La discapacidad NO evita la violencia patriarcal .

¿Por qué es mayor el porcentaje de mujeres con discapacidad que sufren violencias de género que el de mujeres sin discapacidad que también la sufren? Se suele pensar el capacitismo como una opresión aislada y como la única que afecta a las mujeres con discapacidad, pero nada más alejado de la realidad. El capacitismo recrudece y empeora cuando se cruza con otros tipos de violencia, como la violencia patriarcal.

Por Annieli Rangel */Colombia /

La discriminación no se hace esperar cuando hablamos de discapacidad –ya se sabe–, pero cuando hablamos de violencias derivadas de otras opresiones, ahí nos toca peor. Cuando nos acercamos a nuestras experiencias desde la perspectiva de la interseccionalidad, logramos entender que una persona puede ser objeto de dos o más discriminaciones y opresiones distintas por razón de género, orientación sexual, capacidad, origen étnico, edad o clase social y que esas intersecciones hacen más violenta cualquier experiencia de discriminación u opresión.

Cuando se trata de la opresión por razón de capacidad, lo que se define como capacitismo, pocas veces tomamos en cuenta que es un sistema de opresión y discriminación, que también se apoya y se respalda de otras opresiones. Si hablamos de capacitismo, comunmente lo tratamos como una discriminación aislada y creemos que quien es víctima de esta forma de opresión ya no puede ser víctima de ningún otro tipo de violencia. Pero esto no es así. En realidad, el capacitismo recrudece y empeora frente a otros tipos de violencia, como ocurre con la violencia patriarcal.

Si bien, todas las mujeres estamos expuestas a ser víctimas de violencia de género, según organizaciones como la Convención internacional de las personas con discapacidad, INMUJERES, y también de acuerdo con la ONU, las mujeres con discapacidad tenemos una mayor exposición a ser víctimas de acoso, abuso sexual, violaciones, golpes, violencia psicológica y emocional, etc.

Justamente porque el capacitismo se respalda y apoya en el patriarcado y viceversa. Es decir que, en ese ejercicio de poder, las mujeres con discapacidad se vuelven blancos “fáciles” para su práctica. Cuando se juntan, generan un combo de violencias que, no solo son misóginas, machistas y capacitistas, sino que, incluso, llegan a ser justificadas, apoyadas, aplaudidas y enaltecidas.

Por ejemplo, cuando una mujer con discapacidad se encuentra en una relación violenta, donde es objeto de burlas, maltratos, violencia sexual, etcetera, la gente justifica esos actos porque “la pareja es un ángel por hacerse cargo de alguien como ella”. Lo mismo ocurre cuando somos acosadas en la calle y la sociedad lo justifica con un “deberías dar las gracias, porque nadie más se fijaría en ti. Si eres violada, enaltecen la acción con un “qué valiente el que se atrevió” haciendo referencia a que no somos “deseables”.

Tan solo en México, se estima que alrededor del 60% de las mujeres con discapacidad han sido víctimas de violencia sexual, mientras que el porcentaje en mujeres sin discapacidad oscila en el 45%, pero ¿Por qué sucede esto?

La mayoría de las personas se sorprende al enterarse de que las mujeres con discapacidad somos más violentadas sexualmente, ya que prevalece esa estúpida idea de que la violencia sexual solamente la sufren aquellas mujeres hegemónicas que entran en los estereotipos físicos para ser “deseables”, como si de un certamen de belleza se tratara y donde el premio es un abuso sexual. No logramos entender que la violencia sexual se trata no de un “deseo incontrolable”, sino de un ejercicio de poder y apropiación de un cuerpo ajeno.

Las mujeres con discapacidad, al tener una limitación corporal, sensorial, emocional o cognitiva, sobre todo, en un entorno capacitista en el que ni el suelo es accesible, nos convertimos en una “presa fácil” para los agresores. El hecho de que, en muchos casos, nuestro propio cuerpo nos impida poder huir de esa situación, hace que el agresor sienta que puede ejercer poder sobre nosotras y, por lo tanto, tomar posesión de nuestros cuerpos.

