Embates a la democracia: aquí, allá y acullá .

/ Esther Shabot /

Al hablar de procesos de destrucción de la democracia, el ejemplo de la ruta que ha seguido Hungría puede resultar muy ilustrativo, ya que nos muestra el modus operandi típico para la consecución de dicho objetivo. Se trata de la conocida fórmula de aprovechar de manera tramposa y abusiva las reglas de la democracia, para irla minando poco a poco hasta imponer un nuevo y cualitativamente distinto statu quo. Desde hace tiempo, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, conocido por sus políticas populistas de derecha, se encargó de ir desactivando los mecanismos que garantizan la vida en democracia, con lo que en abril pasado logró reelegirse por cuarta vez para el periodo 2022-2026. La manera como consiguió un éxito electoral arrollador se sintetizó en el comentario de uno de sus oponentes políticos: “las condiciones electorales han sido injustas e imposibles, pues estaban destinadas a permitir que Orbán permanezca en el poder para siempre”.

¿Suena familiar? Por supuesto. Algo muy parecido está ocurriendo en nuestro país. Hace unos días nos enteramos del albazo armado por la bancada de Morena y sus aliados para aprobar el plan B de la reforma electoral del presidente López Obrador, a fin de desmantelar la capacidad operativa del INE. La maniobra constituyó una jugada sucia que, al igual que en el caso húngaro, tiene como propósito imponer condiciones para eternizar el dominio del actual régimen, bajo la apariencia engañosa de que la democracia sigue funcionando. El desaseo y abuso evidenciados en dicha jornada han sido a tal grado evidentes que han desatado una indignación generalizada por lo burdo y arbitrario de su gestión.

Muy lejos de aquí, en Israel, están organizándose en estos momentos plantones a lo largo y ancho del país, en protesta por lo que la ciudadanía con talante democrático ve venir con la próxima llegada de un nuevo gobierno producto de las elecciones celebradas el 1 de noviembre pasado. Benjamin Netanyahu ha recobrado el poder y, en su calidad de próximo primer ministro, ha estado integrando una coalición con los partidos más ultranacionalistas y religiosos extremos que jamás haya tenido Israel en sus 74 años de vida.

La citada coalición, que llega al poder gracias a la democracia, tiene, sin embargo un proyecto con intenciones muy claras de acabar con muchas de las prácticas democráticas vigentes mediante la anulación del sistema de pesos y contrapesos sin el cual la tiranía de la mayoría se vuelve inevitable. De manera específica, la maniobra anunciada con todo descaro ya desde ahora, consiste en quitarle a la Suprema Corte de Justicia su poder y su misma razón de ser. ¿Cómo? Mediante una propuesta de legislación que determine que baste sólo con la decisión de una mayoría simple de parlamentarios acerca de cualquier asunto en disputa, para revocar o desestimar lo sostenido por la Corte. Eso significa que su “aplanadora legislativa”, a pesar de contar con una mínima ventaja de su lado, estaría en posibilidad legal de pasar por encima de derechos humanos y de derechos de las minorías, sin que el máximo poder judicial pudiera contrarrestar esas decisiones abusivas, cuyo objetivo es el de fabricar la sustancia de la que se nutren los regímenes dictatoriales.

La alarma de la ciudadanía israelí que inicia el día de hoy sus protestas tiene, sin duda, mucha justificación. Sobre todo si se advierte que, entre quienes ocuparán muchos de los puestos clave en el gabinete de Netanyahu hay personajes impresentables (Itamar Ben Gvir, Bezalel Smotrich, Avi Maoz), conocidos por su fanatismo ultranacionalista y religioso, y quienes en tiempos no muy lejanos eran considerados como parte de la escoria nacional, de una corriente marginada del quehacer político por el propio Estado en razón de sus posturas supremacistas, racistas, violentas, pendencieras y ajenas a los valores de la democracia.

Es así que el panorama que se vislumbra acerca de la viabilidad de la democracia en los tres casos arriba comentados es, sin duda, sombrío. La destrucción sistemática de las instituciones garantes de ella es un proceso que desgraciadamente está en marcha y cuyo ímpetu es innegable, pero que debemos, cada quien desde nuestra respectiva trinchera, denunciar y combatir con los recursos que aún tenemos a mano. Vivimos momentos cruciales en los que es inaceptable la pasividad. Es demasiado lo que está juego.

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