Río, Veracruz, conocidas como las Hermanas Clarisas Capuchinas, vieron alterada su vida estrepitosamente cuando el temido coronavirus llegó al monasterio para quedarse entre ellas.
El 18 de abril, Sor María Lourdes Pulido Madrigal murió en el Hospital General Regional de Veracruz debido a complicaciones que, al principio, fueron asociadas con una neumonía agravada por su precaria condición general de salud. Quien cuenta los pormenores del caso es la hermana Bertha Molina Corro.
En entrevista, describe cómo inmediatamente después al deceso de María Lourdes, siete de ellas presentaron síntomas de ahogamiento y debilidad general cuando“Las hermanas ya no podían respirar, sus bronquios se cerraron. Estaban muy desesperadas, al caminar no podían respirar, se estaban muriendo y tenían mucha fiebre”.
Era el comienzo de un viacrucis caminado por casi dos semanas. Miedo, zozobra, desesperación que sólo pudieron vencer gracias a la ayuda de almas anónimas quienes, desprendiéndose de poco, les dieron mucho: la salud y la vida.
En ese recinto de clausura y oración viven doce hermanas. Cuatro de ellas han soportado el contagio estando de pie para auxiliar y sacar adelante a las enfermas, con lo que dicen es “la ayuda de Dios”, de un médico especialista y la buena voluntad de personas al ofrecerles los medios más necesarios para subsistir. De no ser por esa ayuda, quizá hubieran desaparecido siendo una tremenda tragedia para la Iglesia. Nadie sabe cómo la difunta hermana María Lourdes fue contagiada. Su desaparición dio un giro radical al apacible monasterio y alteró su vida sumiéndola en un túnel muy oscuro de incertidumbre: “Todo esto nos agarró de sorpresa, fue muy rápido, no supimos cuándo la hermana María Lourdes enfermó, bastaron tres días, empezó el jueves y el sábado 18 de abril, falleció. Dijeron (los médicos) que ella fue quien contagió a las hermanas”.
Después de quince días de lucha, las religiosas nunca tuvieron alguna clase de prueba para confirmar el coronavirus. Sólo por la fallecida y los síntomas posteriores, se les ordenó el riguroso aislamiento. Afortunadamente, el estado de salud de las implicadas va mejorando gracias al seguimiento de un especialista otorrinolaringólogo quien facilitó medicamentos para ayudarles sobre todo a vencer los signos del sofocamiento:
“El doctor nos proporcionó dos reactivos y unas inyecciones las cuales administramos a las enfermas cada doce horas. Gracias a Dios, los últimos cuatro días han ido mejor. Las hermanas han pasado noches más tranquilas y pueden respirar”.
Aunque ahora se ve la luz al final del túnel, Sor Bertha afirma que este episodio ha sido un viacrucis en plena pascua. Llevar a buen puerto la vida de la comunidad no ha sido fácil especialmente cuando dependen de sus ventas a las parroquias de Veracruz, cerradas cerradas por indicaciones del gobierno estatal y de la diócesis homónima encabezada por Mons. Carlos Briseño Arch, instalado en el cargo en enero de 2019.
Sin ayuda del gobierno… ni del obispado
El monasterio de las Hermanas Clarisas de Boca del Río, en Palmeras 92, colonia Lomas del Mar, a unas calles del principal polo de atracción turística, el Malecón Miguel Alemán de Boca del Río, desde hace más de 40 años vive principalmente de la hechura de hostias para la celebración de la misa.
Con siete hermanas infectadas, prácticamente la parálisis económica puso en serios problemas de subsistencia a la comunidad sin más ayuda que la de los fieles quienes han llegado hasta sus puertas para darles lo necesario. Sor Bertha afirma:
“Del gobierno o del obispado no hemos tenido ayuda alguna”. Al punto de esta conversación, la voz de la religiosa se quiebra al recordar cómo ya no tenían ni siquiera lo elemental para comer y subsistir: “La venta de hostias es para toda la diócesis, una vez que se cerraron las parroquias dejamos de vender. Ahora tenemos almacenadas muchísimas… Llegamos a tal punto que nos quedamos sin comer. Las personas, al saber de la hermana fallecida y que salió en las noticias, empezaron a traer comida, frutas y verduras… pasamos una situación muy difícil, pero la Divina Providencia no nos dejó… incluso un sacerdote de España nos ayudó y pidió a algunas personas que estuvieran al pendiente de las cosas que necesitamos”.
