La presidenta de México .

/ Por Cristal Pelayo Rodríguez /

Nuestro país ha sido durante mucho tiempo por mantener arraigadas prácticas machistas. Desde la época de la independencia hasta la actualidad, la cultura mexicana ha sido objeto de críticas internacionales debido a ciertas costumbres que han limitado notablemente el rol de la mujer en la sociedad, incluso relegándolo. Aunque esta problemática se observa en varios países de Latinoamérica, en México ha sido particularmente pronunciada. Esta situación ha contribuido a la preocupante desigualdad social que las mujeres enfrentan en la actualidad, situando a México entre aquellos países con las tasas más altas de feminicidios dentro de la OCDE.

En este escenario, México se encuentra ante un momento crucial en su historia: la posibilidad de tener a la primera mujer presidenta. Esta eventualidad, por sí sola, representaría un cambio abrupto en la dinámica de la sociedad mexicana. Sin embargo, es esencial considerar las múltiples facetas que este hecho implica. El mero hecho de tener una mujer en la presidencia no garantiza automáticamente un cambio positivo. En otras regiones del mundo, mujeres han ocupado cargos de liderazgo, pero su legitimidad ha estado asociada a otros factores, muchas veces enraizados en la cultura machista, como pertenecer a familias poderosas o unirse a plataformas de poder que no abogaban por la verdadera emancipación femenina.

Por consiguiente, para verdaderamente transformar la estructura del sistema y lograr un cambio positivo para todas las mujeres mexicanas, ambas candidatas deben liberarse de sus “patrocinadores políticos”. En este sentido, Claudia tiene una ventaja significativa sobre Xochitl, ya que el respaldo principal de la exjefa de gobierno proviene de un movimiento político que, aunque inicialmente se gestó gracias al liderazgo y popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador, el movimiento de regeneración nacional, ha evolucionado hacia una independencia ideológica, consolidándose como un movimiento con sus propios principios. Sin embargo, la situación con la otra candidata no parece ser tan alentadora. La oposición se construye principalmente en torno a figuras individuales, no sobre una ideología sólida. Esto queda patente en la alianza entre partidos con ideologías a veces contradictorias.

Ahora bien, el hecho de que la fuerza política se haya construido sobre la participación de personalidades individuales no tiene por qué ser necesariamente perjudicial. No obstante, es fundamental que cualquier movimiento tome su propio sentido, pues las personas siempre tienen sus limitaciones y, en un aspecto tan crucial para la democracia como los partidos políticos, estos deben trascender más allá de los individuos, deben forjar su propia ideología, principios y plan de acción. Este aspecto sigue estando ausente en la denominada alianza ‘Va Por México’, donde los líderes de los partidos que la componen tienen más protagonismo que una verdadera visión ideológica.

Si aspiramos genuinamente a que la institución más importante de este país, la presidencia, se desvincule de los estereotipos machistas arraigados en la vieja política, es crucial que ambas candidatas establezcan una ideología propia que incorpore la paridad y la perspectiva de género en sus propuestas.

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