Francisco Hernández, poeta

Sin tacto.

Por Sergio González Levet.

Nació en San Andrés Tuxtla, en donde es querido, admirado y reconocido como una de las glorias del lugar. Y no es para menos, porque Francisco Manuel Hernández Pérez (quien ha publicado y es reconocido también con el seudónimo de Mardonio Sinta) es un poeta mayor de la literatura castellana.
No por nada ha recibido tantos premios de relieve: Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1982, Premio Carlos Pellicer en 1993., Premio Xavier Villaurrutia en 1994, Premio Jaime Sabines en 2005, Premio Ramón López Velarde en 2008, Premio Mazatlán de Literatura en 2010 con La isla de las breves ausencias, Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura por la Secretaría de Educación Pública en 2012.
Dicen que nadie es profeta en su tierra, pero Francisco -o Mardonio- ha logrado ser poeta en su propio terruño, y he ahí una razón por la que el 7 de mayo de 2014 sus paisanos, encabezados por el entonces alcalde Manuel Rosendo Pelayo se arremolinaron en el Parque Lerdo para cantarle loas a Francisco, que ha sido su mejor cantor.
Nacido en 1946, cuando transcurría la mitad de los años 60 el veinteañero Francisco Hernández se fue a México para estudiar publicidad, a lo que se ha dedicado digamos de lleno, mientras ocupaba sus ratos libres en conocer, ensayar y sublimar su estro poético. Tal vez ahora, a la luz de tantos premios que ha ganado, debíamos decir que dedicó su vida a la poesía y en sus ratos libres ha sido publicista.
Seguro Francisco en su natal San Andrés ganó algún premio en la primaria o la secundaria, y seguro lo recuerdan sus paisanos cuando le agradecen la grandeza de su talento, y las horas y desvelos acumulados para ir formando esa obra monumental que lo convierte en uno de los mejores poetas de México y, con el tuxpeño José Luis Rivas y el acayuquense Orlando Guillén, en uno de los tres grandes creadores veracruzanos vivos.
Va muestra de sus grandezas:

Quitar la carne, toda,
hasta que el verso quede
con la sonora oscuridad del hueso.
Y al hueso desbastarlo, pulirlo, aguzarlo
hasta que se convierta en aguja tan fina,
que atraviese la lengua sin dolencia
aunque la sangre obstruya la garganta.

Hecho de memoria

Para Jorge Esquinca

El poeta no duerme:
viaja por la cuerda del tiempo.

El poeta está hecho de memoria:
por eso lo deshace el olvido.

El poeta no descansa:
el tiempo lo desgasta
para probar que existe.

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