Pero no sólo de pan vive el hombre… o en este caso, las doce consagradas hijas de san Francisco y santa Clara de Asís. Su vida conventual requiere del alimento espiritual, principalmente de la celebración de la Eucaristía de la cual se han visto privadas. La muerte de María Lourdes hace preguntar si la fallecida recibió los últimos auxilios para superar el trance de la muerte. Al conocerse la noticia del este fallecimiento, el obispo Carlos Briseño Arch habría ordenado que ningún sacerdote asistiera al convento ante un potencial contagio.
Aún después de conocerse con certeza las infecciones por coronavirus, el obispo, simplemente, se replegó. Para cualquier casa de religiosas esto es equivalente a una condena espiritual: “Cuando el señor obispo supo de esto, ordenó al capellán que dejara de venir. No tenemos ya la Eucaristía y las Sagradas Formas se nos están terminando. Del obispado no tuvimos asistencia espiritual alguna durante el tiempo más duro de los contagios. Pensamos que monseñor (Carlos Briseño Arch) delegaría algún sacerdote para que ungiera a las hermanas porque necesitaban del sacramento de la unción, pero no…”
Si bien Carlos Briseño Arch, religioso de la Orden de los Agustinos Recoletos, mantuvo comunicación con la hermana superiora del convento, quien también sufrió la infección, el purpurado sólo atinó a dar elementales recomendaciones sin garantizar el acompañamiento siendo insensible a las necesidades espirituales de las cuales un consagrado no puede prescindir y menos en esa situación difícil y delicada. Corro Molina constata que el purpurado simplemente se limitó a mandar una tibia bendición en medio de la crisis:
“Yo soy una hermana que aquí, como san Juan Dieguito, soy una hoja que el viento mueve. Las hermanas responsables se comunicaron con el señor obispo, pero él sólo les dijo ‘mucho ánimo y les envío mi bendición’, que viéramos la televisión porque ahí celebraría la misa, pero no se puede así. ¿Cómo vamos a estar todas juntas reunidas en el salón cuando ellas tienen el covid?
Mons. Briseño, ¿Mal informado?
Tras la muerte de María Lourdes, el obispado negó que estuviera infectada alegando padecimientos preexistentes que serían los que le arrebataron la vida. A pregunta expresa de este medio, Mons. Briseño Arch contestó, a través de un mensaje de whatsapp, que: “La madre que murió tenía muchos meses (antes que apareciera el coronavirus) con neumonía y, por tanto, con problemas respiratorios. Murió al poco tiempo de ingresar al hospital, ni tiempo dieron para hacerle el examen de coronavirus, por lo que no se puede afirmar que murió de eso”.
No obstante, con la cascada de contagios, la anterior afirmación cae en contradicción ante los hechos llevando a decir que, efectivamente, el coronavirus acabó con la vida de María Lourdes. La hermana Bertha explica:
“En el celular de la madre superiora, que ahora estoy administrando porque ella no puede tocarlo debido al virus, hay mensajes que explican lo que pasó. La hermana murió el 18 y a la superiora, al día siguiente, le dijeron que había muerto del covid. ¿Cómo vamos a negar eso? Yo no lo puedo negar cuando estamos viviendo esta situación muy dura y fuerte. Una cosa es quienes no ven y otras, cuando se vive. Esto es muy duro”. Es entonces cuando, por segunda vez en esta conversación, se quiebra la voz de la hermana al borde de las lágrimas:
“Es un trance muy fuerte y mire, hemos vivido un viacrucis en plena pascua, solamente quien lo vive… disculpe, como dicen, métete en los zapatos del otro… El obispo está enterado, habló con las hermanas mayores…”
La ayuda más urgente…
Tras los quince días más dramáticos en la historia de este convento, cuyo nombre es el de Monasterio de la Santa Cruz y de la Asunción de María, las hermanas dicen que en lo material, las cosas han salido adelante aunque la mayor carencia es la de insumos médicos de protección para las cuatro religiosas sin síntomas:“Gracias a Dios nos han apoyado, incluso personas de países lejanos y de nuestra misma orden” Nos han hablado de los Estados Unidos y tuvimos igualmente apoyo económico… Gracias a Dios, tenemos para salir adelante.
