**Sin tacto.
/Por Sergio González Levet /
Testamentos políticos han pretendido dejar muchos líderes mundiales a través de la historia, con los que quisieron y quieren perpetuarse después de la muerte, del olvido, de la nada, en una búsqueda inútil de la eternidad, ésa que no existe porque nada es para siempre…
Ni Dios.
Vean nadamás qué ejemplos hay de quienes trataron de dejar su última voluntad para que se siguieran cumpliendo sus designios aun después de fallecidos: Adolf Hitler, Benito Mussolini, Francisco Franco, Vladimir Ilich Lenin, Juan Domingo Perón, y más cerca en el tiempo, Hugo Chávez.
Cosas del poder, que incita al hombre a pensar en la permanencia, a desear la inmortalidad, cuando no somos más que hojas en el viento arremolinado de los tiempos sin tiempo. Eso: prevalecer a través del proyecto; imaginar que todo seguirá como era cuando se estaba, aunque ya no se esté.
¿Un reino milenario para la Cuatroté?
Y si hay un testamento, eso quiere decir que contiene la lista de los elementos que componen la herencia, de lo que se deja a los continuadores del porvenir, de lo que recibirían los ungidos, una vez que el albacea designado descubra lo que toca a cada uno y a todos… o a nadie.
¿Cuál es la heredad que se recibirá cuando se lea el testimonio de la voluntad póstuma del Patriarca?
Primero, un país dividido por el encono entre los miserables, por un lado, y los que tienen algo o mucho, por el otro. Es decir: las clases menesterosas con su gradación de pobreza a secas hasta miseria extrema, contra los muy pudientes y contra las clases medias con su maldición pecaminosa de estar conformadas por aspiracionistas, ésos que quieren vivir mejor cuando la única virtud republicana posible es la de San Francisco de Asís: Deseo poco, y lo poco que deseo lo deseo poco.
Segundo, obras faraónicas que son caras y serán de nunca acabar cuando nos queramos deshacer de ellas, como la refinería de Dos Bocas que no va a funcionar, el Tren Maya que jamás completará su periplo y el aeropuerto de Santa Lucía que nos va a dar pena ajena por su modestia de rancho.
Tercero, programas sociales que desperdigan la riqueza nacional en magras limosnas que no solucionan ninguna vida y ningunas necesidades.
Cuatro, una clase política sin preparación y sin ética que sólo atina a depredar, llena de sonido y furia.
Cinco, el destrozo de las instituciones y organismos que servían de algo, mal que bien, y que fueron sustituidas por nada, por elefantes blancos que consumen los valiosos y escasos recursos con los que el pueblo sobrevivía a sus miserias y a sus penas, como el Seguro Popular.
Y seis, el desgarriate administrativo, que llevará muchos años entender y componer.
¿Testamento? ¿Herencia? Como para qué los queremos.
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