Edén y realidad

Guadalupe Loaeza

Hoy amanecí en un país donde se resuelven todos los problemas ancestrales en tan solo dos años y nueve meses. Ya toooooooooodos están resueltos. Que no quede duda porque nuestro Presidente tiene sus propios datos y él nunca se equivoca, ni mucho menos miente. ¿Acaso no ha estado diciendo a la ciudadanía que él tiene su conciencia tranquila? Él mismo ya se dio la absolución sin necesidad de darse ningún tipo de penitencia. De hecho ya está en el primer lugar de la lista de San Pedro para que pase directito al cielo. Gracias a él, y nada más a él, según nos explicó en su Tercer Informe de Gobierno, desde que llegó la 4T los mexicanos vivimos en un verdadero Edén donde, por cierto, no nada más nació Adán, sino también Adán Augusto López Hernández, secretario de Gobernación, de quien dijera nuestro Presidente: “Mi amigo, paisano y compañero entrañable”, en otras palabras, su brother y su carnal de toda la vida.

Hoy amanecí en un país en donde gracias a López Obrador ya se desterraron vicios y prácticas deshonestas que acarreamos los mexicanos desde siglos atrás, en donde se ha disminuido la intensidad de la pandemia y contamos con la fortuna de tener 103 millones 296 mil 665 dosis de vacunas para jóvenes y personas de la tercera edad, no importa si viven en los lugares más remotos de la República. Como López Obrador no es el típico mandatario “aguafiestas”, no habló de los 259 mil 326 muertos por Covid-19. En un informe tan exitoso, referirse a ello hubiera sido de muy mal gusto. No nos olvidemos que el papel del Presidente es ser optimista, su optimismo no hace más que motivar al pueblo “bueno y sabio”. Por ejemplo, su Tercer Informe me motivó a tal grado que hasta le canté frente a la televisión aquel bolero que dice: “Miénteme una eternidad, que me hace tu maldad feliz. ¿Y qué más da? La vida es una mentira. Miénteme más. Que me hace tu maldad feliz”. Claro que, inmediatamente después, mi inconsciente hizo que cantara “Humanidad”, de Alberto Domínguez, adaptada a nuestro mayor problema en México: “Im-pu-ni-dad, hasta dónde nos vas a llevar. Por tu trágico sino, ¿cuál será mi destino? Im-pu-ni-dad. Yo de sangre te he visto teñir. Pobrecito del mundo. Pobrecito de mí…”. Porque, como bien reconoció el mandatario en su informe, “la peste de la corrupción” es lo que más daño le ha hecho al país. Qué bueno que ya se acabó, que ya no existe…

Volvamos al Tercer Informe de Gobierno de López Obrador, en donde por fin nos abrió los ojos respecto a todos los “récords históricos” que ha logrado la 4T en nuestro país. Sintámonos orgullosos de estos logros que ya pasaron a la historia. Sintámonos más allá del primer mundo. ¡Claro! ¡Cómo no presumirlos! Se dice fácil pero se han obtenido récords históricos en remesas, inversión extranjera, salario mínimo, no devaluación del peso, no incremento de deuda, aumento en el índice de la Bolsa de Valores y reservas del Banco de México. Bueno, ni Obama logró tantos éxitos juntos… Que los presuma nuestro Presidente, que los grite a los cuatro vientos y que les siga dando en “la torre” a esos tecnócratas tan hipócritas y a esos neoliberales tan traidores de la patria. En un país donde empezamos, por fin, a vivir como si lo hiciéramos en un Edén, nomás hay que decirles a los críticos y a los adversarios: “Tengan para que aprendan”. No, no se equivoquen, el Presidente no dijo: “Aprendan para que tengan”. Eso se enseña en las universidades extranjeras. Allí se aprende la corrupción.

Retornemos al Edén, donde thank God!… hay gobernabilidad y paz social, como lo apuntó López Obrador, y en donde existe independencia de los poderes Legislativo y Judicial, donde no se persigue a los opositores y en donde ya están bien sentaditas las bases, esperando, para seguir con la transformación de México. Hay que reconocerle que ya cumplió 98 de los 100 compromisos que hizo en el Zócalo. Eso también es un récord histórico. En 33 meses, se ha ido la luz nada más una vez y ha dado 684 conferencias de prensa. Qué bueno que el Presidente aprovechó su informe para hablar de su libro: A la mitad del camino. Lo tengo que leer; prometo no saltarme párrafos. Lo voy a regalar para Navidad, ¡faltaba más! Y se los voy a regalar a mis nietos, porque no se van a aburrir y para que puedan descubrir el Edén en el que nada más hay abrazos y no balazos…

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