Ahora, lo más urgente es su oración. Pero requerimos de guantes que continuamente se están desechando. Ya tenemos las caretas que nos dieron los bienhechores del grupo Rougier y que son muy caras. Los cubrebocas no son de cualquier marca, deben contener carbono y las medicinas, como el paracetamol, para la temperatura”.
En los días más difíciles, las hermanas enfermas presentaron la insuficiencia respiratoria típica del covid. Sin aparatos o dispositivos para ayudar a la respiración, algunas personas prometieron ayuda para conseguir los aparatos o dinero para comprarlos, sin embargo, en eso se quedó, en puras promesas.
El principal apoyo vino de un médico otorrinolaringólogo quien presta sus servicios gratuitamente. Recetándoles algunos medicamentos, les ha ayudado a sobrellevar la enfermedad. Gracias a esto, la superiora de la comunidad salió de su grave condición
A pesar de la mejoría, las restricciones…
Las hermanas enfermas deben tener cuidados estrictos. El médico les advierte de los días más críticos de la pandemia. “Aunque las hermanas pasaron el peligro, el virus las atacó. Nosotras debemos tener cuidados porque estamos viendo por ellas” dice la hermana Bertha. Ella comparte con nuestros lectores, los nombres de sus compañeras de congregación convencida de que la oración es la mejor fórmula para tener de nuevo la salud, personas que no son estadísticas anónimas, ni meras destinatarias de bendiciones etéreas y fútiles encapsuladas en buenos deseos, no son números o casos de neumonía atípica…
La juniora, María Fernanda, de 32 años, es la más joven seguida de Concepción Claudia. La superiora es de las más ancianas. Ellas son:
Luz María Sapiens Gallegos, madre superiora;
María Celina Rodríguez Gallegos,
María del Socorro Rodríguez Gallegos,
María Carmen Ramírez Ramírez,
Sara Mendoza Salomón,
María Fernanda Márquez Medrano, juniora.
Concepción Claudia Bautista Rivera,
María Lourdes Pulido Madrigal fallecida el 18 de abril.
Hermanas sin síntomas:
Bertha Molina Corro,
Esperanza Sandoval Bolaños,
Sabina Pitalua Mayo,
Julia Edith Montalvo Alcalá,
María Oliva García González, en silla de ruedas.
“Más fuertes en la fe”
Casi al punto final de la entrevista, la hermana Bertha reitera el agradecimiento a todas las personas solidarias en su dolor y crisis, gente que desde muy lejos ha puesto el reconfortante aceite para alma cuando la unción sacramental les ha sido vedada, conmoviendo los corazones cuando estas consagradas han sacado fuerza desde la fe más profunda e inquebrantable esperanza a pesar del sentimiento de abandono como pasó con el mismo Cristo cuando en su viacrucis sus amigos más cercanos le dejaron en el trance de la pasión.
“Si antes tenía fe, dice la hermana Bertha, ahora es más grande…” Y en sus palabras hay un especial énfasis, algo distinto que a millones nos podría parecer como el colofón preconcebido, pero es diferente porque ha pasado por el crisol de la enfermedad agobiante. En esto, la voz que se había quebrado ahora posee carácter de autoridad sobrenatural: “Creo en Dios y en la Santísima Virgen María… Vivimos este viacrucis pascual…San Francisco y santa Clara están con nosotras y no nos ha dejado solas. Esto que vivimos es para el mundo entero porque somos los pararrayos y el corazón de la Iglesia”.
Y deja este especial mensaje a nuestros lectores:
“No hay nadie más que Dios quien tiene el poder y fuerza para detener esto. Su misericordia es infinita. Debemos abandonarnos en los brazos de Dios y tener fe sin ella, nada se puede. Estamos bajo la protección de María Santísima, Ella no nos ha abandonado, está con nosotros y también por lo que estamos pasando. Es una gran guerra de la humanidad. Yo les deseo que la sangre de Dios los proteja y no dejen de orar por la humanidad, la oración es lo más fuerte que tenemos… Paz y Bien”.
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Si usted quiere apoyar al Monasterio de las Hermanas Clarisas Capuchinas de Boca del Río, Veracruz, en estos momentos en los que el coronavirus las ha afectado, puede dirigir su ayuda material a la siguiente cuenta bancaria:
Banco HSBC
Cta Número 6388866843, María Carmen Ramírez.
Número de tarjeta: 4213166062568591
CLABE interbancaria: 021849063888668430
Con información de Aci Prensa religiondigital.org