Retrovisor.
IVONNE MELGAR
• Con 20 mil 217 trabajadores contagiados y otros 10 mil casos de sospecha, el sector salud mexicano presenta altos niveles de letalidad, en comparación con Estados Unidos, Italia, Brasil, España y Ecuador.
En medio de ese horror que es acostumbrarnos a las malas noticias del covid-19, atestiguamos la trivialización de los muertos posibles y la indiferencia de todos frente al personal de salud que pierde la batalla de su vida tratando de salvar la de otros.
Es una indiferencia de Estado que suma a las autoridades de diversos signos, más preocupados por sortear el déficit de su popularidad y la parálisis de la economía que de atender los daños estructurales de un sistema hospitalario históricamente en déficit.
Es la indiferencia de una clase política incapaz de ponerse de acuerdo al menos para evitar, ya no digamos la muerte, pero sí al menos la falta de protección adecuada de médicos, enfermeras, camilleros. Es la indiferencia de los medios, que ya no encuentran noticioso el registro de sus plantones cotidianos.
Y es la indiferencia de una sociedad que asustada, confundida y valemadrista se adapta a la danza de las muertes posibles: 6 mil en abril, 25 mil en mayo y 60 mil en el arranque de junio. Porque la resignación hace de las suyas y nos anestesia el asombro.
—El subsecretario Hugo López-Gatell dijo a los diputados que las muertes pueden subir a 35 mil —conté este jueves a un colega.
—Eso ya se sabía —me reviró con la indolencia necesaria, supongo, para sobrevivir a esa escalofriante actualización.
Horas después, en la conferencia vespertina, López-Gatell escaló sus pronósticos a 60 mil fallecimientos posibles.
Y ante el imparable cálculo mortuorio, punza la pregunta: ¿Podemos hacer algo todavía para que esos números sean evitables? La respuesta es quédate en casa, cuídate…
Pero esos consejos no aplican para el personal sanitario que, según cifras oficiales presentadas el martes, perdió ya a 271 integrantes: médicos, enfermeras y personal de apoyo que murió por covid-19 en un país donde sus compañeros siguen jugándose la vida.
Con 20 mil 217 trabajadores contagiados y otros 10 mil casos de sospecha, el sector salud mexicano presenta altos niveles de letalidad, en comparación con Estados Unidos, Italia, Brasil, España y Ecuador, donde los trabajadores de la salud fallecidos son siempre menos, como lo documentó en El Financiero, este lunes, el periodista Víctor Chávez.
Y si eso sucedió hasta ahora, con una cifra acumulada anoche de 13 mil 170 muertos y con una denunciada insuficiencia en la protección del personal sanitario, ¿estamos dispuestos al conformismo de que también para su suerte aplique la explicación oficial de que las muertes posibles se disparan porque así es la incertidumbre de una pandemia desconocida y sin cura?
Según el registro gubernamental, en las últimas dos semanas de mayo, los decesos del sector crecieron en 81 por ciento y los contagios en 77 por ciento, concetrándose en la Ciudad de México, Estado de México y Tabasco.
¿Algún plan de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, y de los gobernadores Alfredo del Mazo y Adán Augusto López para disminuir esas cifras de coronavirus entre el personal de salud (32 por ciento médicos, 42 por ciento enfermeras y el resto personal de apoyo) y que, en su mayoría, tienen entre 33 y 40 años de edad?
Sería deseable que, en vez de ocuparse tanto de los críticos exsecretarios del ramo, el senador de Morena y presidente de la Comisión de Salud, Miguel Ángel Navarro, médico de profesión, la próxima semana nos anunciara que hará suyas las propuestas de sus compañeros Indira Kempis y José Ramón Enríquez, de Movimiento Ciudadano, para garantizar los insumos del personal médico, peligrosamente mal equipado, y formular un plan contra el estrés traumático que ya los está afectando.
Porque el pasado jueves, López-Gatell a nada se comprometió cuando la coordinadora de la bancada del PRD, Verónica Juárez Piña, le pidió crear un mecanismo institucional para canalizar, sin represalias, las demandas de los trabajadores sanitarios.
Tampoco pareció conmoverse el subsecretario ante el testimonio del diputado Manuel Baldenebro, del PES, quien resignado, asimilando como cosa irreversible la indiferencia, le contó de los médicos y las enfermeras que se sienten traicionados, del silencio cómplice de sus sindicatos, de que nadie sale a mendigar a la calle, por gusto, un equipo de protección, y que en ninguna de sus protestas están mintiendo.
López-Gatell no le puso la atención debida.
Pero las palabras del legislador cirujano quedaron ahí: “Con toda humildad le digo que a los trabajadores de la salud los hemos dejado solos. Y que van a seguir cayendo”.
Tal vez alguno de sus 499 compañeros de la Cámara o de los 128 senadores se conduela de la súplica del diputado Baldenebro: “No veo la estrategia de apoyo al personal sanitario. Pero estamos en tiempo de corregir el rumbo”.
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