Ahora, si a esto le sumamos la poca o nula accesibilidad que tenemos para solicitar ayuda, o presentar una denuncia, pues el agresor se sabrá “a salvo” y seguirá repitiendo estas acciones sin ninguna repercusión. Esto se vuelve todavía más escalofriante si tomamos en cuenta que alrededor del 90% de las violaciones y abusos sexuales ocurren en el entorno familiar, por lo que, para muchas mujeres con discapacidad, es prácticamente imposible salir de una situación de violencia.

En cuanto a aquellas que sí logran denunciar, se vuelve un proceso doloroso, revictimizante y ,muchas veces, imposible por diferentes razones. Desde la revictimización a la que toda víctima se somete en un proceso de denuncia, pasando por la revictimización de no creer que alguien se atreva a abusar de una mujer con discapacidad porque no entra en los estereotipos para ser “deseable”, el hecho de pensar que necesita de un tutor para realizar ese proceso, hasta el hecho de que llega a ser físicamente doloroso estar acudiendo a la Fiscalía, en donde no hay espacios accesibles y tampoco recursos para el traslado, el trámite, “las copias” y mucho menos intérprete en lengua de señas, archivos en braille, audio o de fácil lectura.

Pero esto no acaba aquí, porque si dentro de la violencia sexual, tomamos en cuenta la violencia obstétrica/ginecológica, la situación parece una película de terror.

No solo a las mujeres con discapacidad se nos niega la educación sexual, sino también el acceso a la salud sexual y reproductiva. Bajo pensamientos y creencias conservadoras llegamos a dos violencias extremas: la esterilización y/o aborto forzado, o la negativa al aborto elegido. En México, aunque no hay datos oficiales, en un informe realizado por Disability Rights International y el Colectivo Chuhcan se estima que aún en la actualidad, diariamente, entre 3 y 5 mujeres con discapacidad son esterilizadas sin su consentimiento bajo el argumento de que, al tener una discapacidad, no son aptas para ser madres (aún cuando ellas sí quieran serlo).

Esto es posible gracias a la infantilización, ya que todavía se cree que una persona con discapacidad no es apta para tomar decisiones y, por lo tanto, requiere de un tutor. Es decir, si el tutor elige que esa mujer sea esterilizada o que aborte, el médico puede realizarlo sin su consentimiento y a la fuerza.

Por otro lado, se estima que a las mujeres con discapacidad se les niega en mayor medida el aborto ya que, en ciudades donde es legal, les solicitan un tutor que pueda aprobar el procedimiento, aún cuando sea una mujer adulta. Por lo tanto, si el tutor decide no autorizar el procedimiento de aborto, entonces no se realizará. En lugares donde aún no está legalizado, la discapacidad no es una causal para poder acceder al aborto, incluso cuando el embarazo pueda repercutir en la salud, la integridad, o disminuir la calidad de vida. Si su vida no está en riesgo, entonces no es un caso que se pueda aprobar En ninguno de los dos casos se nos permite elegir sobre nuestros cuerpos ni se toman en cuenta nuestros deseos.

Por estas y otras razones, es de suma importancia validar y apoyar la lucha de las mujeres con discapacidad, abrir la conversación y visibilizar las violencias y discriminaciones a las que nos enfrentamos todos los días para poder combatirlas.

Espero que algún día las compas feministas, así como todas las luchas, comiencen a hacer espacio para que nosotras también seamos escuchadas.

Ninguna lucha está completa sin las mujeres con discapacidad.

¡Nada de nosotras, sin nosotras!

*Annieli Rangel
Feminista con discapacidad, mexicana de 33 años, creadora digital y activista por los derechos de las personas con discapacidad. Creadora del podcast “la coja que coge”. También ha participado en sesiones de modelaje y maquillaje. Tarotista y emprendedora.

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